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México y Estados Unidos 2019

Entender la relación entre ambos países, más allá de las cicatrices históricas y los niveles de ignorancia mutua, supone reconocer la enorme maraña de intereses que, sobre todo, resultan determinantes en las coyunturas electorales.

Erase una vez un vigoroso emperador que prometió que, gracias al descubrimiento de enormes tesoros bajo tierra, todos sus súbditos tendrían riqueza y felicidad.  En su libro Shah of Shahs(en español El Sha o la desmesura del poder), Ryszard Kapuściński hace el relato fantástico de la aventura modernizadora del Sha Muhammad Reza Phalevi en el marco de la expansión económica internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial.

 

La historia del periodista polaco es sobre Irán y gira en torno al momento en que la revolución islámica derrocó al emperador educado en Suiza luego de su caótico intento de encontrar un atajo al desarrollo histórico de su país para transformar, de un momento a otro, un pueblo pobre y religioso en una nación industrializada y democrática.  Es, también y sin proponérselo, un retrato fiel del México que gobernó José López Portillo.

 

De hecho, alrededor del mundo y a lo largo de los últimos siglos, las historias sobre el explosivo crecimiento económico generado por el hallazgo de grandes yacimientos de petróleo son de un parecido asombroso entre sí: tanto por el enriquecimiento súbito de algunos, la corrupción desenfrenada de muchos y la violencia generalizada que suele provocar.

 

Autodefinido como “el último presidente de la Revolución”, JLP explicó alguna vez que, a pesar de su enorme poder discrecional, lo que finalmente hace un mandatario mexicano es aprender a surfearde la mejor manera que pueden las grandes olas del momento mundial en que les toca gobernar. En particular fueron dos grandes tsunamis los que marcaron al mundo en los 70´s del siglo pasado: la gran crisis de los hidrocarburos en los países ricos y la relativa debilidad del imperialismo yanqui en algunas regiones del planeta.

 

Fueron los años inmediato después del colapso bélico en Vietnam, los años de Jimmy Carter, el aumento histórico a los precios de las gasolinas, la masacre olímpica de Múnich y la crisis de los rehenes en Irán. Es de entonces el record histórico en el consumo de drogas ilícitas, de la liberación sexual y, según la derecha radical, el comienzo del fin de la civilización occidental.

 

En aquellos tiempos Estados Unidos se presentaba ante el mundo como el paladín de la libertad (económica) y la democracia. Visto desde el norte, México era un país de economía cerrada, populista y de régimen de partido hegemónico, no democrático por supuesto.

 

Cuarenta años después, el inquilino en la Casa Blanca es un personaje de la farándula, amigo de tiranos e impulsor de un proteccionismo económico del tamaño de China. Mientras, México lo gobierna, por primera vez en 80 años, un presidente que se dice de izquierdas.

 

La particular manera con que la Cuarta Transformación se intenta posicionar respecto a esas mismas grandes olas del movimiento de las dinámicas sociales de esta víspera de la tercera década del siglo XXI devela un proyecto bastante más pragmático –y quizá riesgoso—que lo que sus críticos sostienen.

 

Marcado desde el comienzo de su biografía política por el tema energético, el presidente López Obrador ha estado siempre convencido de que ‘el mejor negocio del mundo es el petróleo. Y el segundo mejor negocio del mundo es el petróleo mal administrado’.  Bastaría con recordar su tan citada frase para no sorprenderse de su guerra contra el huachicol, su nueva refinería y, en general, el modelo económico que promueve.

 

La actitud estoica asumida por el presidente Obrador ante la brutal retórica antimexicana del presidente Donald Trump sería inexplicable sin el reconocimiento tácito de que la gran apuesta económica del país está en fortalecer su relación económica con el gigante del norte.

 

Sometido a tolerar la ofensiva ideológica que criminaliza la globalización de la mano de obra, el gobierno mexicano se ocupa de detener el paso de cientos de miles de migrantes y, con sus acciones, convalida la retórica racista del señor de los tweets.

 

Y por supuesto, es de esperarse también un distanciamiento aún mayor con ese universo de 35 millones de mexicanos y Mexicans que radican al norte del muro del odio. El abandono del gobierno mexicano de su retórica migratoria tradicional, hará mucho más difícil una defensa efectiva de la agenda de las comunidades de origen mexicanas que, sin duda, se han convertido en un blanco fácil y favorito del candidato Trump.

 

Apoyado en la furia de sus seguidores y de la voracidad económica que ha mantenido los mercados financieros al alza en los últimos años, el presidente sigue concentrando utilizar la construcción del muro –y todo lo que éste representa–, como su principal bandera electoral.

 

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