Trump se desploma. El odio y el racismo no parecen suficientes recursos para alcanzarle a cruzar la barrera de las urnas. Estados Unidos tiene, por mucho, más fallecimientos por COVID-19 que ningún otro país del mundo, mientras su presidente tardó 140,000 muertes en ponerse un cubrebocas. Su desventaja en las encuestas es de dos dígitos. La economía no repunta y el desempleo sigue a niveles históricamente altos. Mientras tanto, Joe Biden lo único que tiene que probar es que él no es Trump. Y sin embargo…
¿Puede ganar Donald Trump las elecciones presidenciales? Obviamente que sí.
Lo que comenzó hace poco más de 4 años como una especie de broma cruel. El empresario inmobiliario, estrella de la farándula y nunca antes electo para cargo alguno, lanzaría su candidatura presidencial por el partido Republicano, cuya élite lo detestaba. Agitador profesional, frívolo y profesional de la mentira, Donald Trump comenzó su aventura con un mensaje en que llamó a los mexicanos violadores, culpando al NAFTA de todos los males y ofreciendo que construiría un gran muro a lo largo de las 2 mil millas de frontera con el vecino del sur.
Capaz de abrir la caja de pandora de los peores prejuicios de los grupos sociales más atrasados y amargados de su país, el multimillonario se autonombró como la voz de la mayoría silenciosa. Tiró a la basura la mínima civilidad política y, primero arrasó con los principales líderes del establishment conservador, para luego de una feroz campaña plagada de mentiras y manipulación de la social media, arrebatarle a Hillary Clinton una victoria en el colegio electoral que horas antes parecía asegurada.
Hoy, desde la Casa Blanca recibe loas de parte del presidente mexicano, al día siguiente de tomarse fotos frente a las menos de 100 millas de valla metálica hasta ahora construidas (de las cuales más de 90 son reemplazaron de lo que ya había ahí). Ambos celebran que “el peor tratado comercial de la historia de la humanidad” haya sido sustituido por otro, casi idéntico al anterior.
A la vez síntoma que cusa de una especie de explosión social que enarbola las banderas de una extrema derecha primitiva y violenta que parecía haber sido superada por globalización económica y sus efectos. A pesar de haber sido derrotado en el voto popular, supo aprovecharse del barroco del sistema electoral de este país y a mediodía del tercer lunes de enero de 2017, Donald Trump tomo posesión del poder Ejecutivo de la mayor potencia militar en la historia del mundo.
Junto con él, en una especie de coro que prometía “Make America Great Again”, llegaron a la Casa Blanca el racismo, la misoginia, el nativismo, persecución religiosa y desprecio a casi todas las minorías (salvo a ese 1 por ciento quienes controlan más riqueza que la inmensa mayoría de la población), a quienes regaló casi tres años de enormes ganancias en el circuito de la especulación financiera.
Hijo del privilegio, Donald Trump es en sí mismo una especie de símbolo de una civilización que ha hecho del culto al dinero y la popularidad sus valores supremos. Pragmático al extremo, Mr. Trump supo montarse en la gran ola de descontento entre amplios grupos sociales que, tanto en Estados Unidos como países tan disímbolos como el Reino Unido, Turquía, Brasil y Polonia se sintieron dejados a un lado por la expansión a nivel global de los mercados de productos, incluido el trabajo, sobre todo en su expresión a través de la migración.
Es necesario reconocer que sí ha sido, como lo fueron sus antecesores de los años 30´s del siglo pasado en Italia y Alemania, un verdadero agente de cambio, de regresión. Un nacionalismo radical que rechaza al resto del mundo. Una visión excluyente de la sociedad en la que el desprecio a las mujeres, a los musulmanes, a quienes tienen un color de piel distinto al suyo (rosa encendido); xenofobia y racismo han sido sus grandes banderas. Y aunque políticamente es muy poco lo que ha podido alcanzar en el desmantelamiento de un sistema político que durante más de 100 años fue modelo internacional de democracia, institucionalidad y equilibrio de poderes, siempre le queda su twitter.
La capacidad del señor Trump de conducir la conversación de la opinión pública a través de la Social Media es verdaderamente asombrosa. Con toda la ayuda que pueda haber recibido de su amigo Putin, el autócrata ruso, el presidente ha sido capaz de emprender una gran guerra contra la mayoría de los grandes medios de comunicación que no se han convertido en meros replicantes de sus diatribas de cada madrugada.
Es de suponerse que su victoria de campaña electoral al poder presentar el tributo de un popular líder latinoamericano –el presidente de México–, como muestra de su eficiencia de gobierno, difícilmente impactará más allá de ese tercio del electorado que le aplaude cualquier ocurrencia.
Como ocurre normalmente en una elección presidencial de segundo ciclo –en las cuales tradicionalmente el favorito en las encuestas es el inquilino en turno en el 1600 de Pennsylvania Avenue–, las elecciones que se llevarán a cabo en menos de 100 días serán, por encima de todo, una especie de referéndum. ¿Trump sí, Trump no? Así de claro.
Para la comunidad Latina, además de las preocupaciones centrales del resto de la población, como son economía, salud, seguridad y educación, su gran tema en la agenda del primer martes de noviembre será migración. Y sobre ese tema el dilema Trump vs. Biden parece suficientemente transparente. Votar por quién los ve como “bad hombres” y violadores, o por quién ha sabido reconocer que la inmensa mayoría de los inmigrantes “también son Americanos”.
De ahí a suponer que ese ¿12%? ¿15%? Del sufragio definirá el resultado de unos comicios de más de 100 millones de sufragios, sería demasiado. Las ventajas de hacer campaña desde el AirForce One son enormes. La habilidad de Mr. Trump para conducir la narrativa mediática es indudable (y más si el joven Zuckerberg mantiene su disposición para, de facto, votar por él). En un país donde desde hacer mucho tiempo el voto decisivo ha sido de la población blanca (todavía claramente mayoritario), el voto evangélico, sobre todo el femenino, podría ser la clave de todo.
Como hace 4 años, Donald Trump intentará llegará a las urnas como la opción antisistema, lo cual, en estos tiempos, es mucho decir. Estrella del mundo del espectáculo, ha sabido tomar ventaja de una sociedad adicta al entretenimiento. En un país en cuarentena, los debates presidenciales serán su mejor ventana para brillar. Representante perfecto del “capitalismo salvaje” será, sin duda, una opción atractiva para muchos votantes. Si, como en el 2016, logra reclutar a los mejores operadores de la post-verdad y manipulación de las emociones sociales, tiene aún más posibilidades que en aquella ocasión de volver a declararse ganador.