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Medios y poder: los malentendidos

Para entender desde las mañanerasdel presidente de México al lanzamiento mundial de la plataforma Disney Plus, resulta necesario detenerse un momento en una nueva realidad y su impacto en la relación entre gobernanza y comunicación.

Primero la política.Al menos en las llamadas democracias representativas, ya no es valida la vieja formula según la cual para gobernar era suficiente con obtener el respaldo ciudadano en cada jornada electoral. Tanto el de Tony Blair como el de Bill Clinton son dos casos típicos de gobiernos con atención permanente al termómetro de la opinión pública. Y eso fue antes del surgimiento de las benditas redes, cuando la comunicación se convirtió global, instantánea e interactiva.

 

Segundo los medios.Desde finales del siglo IXX cuando la guerra comercial de dos tabloides neoyorquinos –The New York Journalde William Randolph Hearst y New York Worldde Joseph Pulitzer— provocaron la guerra entre Estados Unidos y España, los grandes emporios mediáticos han funcionado mucho más como maquinarias de propaganda, que como espacios de verdad y libertad. Y eso fue antes de la llegada de la revolución digital que borró fronteras y transformó la estructura misma de las industrias de la comunicación y la información. De los teléfonos de disco a WhatsApp, del periódico de papel con cafecito por las mañanas a Google newsy el torrente permanente de breaking news a través del celular.

 

Del Citizen Kane a Rupert Murdoch, la influencia mayor en la industria mediática la han tenido grandes personajes que parecen cortados por una misma tijera (ególatra y autoritaria): llamase Berlusconi, Hearst, Azcárraga, Cox, e incluso Zuckerberg. Claramente los Kapuściński o Fallaci han sido la excepción y no la regla.  El punto aquí es que en la mayor parte de los casos el periodismo ha operado dentro del establishment.

 

En el caso mexicano uno pensaría que tanto los propios modelos de negocio de la radio, televisión y los periódicos, como sus niveles de credibilidad en la sociedad hacen evidente cuál ha sido su rol entre sociedad y gobierno. El tema hace crisis cuando el nuevo gobierno no invierte en publicidad y, para colmo, busca adueñarse de la narrativa pública con sus predicas matinales y, claro, desde las benditas redes.

 

Muy probablemente la presidencia de Obama fue el primer caso en el que la Casa Blanca optó por la comunicación con la sociedad de manera directa, sin la antes obligada intermediación de los medios. Trump, Obrador y los demás simplemente siguieron sus pasos.

 

Así pues, en el mundo de hoy gobernar sin comunicar resulta virtualmente imposible. La batalla por las audiencias es cada día más ambiciosa (el planeta se divide en dos grandes mercados: China y todos los demás países) y los grandes competidores son un puñado de gigantes.

 

Sin embargo, en este mundo pequeño, la fragmentación de las audiencias y la misma naturaleza del contenido digital, han abierto una gran cantidad de puertas para la producción de historias independientes y de calidad. Incluso en el campo del periodismo.  Es en esta línea que el caso de Julian Assange y WikiLeaks sí marca un parteaguas y el de Jorge Ramos y sus valientes desplantes, pues no.

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