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2018 ¿Principio o Final?

En su intento de revertir el movimiento de la historia, Estados Unidos tardará en reconocer que la economía más grande del mundo, y sobre todo, el motor del crecimiento global, ya está en California o Nueva York, sino en China.

Por César Romero

Al que hasta hace poco fue el país más rico del mundo lo gobierna un personaje que nació en 1946. Una época en que José Stalin tenía en un puño el control de un imperio llamado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, en China, Mao Zedong luchaba contra Japón a partir de su particular visión del marxismo como vía a la restauración del esplendor imperial del gigante asiático. Europa estaba en ruinas y África seguía sometida al sistema colonial de los siglos anteriores.

La población mundial en ese año era tres veces menor a la actual. La penicilina era una novedad y los anticonceptivos, apenas un proyecto de laboratorio. La mayoría de las televisiones eran de bulbos y transmitían en blanco y negro. Luego de su avance laboral durante los tiempos de guerra, las mujeres fueron empujadas a su reasumir su rol natural:  ser amas de casa dedicadas al cuidado de sus hijos.  En Estados Unidos, la discriminación racial formaba parte de la vida diaria en buena parte del país. Las computadoras eran prácticamente inexistentes y el mismo modelo económico industrial de producción masiva de la Segunda Guerra era el motor de poco más de dos décadas de crecimiento económico en muchos países.

En este 2018, varias generaciones después del imaginario de aquella “Great America”, habitamos el planeta 7 mil 600 millones de personas. La expectativa de vida promedio en el mundo es de 71 años. La llamada globalización es una realidad en la economía de casi todos los países, aunque la inequidad es mayor que nunca. Las comunicaciones son digitales, instantáneas y globales.

Mientras más educadas son, las sociedades son más abiertas y tolerantes ante la diversidad entre los individuos. Particularmente en Estados Unidos ha sido notable el avance en el campo de la integración racial, el empoderamiento de las mujeres y la aceptación de tipo de vida personal que cada quién elige.

Y, sin embargo, este 2018 el presidente Donald Trump celebrará su cumpleaños número 72 en la Casa Blanca. Millonario de nacimiento, creció como un niño temperamental y explosivo. Desde joven se subió a la gran ola mediática que, por décadas, ha moldeado la cultura popular a nivel global. Genio de la autopromoción y el showbusinnes, sustituyó a Barak Hussein Obama, el primer presidente afroamericano de la historia de su país, derrotando a Hillary Clinton, quién se quedó a poco de convertirse en la primera mujer presidenta de esta nación.

El gran tsunami del descontento

A estas alturas del partido, ya casi nadie duda que estamos viviendo un momento de grandes transformaciones en las estructuras mismas de las sociedades y el propio sistema económico global, así como balance del poder político a nivel planetario.

Ojalá no estemos ante la sexta gran ola de extinción de la vida que el planeta tierra ha vivido en sus 4.5 mil millones de años desde su formación, aunque las evidencias del deterioro ambiental y el cambio climático apuntan dramáticamente en esa dirección.

Es deseable también que las peligrosas similitudes con el ánimo social, situación económica y propuestas políticas de extrema derecha que dominaron buena parte de Europa durante la primera mitad del siglo pasado, sean solamente una coincidencia.  Ojalá y la frustración económica de amplios grupos sociales y el crecimiento de las ideologías de odio en Alemania, Italia, España de la pre guerra no resuciten para contagiar a Estados Unidos, parte de Europa y otros países “desarrollados”.

El hecho es que el mismo tsunami de fastidio social que le dio su victoria electoral a Trump, anima fenómenos regresivos como el Brexit o impulsos separatistas como en Cataluña, entre muchos otros.

Detonado por una retórica racista y aislacionista, el fenómeno Trump es mucho más que la satanización de los mexicanos o su muro fronterizo. En un país en el que el poder político y económico sigue en las manos de los “white, angry, (old) men”, el personaje de la extraña cabellera ilustra bastante bien a esa generación que, aunque minoritaria, ha logrado detener el reloj de la historia.

Y, al menos hasta ahora, lo ha logrado. Aunque absurdo y sin sustento real, el gobierno Trump puede presumir sus grandes logros rumbo a la restauración del país que conocieron los Baby Boomers durante su infancia y adolescencia:  apoyado por los mega ricos, les entrega una reforma fiscal que favorecerá una mayor desigualdad económica en el mundo; a los (relativamente) pequeños grupos que abiertamente se aferran al racismo como motor de vida,  les da el gusto de destruir el legado de Obama y su constante retórica anti México; a quienes se aferran a un orden social que rechaza la equidad de género, su personal y ampliamente documentada historia como acosador sexual, es la muestra clara del triunfo de la impunidad.

Además, ha sido capaz, hasta ahora, de pasar por encima de la gran afrenta ideológica a todo lo que su generación representa –al final del día Trump es producto de la Guerra Fría–, esto es, su alianza con Vladimir Putin, el ex agente de la K.G.B. y presidente permanente de Rusia, para manipular las elecciones presidenciales anteriores.

Al pisotear uno más de los pilares ideológicos con que se construyó la era del American Empire –la idea de que este país es el modelo de democracia para el mundo–, su primer gran desafió social sucederá este mismo 2018. Justamente el martes 6 de noviembre, el día de las elecciones intermedias.

La “Proposition 187”, una vez más

Fue otro martes de noviembre, el de 1994. Justo el martes 8.  Ese día se realizaron elecciones generales en California y, al amparo de la Proposition 187, una propuesta legal claramente anti inmigrantes, el gobernador Pete Wilson logró reelegirse de manera contundente.

La lección de aquella historia es obligada: más de 20 puntos abajo en las encuestas poco tiempo antes, una propuesta que negaba servicios públicos a inmigrantes indocumentados –la mayoría mexicanos–, en California, el estado con inmigrantes de todo el país, Wilson obtuvo una gran victoria personal.

Y, también, una derrota histórica para su partido.  No solamente la 187 nunca llegó a implementarse en el estado (las impugnaciones legales fueron enormes), sino que, con sus ataques, provocó un importante despertar político de la sociedad, sobre todo entre los Latinos. Desde entonces, California, el estado de Richard Nixon, de Ronald Reagan, los candidatos republicanos pierden la gran mayoría de las elecciones.  La excepción, Arnold Schwarzenegger, fue mucho más un triunfo de su fama como actor y sus lazos con la dinastía de los Kennedy, vía su esposa, Maria Shriver.

 

Si ocurrirá lo mismo con Trump y su proyecto de regresar el mundo a la mitad del siglo pasado, que lo que paso con la 187, es algo que nadie podría asegurar.  Que habrá diversas reacciones sociales en favor del empoderamiento de las mujeres, es algo que ya está ocurriendo.  Que grandes grupos sociales se manifiestan en rechazo a cualquier tipo de discriminación (racial, religiosa y muchas más), es algo que ya está ocurriendo. Que cada día serán más las voces que se levanten en favor al respeto a todas las libertades personales y por la reivindicación del gran valor de los inmigrantes para este país, es algo que ya está ocurriendo.

Por ello, este 2018 será un año de grandes definiciones.  Y no solamente en Estados Unidos. El vecino del sur enfrentará –el 1 de julio–, otra gran disyuntiva: la opción PRIAN –“malo pero conocido” o AMLO; la vieja opción “bueno por conocer”. Y lo mismo en España con su desafío de lidiar con uno los nuevos dilemas de la globalización, el resurgimiento de las identidades sub-nacionales. O en el Reino Unido, con su dilema entre apertura o cerrazón con el resto del mundo.

La otra encrucijada

En su intento de revertir el movimiento de la historia, Estados Unidos tardará en reconocer que la economía más grande del mundo, y sobre todo, el motor del crecimiento global, ya está en California o Nueva York, sino en China.

Con la misma capacidad de generar caos y muerte que mostró contra Hiroshima y Nagasaki en los primeros días de agosto de 1945, el poderío militar de este país sigue siendo enorme.

Sin embargo, las grandes guerras del siglo 21 apuntan, más que a la aniquilación nuclear, hacia los ataques cibernéticos –los hackers rusos y norcoreanos robando al mundo y definiendo elecciones.  Y en el terreno de la violencia directa, la capacidad de generar terror –que por décadas fue una especie de monopolio de los Estados–, hoy está en manos de cualquier extremista. Desde el muchacho suicida que utiliza las armas de su papá para ir a matar a sus compañeros de clase, el joven “cristiano” que se mete a una iglesia a acribillar feligreses, al estereotipo de “terrorista islámico” que renta un camión para estrellarlo contra los paseantes en un parque.

Nada parece indicar que el 2018 será un año de avances en el tema del terrorismo. Por supuesto que menos después de las nuevas afrentas de la Casa Blanca en contra de quienes lucran con el “radical islam” que ha podido reclutar a miles de jóvenes perdidos en casi cualquier país, para formar una especie de nube obscura que, además de hacer su potencial víctima a cualquier ser humano, termina sirviendo a las grandes fuerzas que, desde siempre, han lucrado con la violencia y la destrucción.

Por cierto, “Feliz año nuevo”.

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