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Esenario Uno: La promesa se renueva

 

Estados Unidos: la promesa se renueva

 

 Con la más alta participación ciudadana en su historia, la elección presidencial se mantiene sin un claro y definitivo ganador. Joe Biden se dice confiado en que el recuento final le dará la victoria, mientras Donald Trump denuncia fraude y promete defender su triunfo en tribunales.  La encrucijada difícilmente podría ser más complicada. Vale compartir un relato a partir del primero de los dos escenarios más probables.

Escenario Uno:

 

Donald Trump representa un retroceso histórico de consecuencias profundas y dolorosas. Sin embargo, el proyecto de una nación de libertades e inclusión logró vencer al Señor del egoísmo, la banalidad y los odios.

Con una participación ciudadana de casi 160 millones de sufragios, Joseph Biden se perfila como ganador en una elección marcada por la pandemia, una profunda crisis económica y la más profunda brecha ideológica al interior de la sociedad Americana desde la Guerra Civil.

En un escenario no visto durante los últimos 100 años, dos de cada tres ciudadanos votaron. En persona o a la distancia, su participación constituye, en sí mismo, un poderoso mensaje de la vuelta de Estados Unidos a la retórica de la esperanza de la era Obama-Biden.

Profundamente dividido –demografía es destino–, el país se dibuja como un mapa de las dos costas de color azul (demócratas), en donde la mitad de la población vive en ciudades y se concentra la riqueza y generación de conocimiento. Ello, en medio una especie de océano rojo (republicanos), donde el aislamiento impera y los prejuicios se contagian con mayor facilidad.

Las reglas del sistema político de este país –elección indirecta mediante grupos de delegados por cada uno de la inmensa mayoría de sus 50 estados–, se inclinaron desde temprana hora de la noche del histórico martes 3 de noviembre a favor del candidato demócrata.

El número definitivo de los 270 votos electorales se perfiló desde la madrugada del miércoles, cuando además de Arizona, Biden tomó la delantera en Wisconsin y Michigan.

Consecuente con su incongruencia, el presidente Trump intentó escatimar el reconocimiento de su derrota. Probablemente, con la idea de poder capitalizar la frustración y el odio de quienes cuatro años antes le compraron su visión excluyente y primitiva de regresarle al país su supuesta grandeza de mitad del siglo pasado.

Como siempre ocurre en los sistemas democráticos modernos, ninguna victoria es definitiva y ninguna derrota para siempre –a pesar de las tentaciones autoritarias y seudo-fascistas del señor Trump–, haber limitado su mandato a un solo periodo es, ciertamente, razón para celebrar.

Nuevas Promesas

“You´re Fired!”

Más allá de aplaudir la decisión de una apretada mayoría de ciudadanos de despedir de la Casa Blanca  (+2 por ciento en el voto popular) al conductor de un mediocre reality show que llegó al poder a partir de los insultos y las mentiras, sería bastante inocente suponer que todo cambiará con la llegada de un político profesional de 77 años.

Quizá sí, valga reclamar pronto que quien alguna vez se refirió a un grupo de trabajadores indocumentados con un muy claro “ustedes también son Americanos”, cumpla, para principios de mayo del 2021, con la construcción de una avenida legal para esas 11 millones de personas que ya han construido su hogar en este país.

También, será justo reclamar la vuelta de Estados Unidos al liderazgo mundial en las causas ambientales. Con la consecuente gran reforma estructural para pasar de la era de los hidrocarburos a las energías renovables que tanto urgen.

La promesa de una campaña global en torno al “Buy American”, podría ser más que una bandera electoral, si y solo si, supone acelerar la apuesta por la ciencia y la tecnología, por encima de la vieja guardia de la gran industria del petróleo.

Del resto de reclamos –Black Lives Matter, el combate al acoso sexual y búsqueda de equidad de género, entre muchos otros–, el propio resultado de la jornada electoral es evidencia concreta de una sociedad que, de píe y en píe de lucha, apuesta por mantenerse en el lado correcto de la historia.

El verdadero ganador

La derrota del caballero de los peluquines de colores brillantes representa un triunfo de Estados Unidos como un país de instituciones, de un cuidadoso balance de intereses que conforman un proyecto común de 330 millones de personas y un rol crucial en un sistema internacional en el que el progreso se mide en el combate a la pobreza y a la enfermedad vs. la adoración obscena de la riqueza y el desprecio a (casi) todos los demás.

Los dos son rostros verdaderos de una misma realidad. Lo que se ajusta, para bien, es el énfasis de la narrativa central.

Pero no nos engañemos, a Trump y lo que representa, no lo venció Biden, mucho menos una clase política anquilosada y artrítica, sino el virus que ha costado más de un millón de muertos, la cuarta parte de ellos en este país que representa menos del 5 por ciento de la población mundial.

Es necesario decirlo:

 A pesar de sus exabruptos, sus berrinches, la apuesta que, como la celebre caja de Pandora que él mismo abrió hace 4 años cuando abiertamente promovió el aislacionismo,  la búsqueda de riqueza escandalosa y alentó el racismo, la xenofobia, autoritarismo y el resto de los peores prejuicios, es probable que en un escenario menos dramático de la pandemia –casi 240 mil estadounidenses han muerto de COVID-19–, desde el pulpito de su cuenta de twitter y su cajón de trucos de manipulación de la social media,  Trump bien podría haber ganado la reelección.

Y todo ese capital de intereses obscuros y tentaciones de regresión histórica no se borrará por el solo regreso a la Casa Blanca de la retórica de la unidad y la empatía.

A sus 77 años, es muy probable que Joe Biden ya haya alcanzado su mayor logro profesional –quitarle a Trump en control de los botones nucleares–, pues nada garantiza que Estados Unidos podrá retomar su sentido de unidad nacional e inclusión social. En el caso de que la tendencia actual no sea revertida en tribunales y con una nación tan claramente dividida en dos, difícilmente se podrá esperar la construcción de grandes consensos.

En cualquier caso, nadie podría llamarse a engaño, dado que su estrategia de campaña se centró justamente en que Biden no es Trump.

Estados Unidos, de vuelta

Campeón mundial indiscutible en la industria de la propaganda –creada por Lenin y perfeccionada por Hitler/Gobbles–, Estados Unidos logró transformar la democracia convencional en un gigantesco espectáculo que, cada 4 años, renueva la legitimidad de su principal liderazgo político.

Es una gran batalla de una muy compleja red de intereses que se expresa en la forma binaria: rojo o azul; partido demócrata o partido republicano; Biden o Trump.

Sin poder escaparse al dilema principal de cada elección presidencial de medio término —su condición de referéndum sobre el mandatario en funciones—, todo el talento y todo el dinero del sistema se ocupar de construir la mejor narrativa posible para su propia agenda.

Desde lejos, parece sencillo. Un país con 250 millones de electores, en el que la demografía y niveles de desarrollo educativo le dan una ventaja cada vez más amplia a los demócratas, como ocurrió en el 2000, el 2016 y el propio 2020, una clara mayoría del “voto popular” ha sido/será, para Albert Gore, Hillary Clinton y Joe Biden. 

Pero cuando se incluye el factor del colegio electoral, vieja figura de la democracia indirecta, y la importancia de segmentos específicos de ciudadanos en distritos específicos de un pequeño número de estados “bisagra”, el esquema se complica muchísimo más.

Más allá del trabajo “en tierra” en que las estructuras de los gobiernos estatales y municipales operan casi siempre de manera descarada en favor de sus candidatos, movilizando votantes y manipulando las reglas todo lo que pueden, en los últimos días de campaña la contienda se centró en construir la narrativa más útil para cada candidato:

En este 2020, desde la perspectiva de Trump, de lo que se trataba es convencer a esos grupos específicos de que Biden es un socialista, un político que por 47 años ha impulsado una agenda social extremista que atenta contra todos los valores del verdadero pueblo americano.

Desde la perspectiva de Biden, el mensaje central es evidenciar el mortal desastre en el manejo oficial de la pandemia.  Ser el país con más muertes en todo el mundo (240 mil) y con una pavorosa tasa de 99 mil nuevos enfermos cada día, puede ser un argumento contundente.

Además, como una especie de sub-tema dirigidos a grupos específicos de votantes, está la denuncia por los 540 niños migrantes que hace más de un año fueron separados de sus padres, recluidos en jaulas y ahora el gobierno federal no tiene manera de reintegrarlos con sus familias.

Con el detalle de los resultados –¿tendrán los demócratas la mayoría en el senado y en la Cámara de Representantes?–, se irá definiendo un  muy peculiar interregno de 2 meses y medio, hasta el tercer lunes de enero de 2021 cuando, con o sin sana distancia, el nuevo presidente tomará protesta.

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