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Voto Latino: decisivo

¿Cuánto valen realmente los votos de los electores hispanos? ¿Qué tanto importa el tema migratorio entre los Latinos? ¿Por qué los Latinos votan proporcionalmente menos que otros grupos? ¿Cuáles son los temas que movilizan el sufragio de esta comunidad? ¿Cuáles son las razones detrás de su tradicional apatía política? ¿Cuál será su influencia en el futuro de la democracia Americana?

El martes 8 de noviembre del año que viene puede convertirse en una fecha histórica para la comunidad Latina de Estados Unidos. Potencialmente unos 25 millones de hispanos acudirán a las urnas y su voto puede decidir una de las elecciones presidenciales más trascendentes en la vida de este país.

Aunque muy probablemente serán entre 13 millones y poco menos de 15 millones quiénes finalmente votarán, lo más relevante, políticamente hablando, es que para cerca de la mitad de ellos ésta será su primera vez, o máximo segunda, que participarán en una elección presidencial.

¿Cuánto valen realmente los votos de los electores hispanos?

En un sistema político en el que las reglas mismas de la competencia electoral están diseñadas para favorecer el escenario del fifty-fifty (son muy raras las contiendas que se definen por márgenes muy amplios), de acuerdo a lo que marcan las tendencias de los últimos comicios, en 28 estados el porcentaje del voto Latino, será superior al 5 por ciento del sufragio total.

Entre ellos, por supuesto, se puede contar a Texas (27%), California (27%), Nueva York(18%) , Nuevo México (47%), Arizona (20%), Colorado (14%), Nevada (16%) Florida (17%) donde la presencia electoral de esta comunidad es muy superior al promedio nacional de casi el 11 por ciento registrado en las elecciones de 2014.

Debido a que el sistema electoral estadounidense obliga a una elección indirecta –esto es, el voto popular sirve únicamente para elegir a los electores calificados que son quienes cuentan para votar al presidente–, es claro que la alta concentración de votantes Latinos en algunos estados tradicionalmente demócrata, como California o Nueva York, tienen menos poder de definir un resultado final que otros estados normalmente republicanos, como Florida, Texas, Arizona, Colorado o Nevada.

En otras palabras, el voto Latino pesará más en los estados en que podrá ser la diferencia en el resultado final de la elección. Y a nivel nacional, eso puede ocurrir en poco más de la mitad del país.

Lo anterior, por supuesto, en la medida de que se mantenga la actual tendencia de que al menor el 75 por ciento de los Latinos sigan votando por la fórmula del Partido Demócrata (la cual, por cierto no es una regla en entidades como Texas o Florida).

El factor migratorio en las urnas

En Estados Unidos hay unos 220 millones de ciudadanos que son elegibles para votar. Dentro de una dinámica compartida por la inmensa mayoría de los países del mundo, de ellos cerca de la mitad no irán a las urnas.

En otras palabras, cerca de 110 millones de personas erigirán al próximo Presidente y Congreso estadounidense y, por lo tanto, definirán el tipo de liderazgo con que este país llegará al momento en que deje de ser la economía más grande del planeta. Ello, además de decidir el destino de los 11 millones de inmigrantes indocumentados que han hecho suyo este país (casi todos desde hace más de 10 años).

En este campo la disyuntiva no podría estar más clara: la reforma migratoria que regularice a esta gente, con lo cual coincide la gran mayoría de la sociedad, o la expulsión que plantean el precandidato Trump y sus clones republicanos.

Si bien es cierto que para los votantes Latinos el tema migratorio no es el único tema que les importa. Como el resto de la población votan con la mano en el bolsillo, pero el hecho es que en millones de familias el tema de la migración documentada es una realidad que se vive en carne propia, y por lo tanto es un asunto prioritario y que genera una muy importante movilización entre esta comunidad.

A partir de lo anterior, no debería ser sorpresa el que más de un 80 por ciento de los Latinos se manifiesten en las encuestan en contra de una posible candidatura como la de Trump.

Agotamiento democrático

En el contexto global en el que el desencantó social hacia la manera tradicional en que se hace política es el signo de nuestro tiempo, Estados Unidos no es, por supuesto, la excepción. Tanto por el consistente abstencionismo de casi la mitad del electorado, como por el surgimiento y lucimiento de propuestas anti-sistema como la del empresario Donald Trump, resulta de particular importancia la llegada anual al escenario electoral de un millón de jóvenes Latinos que alcanzan la edad para votar (18 años), desde inicios de ésta década y durante los próximos 20.

La gran paradoja de la siguiente elección es que la misma fórmula que ha permitido atraer reflectores mediático y apoyo político a personajes como Trump –la satanización y hostigamiento contra la comunidad inmigrante, particularmente de origen mexicano–, bien podría convertirse en el gran catalizador que mueva a la mayor participación electoral hispana en la historia de Estados Unidos.

El factor demográfico –los Latinos son significativamente más jóvenes que el resto de la población–, sirve para entender por qué los niveles de participación electoral han sido tradicionalmente más bajos que el promedio nacional. El mismo argumento, por cierto, ayudaría a explicar los menores promedios de escolaridad o poder económico de esta comunidad.

Sin embargo, justo ahora los Hispanos están entrando masivamente al mercado electoral. A razón de dos nuevos posibles votantes cada 30 segundos, son el mercado político que más crece en este país.

Por supuesto que el gran desafío es si, en un contexto de creciente apatía y desencanto en la política, los Latinos se integrarán a la mitad que vota o a la que no vota.

Las (nuevas) tradiciones democráticas

Cierto particularmente en el caso de los inmigrantes de origen mexicano (dos tercios del total) o los que llegaron de centro y sud América, la carencia de una añeja cultura democrática es un factor que también ha inhibido la participación política de los Latinos.

En marcado contraste con otros grupos –como la comunidad judía– donde los niveles de participación en las urnas llegan a dos tercios de su comunidad, existe la percepción de que a los Latinos no les interesa la política, quizá con la excepción de las comunidades puertorriqueña y cubana (que recibieron sin mayores trabas el derecho al voto).

Es cierto que los migrantes que llegaron de México en la segunda mitad del siglo pasado venían de un sistema político de partido dominante (la Dictadura perfecta), en el que la pirámide del poder parecía eterna, favoreciendo así autoritarismo y corrupción. Pero también es verdad que desde el 2000, ese país vive un proceso de apertura democrática real, con niveles de participación política ligeramente arriba del promedio internacional.

Por ello, asumir que los Latinos se mantendrán ajenos a la política no parece una apuesta segura. Sobre todo en el marco de iniciativas como la que recientemente lanzó la Casa Blanca para estimular a que los inmigrantes que se encuentran en condiciones de obtener su ciudadanía (cerca de 8 millones) hagan el trámite y voten.

En contraste con la propaganda tradicional según la cual en el país de Mickey Mouse, la democracia es perfecta, la misma historia reciente de la política estadounidense ha dado claras muestras de un agotamiento de las fórmulas tradicionales. La elección del 2000 (Al Gore versus George Bush) en la que el ganador del voto popular no llegó a la Casa Blanca a pesar de gran cantidad de irregularidades demostradas durante todo el proceso, es apenas un ejemplo en ese sentido.

De hecho, el mismo surgimiento de propuestas “populistas” como las del llamado fenómeno Trump es una nueva evidencia de las muchas cuarteaduras del sistema político actual.

Por ello, el arribo en esta década y la que sigue de cerca de 20 millones de nuevos votantes constituye una de las oportunidades más importantes para la recomposición de todo el sistema democrático, todavía reconocido como el menos malo de todos los mecanismos para la distribución del poder político en un país.

Una de las grandes ventajas para el electorado de cara a la elección Presidencial que viene es que muy probablemente la decisión fundamental en las urnas no será de un referéndum sobre el Presidente Barack Obama, pues los importantes avances y logros de su Administración muy probablemente se neutralizarán con el enorme encono que despertó su figura en el segmento más blanco y conservador de los electores.

En lugar de ello y más allá de quiénes sean finalmente los candidatos (Ni Hillary Clinton ni Donald Trump, los actuales punteros, son figuras cercanas a Obama) el proceso electoral estará marcado por disyuntivas que normalmente no son centrales en una elección Presidencia, pero que hoy están en la agenda de prioridades y parecen bastante claras:

En política exterior, quizá la opción del electorado sea entre liderazgo sofisticado y afín a la llamada Comunidad Internacional (tipo Clinton) o una retórica supuestamente fuerte pero de autoconsumo, un equivalente local a Vladimir Putin (tipo Trump).

En lo interno, salvo que los republicanos logren presentarse como el partido de la equidad económica (lo cual hoy parece imposible), podría ocurrir que un tema que afecta a poco más de un 3 por ciento de la población (la inmigración indocumentada) se convierta en una bandera electoral importante.

En ese escenario, la gran batalla electoral del 2016 podría terminar siendo, al menos para los votantes Hispanos, entre quienes alzan las banderas del racismo y la discriminación, y posiciones incluyentes, acorde con los valores de una nación de inmigrantes y que además parece más de acuerdo al nuevo rostro de Estados Unidos, un país que en poco tiempo más un tercio de su población será Latina.

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