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Tiempos de odio

El mundo vive un verdadero choque de civilizaciones. No corresponde, por supuesto, a aquella celebre predicción de 1973 del politólogo Samuel P. Huntington, quién aseguraba que después de la guerra fría el planeta viviría una gran confrontación entre la modernidad del Occidente y el fundamentalismo religioso del universo musulmán. La verdadera confrontación es entre una visión imperial, discriminatoria e intolerante y otra que reivindica la diversidad, la solidaridad y sueña con una gran comunidad global en la que hay espacio para todas las culturas.

Con el empoderamiento desde la Casa Blanca del sector racista y adorador de Adolfo Hitler dentro la sociedad estadounidense, el mundo entero ha dado un salto a un pasado. Mientras en Estados Unidos son cada día más comunes los ataques contra las minorías étnicas y en Europa el extremismo fascista sale al Mediterráneo para intentar hundir –literalmente–, a las lanchas repletas de familias que huyen de la violencia de los extremistas del Medio Oriente, en Corea del Norte la locura de un pequeño tirano trajo al mundo al borde del exterminio nuclear.

En suma, en este primer tramo del siglo XXI, lo que nos toca vivir son tiempo de odio. Tiempos en que los fundamentalistas de todos los signos cosechan tempestades luego de décadas de sembrar vientos de intolerancia, frustración y resentimiento.

A pesar de que el mundo verdaderamente moderno también es real –las energías renovables, la eliminación genética de muchas enfermedades, la exploración del espacio exterior–, la regresión social está perfectamente representada en el hecho de que un personaje como Donald Trump sea el comandante en jefe de la mayor potencia militar de la historia.

Para la mayoría de quienes nacimos en la segunda mitad del siglo XX, la retórica política y su eco en la propaganda política nos vendió un planeta en el que Estados Unidos se había ganado el liderazgo global gracias a su férrea defensa de la libertad y de la democracia. Y sin embargo, China, con su modelo de capitalismo feroz de Estado y sin democracia es ya la mayor potencia económica del mundo, y desde Moscú, la plutocracia encabezada por Vladimir Putin, un agente de la K.G.B. parece tener en un puño al Presidente de Estados Unidos.

No debería sorprendernos, por lo tanto, que la confusión y el desencanto conformen esa ola gigante de rechazo al todo lo que huela a sistema u orden tradicional, es hoy el gran tsunami que está arrasando a los viejos regímenes en Venezuela, Brasil, buena parte de África y diversos países de Europa.

Estados Unidos: la rebelión de los vencidos

Por supuesto, que el caso de Estados Unidos es el que más afecta a quienes vivimos aquí y este continente que la gran mayoría de sus habitantes llama América.

Mago de la manipulación mediática, el presidente Trump ha sabido construir desde su cuenta personal de twitter, un país imaginario bastante parecido a la fantasía que se vivió al final de la Segunda Guerra Mundial. Nacido en 1946 –tiene 71 años de edad, el presidente niño (caprichoso y berrinchudo), Donald ilustra bastante bien a un segmento anglosajón que moralmente nunca supo reconocerse en el lado ganador de la Guerra Civil del siglo IXX. Son racistas, y nunca en sus vidas aceptarán que una “persona de color” haya vivido en la Casa Blanca.  Sueñan con la América Industrial de principios del siglo XX, en la que, dice la leyenda, un obrero podía pertenecer a la clase media al incrustarse en el engranaje de la manufactura. Creadores y principales beneficiarios de la Globalización, odian sus resultados. 

Como sus contrapartes en otras regiones del mundo, usan la religión (en su caso al cristianismo) como una plataforma extremista para, desde la cruz, quemar a sus enemigos. Por supuesto repudian el hecho de que Estados Unidos haya sido una nación creada por inmigrantes. Rechazan sobre todo a las minorías de Afroamericanos, Latinos, judíos y, obviamente, a todo lo que les parezca musulmán.

En la misma lógica que siguieron muchos alemanes e italianos en los años 30´s de siglo pasado, quienes aún apoyan a Trump (apenas una tercera parte de la sociedad estadounidense) se montan en el odio para justificar sus propios fracasos, tanto en lo económico, educativo y, siendo francos, en muchos casos, personales.  Después de todo, el principal apoyo elector de Trump –hombres blancos mayores de 60 años de edad, pobres, con poco educación–, pertenecen a una generación que va de salida. Hay analistas que, incluso, le dan interpretaciones psicoanalíticas a la fijación del señor Trump en el gran poderío de los misiles nucleares de su país.

Axis of Evil, versión 2.0

El 29 de enero del 2002, en su discurso de State of the Nation ante el Congreso, el presidente Bush Jr. relanzó su gobierno al proclamar que Irak, Irán y Corea del Norte formaban ese “Eje del Mal” de tres países que apoyaban la perversidad del terrorismo al que acababa de declararle la guerra. 

 

Recurso clásico de los políticos en problemas —George W. Bush inició su mandato con bajísima popularidad–, lanzar una ofensiva militar es una especie de camino fácil para conseguir aplausos en casa.  Y en el caso de Estados Unidos y su maquinaria de guerra que cuesta a sus ciudadanos unos 700 mil millones de dólares anuales suele ser, además, un excelente negocio (para algunos, claro está).

Hoy que no puede ir contra Irak –después de años de una guerra costosísima y justificada en mentiras–, el gobierno de Trump encontró en el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, a su villano favorito. A sus 34 años, el nieto del dictador Kim Il-sung, quien por designio directo de Joseph Stalin gobernó Corea del Norte entre 1948 y 1994 (46 años), es una especie de reflejo en el espejo de la personalidad del flamante presidente Trump. Ególatra, frívolo y con desplantes histriónicos, Kim Jong-un ha vivido con la obsesión de construir un arsenal de armas atómicas que le permitan desafiar a sus enemigos de la región: China, Japón, por supuesto Corea del Sur.

Con la amenaza de lanzar un misil nuclear cercano a la base militar de Estados Unidos en la isla de Guam, el líder uno de los países más pobres y políticamente aislado del mundo, se convirtió en el enemigo perfecto para el señor Trump. Que el reloj nuclear se haya movido más cerca de la hora del cataclismo que nunca desde 1945 pareciera un tema menor para un presidente urgido de mover la agenda mediática lo más lejos posible de su affaire con Vladimir Putin.

Y aunque la narrativa oficial del choque de civilizaciones –el Occidente civilizado vs el islam salvaje—sigue siendo la preferida de Los Señores de la Guerra, y así se promueve cada que algún lumpen-jihadista explota algo en Barcelona, Paris, Bélgica o cualquier otro rincón del mundo, en los hechos la barbarie patrocinada por el poder –la de los poderosos vs los marginados, la de los que proclaman una superioridad racional–, nos tienen ya metidos a todos en un túnel de odio del que la salida aparece en el horizonte, si acaso, como un muy pequeñito punto de luz.

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