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México 68, 50 años después

Expresión territorial de una civilización milenaria, México es un país con particular fascinación por lo dramático. La muerte ha sido siempre un elemento central en la vida de un pueblo plagado de contradicciones, problemas y un profundo amor a su identidad nacional. A 50 años de distancia, la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 sigue siendo una profunda marca en el tejido social de esta nación.

 

Algunos en silla de ruedas, los más audaces en andaderas, buena parte de aquellos líderes estudiantiles que hace medio siglo formaron parte de la versión mexicana de ese gran movimiento social que sacudió buena parte del mundo, saldrán a las calles de la Ciudad de México este domingo 2 de octubre.

Lo ocurrido en la Plaza de Tlatelolco la tarde-noche de ese día hace 50 años fue, en ese momento, prácticamente desconocido para la mayor parte de la población y deliberadamente escondido por los medios y el gobierno. Sin embargo, la brutalidad de los hechos –¿decenas, cientos? de estudiantes universitarios muertos a manos de soldados y agentes policiacos–, se convirtió en poco tiempo en un símbolo fundamental del nacimiento de un “México moderno”.

El asesinato, encarcelamiento y tortura de cientos de estudiantes, uno de los sectores más beneficiados por el sistema político que parió la revolución mexicana, es considerado un punto de quiebre en la relación entre un Estado autoritario y al servicio de los más ricos y una sociedad civil con sed de democracia y justicia.

México 68 fue, en su momento, la etiqueta de los Juegos Olímpicos de ese año, una gran fiesta con que el país supuestamente brillaría a nivel mundial. Signo de su tiempo esas Olimpiadas pasaron a la historia por los puños en alto, el black power, de dos atletas estadounidenses y México 68 fue, es, una de las últimas grandes expresiones de una nación ensangrentada por la violencia criminal de sus propias autoridades.

Medio siglo después, en la víspera de la llegada al poder de un proyecto político que se dice de izquierdas, la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 sigue siendo una profunda marca en el tejido social mexicano.

El boom de los 70´s

En sintonía con el animo de rebeldía de la juventud de esa época en casi todo el mundo, buena parte de los estudiantes universitarios y politécnicos de los años 60´s, simpatizaban con las ideas revolucionarias de los jóvenes barbudos que desde la isla de Cuba se atrevían a desafiar al imperialismo yanqui en sus propias narices. Eran años en que los movimientos de liberación nacional soplaban aún en África y otras regiones. Fueron los años de Sartre, Marcuse y de Cortázar.

En México, en lo político al 68 siguió un doble proceso: por un lado, la radicalización de algunos pequeñísimos segmentos de jóvenes que fueron rápidamente infiltrados por las fuerzas más obscuras del Estado y protagonizaron efímeras manifestaciones de guerrilla urbana. El lamentable recuerdo de la Liga Comunista 23 de septiembre demostró que, de la radicalización a la gansterización, hubo apenas unos cuantos pasos.

Por el otro lado, pocos años después, desde el propio gobierno se alentó y financió una importante reforma política que, además de excarcelar a una buena cantidad de presos políticos, abrir un puñado de espacios en el congreso a la oposición de izquierda, suavizó un poco la retórica anticomunista propia de la Guerra Fría que todavía definía el balance geopolítico del planeta.

En paralelo y con el estilo despilfarrador de recursos públicos que acompañaron el boom petrolero de la segunda mitad de los 70´s, las grandes universidades públicas vivieron un crecimiento muy notorio de su matricula estudiantil. Convertida en una especie de laboratorio social, la educación superior fue el refugio natural de buena parte de los sobrevivientes del movimiento estudiantil de la década anterior. De la mano de un sindicalismo fresco e importes conquistas laborales, el grito “¡2 de octubre no se olvida!”, se convirtió en una consigna políticamente correcta en casi cualquier marcha y/o manifestación.

Las crisis “permanentes”

Al envejecimiento y burocratización cuasi naturales de partidos y sindicatos, siguió el agotamiento de las revoluciones de cubículo y la sobre-ideologización de una parte de la actividad universitaria.

En paralelo, durante los años 80´s y 90´s, las élites económicas y políticas del país encontraron en la retórica del “consenso de Washington” y los modelos privatizadores como los que encabezaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la inspiración necesaria para acelerar, por citar a un clásico, “el proceso de concentración del capital” y fortalecer sus cartas en lo que otro clásico llamó “el capitalismo salvaje”. Sí, en México de ahí viene la celebre “mafia del poder”.

Y si jóvenes universitarios mexicanos de los años 60´s eran, casi por definición, hijos del privilegio y la movilidad social, los jóvenes de las décadas siguientes fueron resultado de las grandes crisis económicas y el estancamiento y descomposición social que definen al país desde entonces.

Tanto el abrupto despertar de la solidaridad ciudadana en la capital del país, ante la tragedia del sismo de 1985, como el surgimiento de levantamientos cívicos-electorales en Chihuahua y otras ciudades del país, el movimiento estudiantil de la UNAM de 1986-87 las consecuencias del primer gran intento de transformación del PRI –la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas de 1988–, e incluso su propia llegada al gobierno de la Ciudad de México en 1997, son fenómenos que siempre tuvieron su punto de partida en la idea de que todo comenzó el 2 de octubre de 1968.

Del 2000 al 2018

Sin preocuparse demasiado ante el hecho de que quién primero logró sacar al PRI de Los Pinos fue un ex gerente de la Coca Cola y no un añejo luchador social, sin ocuparse del peso que ha tenido en la vida económica del mundo las revoluciones tecnológicas de las últimas décadas, en el imaginario colectivo de amplios sectores de la clase media ilustrada del país, la profunda herida del 68 sigue ocupando un sitio especial en sus mentes y en sus corazones.

Después de todo, en un país en el que poco menos de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, con niveles de desigualdad económica de los más extremos a nivel global, con un país vecino encabezado por un personaje que lucra con el insulto y rechazo a los mexicanos, no debería ser una gran sorpresa, para citar a otro clásico, que “seamos un pueblo que imagina su futuro mirando hacia el pasado”.

En 2018, en un país donde más del 80 por ciento de la población no había nacido aquel infame 2 de octubre de 1968, la conmemoración de esa fecha sigue siendo un parteaguas importante para millones de personas.

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