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Al borde del abismo

César Romero

Ucrania hasta ahora: business as usual, pero al filo del caos.

Luego del primer mes, la guerra en Ucrania sigue siendo, aunque de manera retorcida, una pequeña parte de la serie de maniobras políticas dentro del complejo tablero de la disputa por el poder a nivel internacional. En este peligroso juego de fuerzas y engaños, sigue vigente el riesgo de que, por cualquier cosa y en cualquier momento, algo salga mal y todo estalle.

Aún sin ganadores claros, hasta el momento los principales beneficiarios son: (1), China en el campo geoestratégico; (2) Joe Biden por su prudencia, capacidad de construir consensos con sus viejos aliados de la OTAN y por utilizar la retórica nacionalista para atemperar la polarización política dentro de Estados Unidos. Y (3), como ha ocurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los grandes intereses económicos asociados a la explotación del petróleo y otros hidrocarburos.

Instalado en su renovado rol de paria internacional y principal enemigo de la democracia y libertad en el planeta, Vladimir Putin sigue siendo el principal protagonista de una historia aún por definir. Me explico:

Ordenar una invasión armada que ha costado la vida a cerca de 15 mil de sus propias tropas y (aún) no ha podido tomar el control del territorio de un país militarmente mucho más pequeño, difícilmente tendrá consecuencias positivas en una Rusia cuya élite oligárquica hoy apesta a nivel global.

Aunque en lo inmediato la guerra le permita fortalecer su liderazgo autocrático e, incluso, tejer alianzas con un puñado de regímenes autoritarios alrededor del mundo, un posible desenlace de la actual crisis en Ucrania podría ser la devaluar el imperio ruso a la condición de tiranía tercermundista. Algo así como Corea del Norte, pero con misiles atómicos que sí funcionan.

Sin duda alguna, como siempre, el principal perdedor en este conflicto es la población civil ucraniana. No solamente por los miles que han muerto, sino por los millones que han tenido que abandonar el país. Y, por extensión, la guerra también genera enormes costos para Polonia, Rumania y los otros países vecinos que de la noche a la mañana han recibido un enorme torrente de refugiados.

Sin necesidad de citar al general Carl Von Clausewitz –“la guerra es la continuación de la política por otros medios”–, resulta más o menos evidente que la apuesta guerrera del señor Putin es hoy el principal peligro que enfrentamos como humanidad. A pesar de las señales de un posible acuerdo –Ucrania renunciaría a ingresar a la OTAN si las tropas rusas respetan sus territorio–, una vez abierta la caja de Pandora, la tendencia cuasi natural en estas situaciones es la de la radicalización. Lo cual en este caso implicaría el uso de armas nucleares y/o bioquímicas.

Justamente por que la ofensiva militar rusa parece haber fracasado y por el éxito relativo de la marginación internacional de “los amigos de Putin”, el peligro de que todo estalle es, si cabe, todavía mayor.

No debería ser una sorpresa que el mundo lleva varios años recreando las condiciones de resentimiento, desencanto y frustración social que hace casi un siglo fueron el campo de cultivo de grandes conflictos mundiales provocados por los apetitos de las viejas y nuevas potencias, así como de los estallidos nazis y fascistas en varios países. Y sin embargo, la nueva guerra nos viene a sacudir a todos.

Muy frecuente explicada como una especie de reacomodo de las grandes placas tectónicas de la superficie del planeta, la guerra implica grandes movimientos en la composición demográfica, económica y, por qué no, emocional de muy amplios segmentos de las poblaciones de varios países.

En este caso, con la Guerra en Ucrania China garantizaría el abasto de energía barata que Rusia que éste país dejaría de vender en Europa y muy probable, un mayor control sobre  su “zona natural de influencia” (el mismo principio imperialista utilizado por Putin). De paso, Xi Jinpin, tendría una nueva excusa para consolidar su liderazgo político a niveles no vistos desde los tiempos del camarada Mao Zedong.

En el otro gran polo del poder mundial, Estados Unidos, donde un escenario de polarización de guerra también parece una buena oportunidad para el fortalecimiento del liderazgo del presidente demócrata; sobre todo en contraste con su antecesor, un clarísimo admirador de Putin y su pandilla de oligarcas.

Desde una perspectiva humana, e incluso de sentido común, resulta evidente que los riesgos de una guerra como la actual son mucho mayores que los hipotéticos beneficios que pudieran traer los ajustes estratégicos en el balance del poder global. Desgraciadamente a lo largo de la historia de nuestra especie los argumentos de este tipo han tenido un peso marginal en la toma de las decisiones fundamentales, pues suelen imponerse los egos de sus “líderes” y los intereses de pequeñas camarillas.

 

 

 

 

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