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Escenario Dos

Estados Unidos, ocaso imperial

 Con la más alta participación ciudadana en su historia, la elección presidencial se mantiene sin un claro y definitivo ganador. Joe Biden se dice confiado en que el recuento final le dará la victoria, mientras Donald Trump denuncia fraude y promete defender su triunfo en tribunales.  La encrucijada difícilmente podría ser más complicada. Vale compartir un relato a partir del segundo de los dos escenarios más probables.

Escenario Dos:

 

Donald Trump representa un retroceso histórico de consecuencias profundas y dolorosas. Sin embargo, la ilusión de una nación gobernada por una oligarquía en la que una minoría blanca desafía al resto del mundo volvió a darle 4 años más en la Casa Blanca.

Con una participación ciudadana de 160 millones de sufragios, Trump utilizará toda la fuerza del Estado para reclamar una victoria de una cerrada elección marcada por la pandemia, una profunda crisis económica y la más profunda brecha ideológica al interior de la sociedad Americana desde la Guerra Civil.

 

En un escenario no visto durante los últimos 100 años, dos de cada tres ciudadanos votaron. En persona o a la distancia, su participación constituye, en sí mismo, un poderoso mensaje en el sentido de que democracia y populismo son la marca de estos tiempos interesantes.

 

Las reglas del sistema político de este país –elección indirecta mediante grupos de delegados por cada uno de la inmensa mayoría de sus 50 estados–, se fueron reflejando en los resultados parciales, que en un inicio parecían favorecer al candidato demócrata, pero al avanzar la noche del martes 3 de noviembre, mostraron una clara tendencia a favor del candidato republicano.  

 

En cualquier caso, en números absolutos, Trump volvió a imponerse a pesar de, por segunda ocasión no obtener una mayoría en el voto popular.

 

Consecuente con su incongruencia, el presidente Trump salió cerca de media noche a los jardines de la Casa Blanca a proclamar una victoria aún no confirmada oficialmente en esos momentos, para regocijo de quienes desde hace 4 años le compraron su visión excluyente y primitiva de regresar al país a la supuesta grandeza de mitad del siglo pasado.

 

Como siempre ocurre en los sistemas democráticos modernos, ninguna victoria es definitiva y ninguna derrota para siempre, las tentaciones autoritarias y seudo-fascistas del señor Trump ponen en riesgo tanto el liderazgo global de este país, como su condición de referente mundial de una narrativa de inclusión y progreso.

 

 

El verdadero ganador

 

La victoria electoral del caballero de los peluquines de colores brillantes representa un triunfo del Estados Unidos como una especie de paraíso del capitalismo salvaje en el que el valor supremo es el dinero, y para obtenerlo cualquier cosa esta permitida. Todo ello, versus la retórica de empatía y profesionalismo que Joe Biden representaba.

 

Los dos son rostros verdaderos de una misma realidad, que quedo muy claramente ilustrada en el mapa político del país: dos costas azules (demócratas) de alta densidad demográfica que concentran la riqueza y la generación del conocimiento, en medio de un enorme océano rojo, con relativamente poca gente, pero más fáciles de convertir a la predica del egoísmo y la voracidad que el propio presidente representa.

 

Pero no nos engañemos, la victoria de Trump y lo que representa, no fue sobre Biden, mucho menos una clase política anquilosada y artrítica que representa, sino fue sobre los efectos sociales ante el virus que ha costado más de un millón de muertos, la cuarta parte de ellos en este país que representa menos del 5 por ciento de la población mundial.

 

Es necesario decirlo:

 

 A pesar de sus exabruptos, sus berrinches, la apuesta que, como la celebre caja de Pandora que él mismo abrió hace 4 años cuando abiertamente promovió el aislacionismo,  la búsqueda de riqueza escandalosa y alentó el racismo, la xenofobia, autoritarismo y el resto de los peores prejuicios, es probable que en un escenario menos dramático de la pandemia –casi 240 mil estadounidenses han muerto de COVID-19–, desde el pulpito de su cuenta de twitter y su cajón de trucos de manipulación de la social media,  Trump consiguió ganar la reelección.

 

Estados Unidos, rumbo al ocaso

 

Campeón mundial indiscutible en la industria de la propaganda –creada por Lenin y perfeccionada por Hitler/Gobbles–, Estados Unidos logró transformar la democracia convencional en un gigantesco espectáculo que, cada 4 años, renueva la legitimidad de su principal liderazgo político.

 

Es una gran batalla de una muy compleja red de intereses que se expresa en la forma binaria: rojo o azul; partido demócrata o partido republicano; Biden o Trump.

 

Sin poder escaparse al dilema principal de cada elección presidencial de medio término —su condición de referéndum sobre el mandatario en funciones—, todo el talento y todo el dinero del sistema se ocupar de construir la mejor narrativa posible para su propia agenda.

 

Desde lejos, parece sencillo. Un país con 250 millones de electores, en el que la demografía y niveles de desarrollo educativo le dan una ventaja cada vez más amplia a los demócratas, como ocurrió en el 2000, el 2016 y el propio 2020, una clara mayoría del “voto popular” ha sido/será, para Albert Gore, Hillary Clinton y Joe Biden.

 

Sea por el peso del dinero, o el talento político de quienes mueven los hilos de los grandes intereses económicos que les permite construir reglas y narrativas que les ha permitido que en los últimos 20 años tres veces, el triunfo sea para quienes obtuvieron menos votos que sus oponentes.

 

Pero cuando se incluye el factor del colegio electoral, vieja figura de la democracia indirecta, y la importancia de segmentos específicos de ciudadanos en distritos específicos de un pequeño número de estados “bisagra”, el esquema se complica muchísimo más.

 

Más allá del trabajo “en tierra” en que las estructuras de los gobiernos estatales y municipales operan casi siempre de manera descarada en favor de sus candidatos, movilizando votantes y manipulando las reglas todo lo que pueden, en los últimos días de campaña la contienda se centró en construir la narrativa más útil para cada candidato:

 

En este 2020, desde la perspectiva de Trump, de lo que se trataba es convencer a esos grupos específicos de que Biden es un socialista, un político que por 47 años ha impulsado una agenda social extremista que atenta contra todos los valores del verdadero pueblo americano.

 

Desde la perspectiva de Biden, el mensaje central es evidenciar el mortal desastre en el manejo oficial de la pandemia.  Ser el país con más muertes en todo el mundo (240 mil) y con una pavorosa tasa de 99 mil nuevos enfermos cada día, puede ser un argumento contundente.

 

Además, como una especie de sub-tema dirigidos a grupos específicos de votantes, está la denuncia por los 540 niños migrantes que hace más de un año fueron separados de sus padres, recluidos en jaulas y ahora el gobierno federal no tiene manera de reintegrarlos con sus familias.

 

Con el detalle de los resultados –¿tendrán los demócratas la mayoría en el senado y en la Cámara de Representantes?–, se irá definiendo un  muy peculiar segundo mandato de un personaje que, seguramente sin sana distancia, volverá a ofrecer 4 años más de aislamiento, racismo y “Fake news”.

 

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