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El viejo capitalismo

 

César Romero

Sin recurrir a Carlos Marx o Ayn Rand, el inminente desmantelamiento de General Electric ilustra a la perfección el alcance de la transformación económica de los últimos 150 años. La historia de G.E. es un ejemplo de innovación y profundo impacto social que cambió el mundo y también de algunos grotescos excesos asociados con la riqueza más enferma.

Creada en 1889 al fusionarse la compañía de Thomas A. Edison y sus principales competidores —Edison General Electric fue su primer nombre–, la corporación llegó a ser el gran ícono del capitalismo oligopólico que llevó la industrialización de Estados Unidos hasta niveles imperiales.

Proveedora de los ingenieros y equipo militar con que su país ganó la Segunda Guerra Mundial, G.E.aprovechó como nadie el boom que siguió para producir los electrodomésticos que en muchos sentidos definieron el American Way of Life durante la segunda mitad del siglo XX. Incluso, a mediados de los años 80´s al adquirir NBC llegó a colocar su logotipo en la cima del emblemático Rockefeller Center de la ciudad de Nueva York.

De la bombilla eléctrica a los enormes generadores que alimentan ciudades enteras; del primer motor eléctrico a la primera planta nuclear comercial. La lista de invenciones y patentes en poder de G.E. es enorme. Entre otros: el plástico maleable, el silicón, los aviones comerciales, los tranvías, locomotoras eléctricas, la maquina de rayos X, la luz LED.  Incluye, por supuesto, la radio y televisión de bulbos, los equipos de rayos laser e infinidad de electrodomésticos y aparatos médicos.

Caso representativo del máximo crecimiento económico que a finales del siglo pasado llamábamos “el capitalismo salvaje”, en los 80´s y 90´s, durante el reinado de Jack Welch, uno de sus últimos C.E.O.´s la empresa entró al mundo financiero y mediático, multiplicando su valor de mercado de los 25 mil millones de dólares a los 100, mil millones.

En ese contexto, el ocaso de la economía industrial y analógica y el despegue de la economía de servicios y digital es cuando la “riqueza obscena” permitió que el presidente de la compañía viajara por el mundo utilizando dos jets corporativos al mismo tiempo.

El anuncio de días pasados de que próximamente G.E. será partida en tres empresas distintas es apenas el último clavo de un ataúd que ya en 2018 significó la salida de la empresa del grupo preferente de acciones en la bolsa de Nueva York, un club que hoy dominan las gigantes de la tecnología que tienen embrujado el mundo del dinero, por lo cual alcanzan, cada una, un valor de mercado de 1 millón de millón de dólares.

El nuevo capitalismo

La noticia del fin de G.E. fue opacada por la “caja china” presentada por el joven Zuckerberg al rebautizar Facebook como “Meta”, en referencia a su visión del futuro inmediato, el “metaverse”.

En este tiempo interesante en el que la adoración del cordero dorado se ha convertido en el valor supremo, y la producción de “cosas” es mucho menos importante que la de “experiencias”, la acumulación de riqueza parece obedecer las leyes físicas de la gravedad. Dinero llama dinero, podríamos decir.

Clásica “fuga hacia adelante” por el derrumbe del prestigio del gigante tecnológico que creó hace apenas 15 años y una especie de plagio de un recurso –la realidad virtual– ya ampliamente utilizado por la industria de los videojuegos, el anuncio de Zuckerberg es, en sí mismo, un lapsus maravilloso. Veamos:

Resulta que el término “metaverse” fue inventado por Neil Stephenson´s en su novela de ciencia ficción “Snow Crash” de 1992, que trata sobre un magnate enloquecido –claramente inspirado en el fundador de la Dianética y hoy podría encarnar el propio Zuckerberg–, quien controla los medios de comunicación, por lo cual es dueño del único camino para entrar al metaverse, un mundo de fantasía que permite a sus usuarios escapar de una realidad de pesadilla. Eso, antes de que el villano decida introducir una especie de virus biológico-digital que afecta tanto a las computadoras como a las personas, por lo cual “apaga” los cerebros humanos, arrancándoles la capacidad de hablar o entender siquiera el lenguaje.

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