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La visión de los frustrados

Por Oscar Luna

A sus 70 años de edad, Donald J. Trump es un reflejo de estos tiempos. A pesar de ser hijo de la cultura del privilegio y la ostentación, ha sabido convertirse en una especie de caricatura del “angry white male”, el segmento más frustrado de la sociedad estadounidense.

Candidato presidencial del Partido Republicano, Trump ha sabido colocarse en la cresta de una ola de desencanto y franco descontento que recorre el mundo y en Estados Unidos, podría convertirse en un verdadero tsunami que lo lleve a la Casa Blanca.

Con una propuesta basada en insultos a los inmigrantes, sobre todo a los Mexicanos, maltrato a las mujeres y el odio contra los musulmanes, Trump proyecta una campaña centrada la magnificación de su propio ego y una actitud de abierta confrontación con el resto del mundo.

En un mensaje emblemático del populismo clásico de derecha, en su discurso de aceptación de la candidatura durante la Convención Nacional Republicana celebrada en Cleveland, Ohio hace unos días, el posible próximo Presidente de Estados Unidos supo construir como una caricatura de sí mismo.

Y partir de la reiteración de los ejes de su retórica –nativismo, aislacionismo, proteccionismo y racismo–, logró motivar a los segmentos más primitivos de su partido, a partir de los cuales intentará construir una especie de gran movimiento de rechazo al status quo que le permita superar a Hillary Clinton el próximo 8 de noviembre.

Amparado en su genio histriónico y su indudable talento como comunicador, Trump se proyecta como el súper millonario que rescatará la idea de Estados Unidos como la nación más poderosa del planeta. Ello, quizá para disimular que no tuvo la capacidad siquiera de construir siquiera una aparente unidad entre la propia elite del G.O.P.

Una Convención que, por cierto, fue más un gran reality show de la familia Trump –reservando para el prime time el plagio discursivo de su esposa y el despliegue de la hija que Trump ha dicho que le gustaría seducir–, que la gran asamblea de las bases del partido.

El encuentro fue más notable por las ausencias de buena parte de la dirigencia tradicional del bando republicano –no llegaron los ex presidentes Bush, tampoco los ex candidatos Mitt Romney o John McCain, vamos, ni siquiera John Kasich, el gobernador de Ohio estuvo ahí. Quizá con la excepción del senador Ted Cruz, principal rival de Trump en las Primarias, quién fue abucheado debido a que no pidió a sus bases votar por el señor Trump.

Sin embargo, el genio de Trump le permitió aprovechar las profundas fracturas entre la dirigencia republicana como una muestra de que él es un personaje ajeno al establishment tradicional de políticos y empresarios que amplios segmentos de la sociedad rechazan abiertamente. Lo cual no debería sorprender, viniendo de un personaje que ha sabido capitalizar su absoluta falta de experiencia en cargos de gobierno como una virtud.

Personaje fácilmente comparable con líderes populistas de derechas del siglo pasado –como Hitler o Mussolini–, Trump logró convertir Cleveland en una especie de gran monumento al egocentrismo y la banalidad. Lo cual tampoco debería asombrar en un contexto en el que la competencia política dejo hace mucho tiempo de ser una confrontación entre proyectos e ideas, para convertirse en una especie de concurso de popularidad. Tema, por cierto, bastante cercano al ex dueño de la empresa que organiza el certamen Miss Universo.

Apoyado en el abierto rechazo a Hillary Clinton de un segmento clave del electorado –4 de cada 5 hombres blancos, mayores de 50 años, afiliados a alguna iglesia evangélica–, en Cleveland Trump siguió desafiando a la elite de su partido al centrar su mensaje en propuestas como el muro que obligará a México a construir a lo largo de la frontera común, su prohibición a cualquier musulmán a entrar a Estados Unidos, con las que logró seducir a los medios en las elecciones primarias de su partido.

Capaz de capitalizar la frustración que padecen amplios segmentos de las clases medias que no fueron capaces de capitalizar los efectos de la globalización económica que ha exacerbado la desigualdad económica en todo el mundo (aunque también ha permitido una muy importante reducción de la pobreza extrema), Trump sabe muy bien que una elección presidencial no se define casi nunca por las ideas del candidato, sino por su propuesta primaria. En su caso, es el ofrecer una ilusión –“Make America great again”, entre quienes sienten haber perdido el celebre Sueño Americano.

En un contexto particularmente caliente en diversas partes del mundo –más allá del clima, que sigue deteriorándose aunque el abanderado republicano lo niegue–, debido a los recientes y reiterados nuevos atentados terroristas, el llamado del candidato Trump podría, en cierto sentido, volver a construir la gran maquinaria del miedo que dio dirección al gobierno de Bush en el 2001.

De cara a la elección general –que normalmente implica el voto de unas 120 millones de personas–, el apoyo de los hombres blancos y evangélicos, quienes representan poco más del 15 por ciento del electorado, no parece suficiente para llevarlo a la Casa Blanca.
En parte por ello el análisis de el diario The New York Times que le da 76 por probabilidades al triunfo de Hillary Clinton. Cifra que sostiene a partir de un análisis histórico de elecciones en “condiciones normales”. Sin embargo, es claro que esta elección ocurre en un momento totalmente anormal. La misma candidatura de Trump parecía algo imposible de ocurrir hace apenas poco más de un año.

Por ello, a pesar de que Cleveland demostró que el G.O.P. está profundamente dividido y que su candidato no supo construir las alianzas mínimas de unidad que parecen obligadas en cualquier elección presidencial, sería muy equivocado no reconocer lo evidente: Donald John Trump sí puede convertirse en el próximo inquilino en la Casa Blanca.

Claramente posicionado como la opción de cambio, el personaje que supo convertirse en millonario demandando penalmente a quién se le pusiera en camino, impulsando claras mentiras –como la de que Barack Obama no nació en Estados Unidos–, y con slogans como “You are fired!”, sí podría ganar las elecciones en su país. Por cierto, no sería la primera vez en la historia que un hecho así ocurre. Sucedió a principio de los años 30s del siglo pasado. En Alemania.

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