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Huitzilopochtli y los colibríes

Michel Olguín Lacunza y Myriam Núñez / voz e ilustraciones Andrés Otero

Los colibríes son los guerreros que fallecieron en batalla -dijo Huitzilopochtli-, también son mensajeros de los buenos deseos, atraen el amor y la buena suerte, pero vivos no muertos.

El brujo estaba a punto de matar al pequeño colibrí que luchaba para salvarse. Iba a quitarle la vida para crear un amuleto y atraer el amor. Yo traté de salvar al colibrí, golpeé al brujo, pero en ese momento se escuchó un estruendo en el cielo y todo se oscureció. Al volver la luz, apareció un ser increíble. Un colibrí, sus plumas brillaban como el jade, y aunque estaba tuerto era majestuoso. Lo más sorprendente es que podía hablar.

Luego tomó forma humana y dijo: Mi nombre es Huitzilopochtli y soy el dios mexica de la guerra. He venido porque estoy furioso con la humanidad. Cuando llegaron los españoles luché con fiereza, pero me dispararon en el rostro, de momento quedé ciego y perdí un ojo. Luego acabaron con mi pueblo.

Ometecuhtli, el creador de todo, me ayudó a llegar al Omeyocan, donde habitan los dioses. Me ayudó a recuperarme, y al volver a la Tierra me encontré con que se están acabando los recursos naturales, los hábitats de mis colibríes, los asesinan para crear amuletos de amor. Los humanos son una desgracia y de momento mi mayor enemigo. He regresado para vengarme. El brujo se hincó, y yo del susto caí sentado.

Los colibríes son los guerreros que fallecieron en batalla -dijo Huitzilopochtli-, también son mensajeros de los buenos deseos, atraen el amor y la buena suerte, pero vivos no muertos. Si los observan con detenimiento son combatientes por naturaleza, aunque son diminutos tienen una gran fortaleza y siempre pelean para defender su territorio.

Los puse en América porque es la tierra más hermosa. Son seres muy especiales. Cuando me fui, dejé en buen estado a 331 especies, y en México a 58, algunos de ellos migratorios, 17 en total.

Son de los principales polinizadores. En un día, consumen su propio peso en néctar. Su vuelo es único y se asemeja a los dioses: tienen 200 batidos de ala por segundo. Y pueden volar hacia atrás o mantenerse suspendidos en un sitio. Cuando los españoles los vieron los llamaron pájaros mosca. Pero son muy superiores, pueden volar a una velocidad de 70 kilómetros por hora y cuando están en época reproductiva, algunos alcanzan hasta 130 kilómetros por hora en picada.

Sus flores favoritas son las tubulares de color rojo o amarillo. Cuando fueron creados les coloqué un corazón enorme para que pudieran bombear con mayor rapidez y así obtuvieran todo el oxígeno que necesitan para aletear a velocidades tan altas. Les otorgué un cerebro muy grande comparado con otras especies de su tamaño, para que pudieran recordar dónde están las flores y cuando producen néctar, y también recordar la ruta de migración que hacen desde Alaska hasta México. Les di una larga vida, de 12 a 18 años.

Desde el Omeyocan escuché los pequeños sonidos que emiten con su garganta, me llamaban. El colibrí Coqueta de Atoyac llegó hasta allá, emitía sonidos con las plumas de sus alas cuando las golpeaba el viento, como una armónica. Me dijo desesperado que sus hermanos están en peligro, su hábitat, el bosque tropical de montaña en el Estado de Guerrero se ha reducido a tan sólo 40 kilómetros cuadrados, los humanos han depredado la zona.

También dijo que el colibrí Cola Hendida sufre lo mismo, su hogar en las dunas costeras de la Península de Yucatán ha perdido la mitad de su extensión original, debido al crecimiento urbano.

De las 350 especies están amenazadas el 10 por ciento; en México están en peligro de extinción 20 por ciento. Es una vergüenza que en la tierra de los Mexicas no respeten los recursos naturales y a todos los seres vivos.

Cuando estuve herido Ometecuhtli y Omecíhuatl, la pareja creadora me ayudó. En estos años de ausencia Ometecuhtli me enseñó a pelear de forma inteligente y no como solía hacerlo: con las vísceras. Ahora he vuelto para acabar con la maldad hacia los colibríes.

Huitzilopochtli golpeó al brujo, quien se defendió bravamente, lanzó hechizos y trató de acabar con el dios de la guerra. Pero fue inútil, el titán lo asesinó. Luego me miró y me dijo: todas las almas de los colibríes que han asesinado me los llevaré al Omeyocan. Y si acaban con todos, la humanidad nunca volverá a verlos. Ese será su castigo.

Luego regresó a su forma de ave, de pronto vi las almas de los colibríes que volaron tras él, escuché otro estruendo y llegó la oscuridad. Al volver la luz no había nadie.

Proyecto realizado para la maestría en Comunicación 2019-2021

FCPyS-UNAM

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