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Fanáticos

Nació a finales de 2017 como un “post” perdido en el difuso universo del internet. Auto bautizado con una sola letra –“Q”-, surgió, de un momento a otro, como la voz anónima del marketing político –estruendoso y emocional– al servicio de Donald J. Trump, el presidente de Estados Unidos.

QAnon como movimiento social, expresaba a la perfección algunos de los rasgos fundamentales de un cierto tipo de racionamiento religioso construido a partir del odio y la ignorancia.

Teoría conspirativa favorita de la era digital, QAnon tiene como eje principal la “revelación” sobre la existencia de un Estado Profundo constituido por una red de pedófilos y adoradores de Satán que controlan el poder económico, político y mediático a nivel mundial. Una convicción que en este 2022 comparten 41 millones de estadounidenses.

De acuerdo con una amplia encuesta –más de 19,000 entrevistas—elaborado por el Public Religion Research Institute (PRRI), el 16 por ciento de la población comparte la visión de esta amorfa organización que hoy constituye una de las principales bases de apoyo de la derecha radical de éste país.

Lo que el FBI considera una organización cercana al “terrorismo doméstico” es un colorido conjunto de personajes que se ven a sí mismos como “cristianos” y “patriotas” y según el estudio del prestigiado think tank basado en Washington D.C. son, mayoritariamente de “raza blanca”, de baja escolaridad, pocos ingresos y más propensos a votar republicano.

No es que el racismo, el culto a las armas y la violencia, o el desprecio hacia las autoridades sean expresiones nuevas entre amplios segmentos de la sociedad. La plataforma global de difusión que ofrecen las “benditas redes” y el amplio apoyo que tuvo desde la Casa Blanca sí lo fueron.

“Abre los ojos”, decía el primer post del misterioso Q, “muchos en nuestro gobierno adoran a Satán”.

Escrito primero por un activista sudafricano (y luego por otro radicado en Filipinas), el pensamiento de “Q” se convirtió en una especie de doctrina que fue adoptada de inmediato por el propio Trump y su circulo más cercano, sobre todo la leyenda urbana del “pizza-gate”, desquiciada versión de que, desde el (inexistente) sótano de una pizzería en la capital de Estados Unido Hillary Clinton encabezaba una red mundial de trafico y abuso sexual de niños, como parte de sus planes secretos para controlar el planeta.

Escondidos detrás de una retórica sobre la protección de los niños y la libertad de expresión (como excusa para difundir propaganda supremacista blanca, neo-nazi y de  anti-inmigración), QAnon sobrevivió al repudio global al ataque golpista contra el capitolio e 6 de enero del año pasado y sigue manteniendo el apoyo de una estruendosa minoría que probablemente logrará aumentar su presencia política a nivel nacional en las elecciones intermedias del próximo noviembre.

 

Cierto que nada mejor que las tempestades, tragedias y guerras para sacar a la luz nuestra naturaleza más primitiva. Cuando la polarización se convierte la dinámica dominante de las relaciones sociales y entre países, los sentimientos desplazan a los argumentos. La guerra, a la política. Es entonces –¿ahora? –, el tiempo de los fanáticos.

 

 

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