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El Diente roto y el caos de un país

Por Jorge M. González

Alguna vez escuché decir que aquellos que no son tontos siempre subestiman el potencial destructivo de quienes sí lo son. Relacionarse con un idiota es siempre un error que saldrá muy caro.

Esta premisa me hace recordar a “El Diente Roto,” un cuento escrito por el venezolano Pedro Emilio Coll (1872-1947). Es la historia de Juan Peña y expone magistralmente la cultura del engaño y las falsas apariencias. El relato nos muestra igualmente que a muchos supuestos “lideres” se les atribuyen logros que en realidad no tienen y que son producto del azar, pero nunca del esfuerzo personal.

Juan Peña era un niño muy travieso quien a los doce años, durante una de sus travesuras “recibió un guijarro” que le partió un diente. Desde ese día, el inquieto Juan se dedica a acariciar con su lengua aquel diente partido en forma de sierra. De alborotador y pendenciero, se transformaría en callado y tranquilo, tan solo dedicado a acariciar su diente roto, sin pensar. La familia, preocupada, lo llevaría al médico, quien luego de auscultarlo afirmaría que Juan sufría del “mal de pensar”. Juan, siempre tocándose su diente roto con la punta de su lengua, se haría famoso. Quienes lo rodeaban lo convertirían en niño prodigio. Crecería y llegaría a ser diputado, académico y ministro. A punto de ser nombrado presidente, lo sorprendió una apoplejía mientras seguía acariciando con su lengua el diente roto.

Este relato de Coll, necesariamente nos conecta con la Novela del Polaco Jerzy Kosiński (1933-1991), “Desde el Jardín.” Esta novela satírica nos habla de Chance, quien ha vivido toda su vida en la casa de un millonario, siendo solo su jardinero. Su único vínculo con la realidad es la TV y la jardinería. A la muerte del señor de la casa, convertido en Chauncey Gardener, quien solo habla de jardinería y TV, se transforma en consejero de poderosos, oráculo del país.

Ambas historias representan lo voluble de la conducta humana, el dañino culto a las apariencias, donde los idiotas pasan por inteligentes. Personas que llegan lejos no tanto por sus propias ambiciones, sino por la debilidad de un esquema social completamente extraviado en su propia tontería. Nos percatamos así que los idiotas pueden ser más peligrosos que los malvados.

El desastre Venezolano es noticia. El “socialismo del siglo 21” destruyó el aparato productivo, expropió tierras, maneja inapropiadamente el petróleo. Hoy Venezuela es un país empobrecido, sin luz, sin agua, sin papel higiénico, sin comida, sin medicinas. Por 17 años un caudillo inepto y su sucesor, aun más inepto, rodeados de una oligarquía de nuevo cuño, corrupta, no han vacilado en destruir la independencia de los poderes y hoy ahogan a la recién “rescatada” Asamblea Nacional. Filtrados de tentáculos cubanos quienes dominan la represión y la contrainformación, el régimen silencia a la prensa y reprime a quienes disienten.

El “gran líder” y su sucesor, quienes como Juan Peña nunca tuvieron un logro real, han llevado al país al colapso ante la mirada complaciente de quienes los han rodeado.

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