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Chachalaca mañanera

César Romero 

Más allá de la pirotecnia mediática de cada día debemos comenzar por reconocer que el señor presidente de la República es un comunicador excepcional.

Capaz de reciclar la estrategia que como Jefe de Gobierno de la capital del país le permitió convertirse en el principal contrapeso a la narrativa del gobierno foxista, Andrés Manuel López Obrado madruga todos los días y desde el púlpito de Palacio Nacional marca la agenda pública del país.

La Mañanera (LM) define el “estilo personal de gobernar” del líder de la 4T. Amén de darse el gusto de probar las mieles de la revancha luego de décadas de padecer el acoso de una feroz jauría de detractores, LM y sus “otros datos” es la punta de lanza de la construcción, desde el gobierno, de una nueva realidadque permea en la cultura política y visión de mundo de amplios grupos sociales.

Sin duda es mucho lo que se le puede criticar a Las Mañaneras.  Triste remedo de la voz del pueblo en la versión del “Tercer Estado” francés del siglo XVIII –con todo y su gusto enfermizo por la guillotina–, se distingue por su falta de profesionalismo, torrente de noticias falsas y buena cantidad de humor involuntario, LM es también un ejemplo perfecto para explicar el tipo de relación histórica entre medios y poder político en nuestro país.

Desde la autocrítica, he aquí cinco pinceladas:

  1. El peligro de las generalizaciones. Pensar al periodismo como un todo, supone echar en la misma canasta a personajes como Carlos Denegrí y su multitud de herederos, junto con el fundador de Proceso y las nuevas generaciones de reporteros que batallan todos los días por ejercer un oficio libre y profesional. Simplemente no tiene sentido. Hoy, como siempre, hay periodistas buenos y periodistas malos.
  2. De la complicidad a la confrontación. Como empresas sí es posible sostener que la mayoría de las empresas de medios que vienen del viejo régimen históricamente se han alineado con los intereses del poder político y económico (razones y excusas les sobran). A partir de ahí, algunas se permitían el ejercicio de pequeñas dosis de periodismo crítico, pues con frecuencia ese contenido aumentaba su margen de negociación de favores y prebendas. Tal como ocurre en la actualidad.

Es lamentable que, con demasiada frecuencia el estruendo crítico sea más producto de un determinado posicionamiento editorial, que el resultado del ejercicio periodístico profesional.

Sin embargo, dicho modelo dejó de ser funcional hace bastante. El hecho de que por primera vez los grandes periódicos estadounidenses obtengan más ingresos por circulación que por publicidad (en México la situación debe ser mucho peor), es una evidencia más de la profunda crisis que padece la prensa escrita, la principal creadora de contenido periodístico. La cual, además se suma a la crisis de confianza y crisis tecnológica que ya sufren muchos medios.

  1. Históricamente construidos a partir de querer ganarse la preferencia de El lector –así, en singular–, los grandes periódicos mexicanos usaban sus encabezados principales como simple eco de resonancia de la propaganda oficial. Ese era su modelo de negocio. Incluso su organización interna se diseñaba a partir de la propia estructura de gabinete (las llamadas “fuentes”). Lo cual también se acabó, en buena medida, porque buena cantidad de medios decidieron “remediar” su reducción de ingresos, cortándose las piernas y brazos, esto es, despidiendo a quienes generan su oferta informativa.
  2. Tan anunciada como ignorada, la transición a la era digital ha sido una especie de huracán que a nivel internacional arrasó con los viejos gigantes mediáticos. En México, salvo excepciones, la vieja guardia sigue en la cima, pero con frecuencia sin poder disimular su verdadera naturaleza: utilizar sus plataformas para impulsar intereses muy diferentes al periodismo o, siquiera, el entretenimiento.
  3. Atribuirle algún carácter mágico a la capacidad de personajes como Donald Trump y sus similares para utilizar la social media como una trinchera para romper lanzas con los medios más influyentes sería pecar de ingenuidad. En los hechos, la credibilidad y confianza en los medios –y casi todo lo asociado al establishment– se ha deteriorado entre amplísimos grupos sociales en diversas regiones del planeta. En ese sentido, el señor de los twitts y las propias Mañaneras son más consecuencia que causa.

Suponer que expresiones como LM son simple abuso del pulpito presidencial para alimentar una agenda de polarización y campaña permanente, es decir poco. A menos que ahora el canal Once tenga un rating gigantesco, son los propios medios los que se alimentan, distribuyen y giran su oferta editorial alrededor de las provocaciones que “des-pa-cito” salen de la boca presidencial. Aún bloqueado el acceso a su ritual matutino, el presidente suele “ganar la nota”.

Plagada de vicios y distorsiones, la relación del “nuevo régimen” sigue anclara en profundo prejuicio: que la principal fuente de información es el poder político. Es claro que sin generación de contenido propio, reporteado, LM seguirán marcando el ritmo de los cuatro o cinco ciclos noticiosos de cada día.

Para quienes consideramos LM como una especie de telenovela matutina para consumo del círculo rojo, no deja de sorprender la influencia que sigue teniendo en la conversación entre amplios segmentos de lectores y consumidores de noticias.  Por supuesto ayuda que buena parte de “las noticias” que de ahí nacen suelen apegarse a la estructura narrativa históricamente más efectiva: la de héroes contra villanos.

Por todo lo anterior, es necesario abrir la puerta a una necesaria revisión de las causas que han provocado que LM se mantengan en cartelera como una especie de ópera bufa tan cercana al canto del célebre pajarraco invocado alguna vez por el propio presidente.

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