Por Ángeles Vázquez
Washington.- Hillary Presidenta: una mujer salva al sistema. Donald Trump Presidente: El país avanza hacia el abismo.
Las decisiones del 2016 definirán el futuro inmediato y su alcance será global.
Por ejemplo, determinará los escenarios para que ISIS pueda ser derrotado y algo semejante a la estabilidad regrese al Medio Oriente. O bien, si el (mal) llamado Estado Islámico comenzará a estallar, literalmente, en casa; en los centros comerciales, parques de diversiones y escuelas de los países que caigan en la trampa de convertir al Islam y sus mil millones de fieles en su enemigos.
En América Latina la definición electoral de Estados Unidos influirá en el destino de las corrientes sociales internas que buscan vencer al populismo en la región, o bien retomará el clásico juego de servir de excusa perfecta para los regímenes autoritarios de esta parte del mundo.
Por supuesto que Europa misma enfrenta, sobre todo en el tema de las migraciones, el dilema de definir su futuro como el de una gran área favorable a la diversidad y rejuvenecimiento demográfico, o va de vuelta a las propuestas de odio, intolerancia y exterminio del siglo pasado.
Pocas veces en la historia un año nos pone por delante tantas y tan importantes encrucijadas. Es muy probable que en el 2016 seamos testigos de que se de el primer paso a un mundo económicamente más incluyente, ambientalmente más limpio y socialmente más justo. También puede ser el año en que el circo de la violencia domine la arena global, vuelvan los grandes excesos económicos y se agrave la depredación brutal de la naturaleza.
Por supuesto que el vuelo de una mariposa en algún rincón del planeta podría generar el gran cambio universal… pero parece sensato suponer que si la mariposa aletea en los jardines del número 1600 de la Avenida Pennsylvania, en la capital de Estados Unidos, las probabilidades de impacto serían un poco mayores.
¿Qué es un año en la vida del Universo?
Según el didáctico esquema científico toda la historia del universo, sus poco más de 14 mil millones de años, pueden ser presentados dentro de un calendario de 365 días. Podría decirse que nuestro planeta aparece en escena a finales del verano -hace unos 6 mil millones de años- y desde entonces ha conocido ya cinco grandes cataclismos de exterminio casi total de todos sus habitantes. Desde esa perspectiva, la historia humana es de apenas un par de minutos y el 2016 es poco menos que polvo cósmico.
Sin embargo, desde una visión un poco más emocional, cercana al viejo oficio periodístico, es posible mirar al 2016 como un año de grandes definiciones. Sobre todo porque para muchos personas, un año más de vida podría ser un pronóstico demasiado optimista.
Los grandes maestros del arte de la prospectiva han alertado sobre los enormes riesgos de los pronósticos. Y si bien en el terreno de lo posible todo puede suceder, el campo de lo probable, el 2016 se proyecta como un momento histórico de grandes definiciones en el que grandes tendencias de nuestro tiempo definirán el futuro de, al menos, la próxima generación.
En lo económico, por ejemplo, el modelo Uber , que se caracteriza por uso de las telecomunicaciones para transformar radicalmente los esquemas laborales tradicionales-, es claramente un tsunami que se puede ver en horizonte desde las grandes ciudades del mundo y que sin duda acelerará el proceso de globalización económica. Por ello a nadie sorprende ya que el valor de mercado de una “empresa de taxis” se calcule en los 100 mil millones de dólares.
En un momento histórico en el que cerca de un tercio de la fuerza laboral del planeta está compuesta de gente muy joven, y una gran parte de esta población ni estudia ni trabaja, el desafío de los nuevos modelos económicos seguramente marcará el rumbo de los vientos de la política en casi todas las regiones.
Aunque casi totalmente vacío de contenido real, el viejo esquema ideológico que reduce la lucha política a un juego de La Derecha versus La Izquierda, el cual se utilizó durante varios siglos para definir los proyectos de gobierno, sigue siendo un esquema menos difuso que el de muchos de los nuevos proyectos antisistema que en buena parte del mundo occidental también comienzan a tomar una forma demasiado parecida al de un enorme tsunami.
En ese terreno, pocos escenarios más interesantes para tratar de leer los signos del futuro que viene que el de la elección Presidencial de Estados Unidos.
¿El futuro está hacia adelante o hacia atrás?
Es cierto que en la mayoría de las culturas, la idea del futuro es una especie de horizonte que cla-ra-men-te está frente a nuestros ojos. Sin embargo, la tesis no es de aceptación universal y para efectos de estas notas, resulta claro que en la elección presidencial la opción nueva son los candidatos que nunca antes han sido electos (como Trump, Carson o Fiorina), o quizá los candidatos más jóvenes y sin experiencia ( Rubio)… en otras palabras, aunque el marketing político hace milagros, muy difícilmente se puede presentar a Hillary Clinton como “la opción nueva”.
Pero detengámonos un momento a considerar porque la elección de Estados Unidos es relevante para todo el mundo.
Porque todavía por algunos años más este país seguirá siendo la economía más grande del planeta –a finales de esta década Estados Unidos y China representarán, juntos, cerca de la mitad del PIB mundial– y sobre todo porque su supremacía militar sigue siendo abrumadoramente mayor a la de todos los demás países. Y por supuesto que para los Latinoamericanos, en especial México, lo que ocurre en Estados Unidos sigue siendo un tema de gran interés.
En ese marco, la elección presidencial del 8 de Noviembre puede ser la contienda que marcará el rumbo de este país y su relación con el resto del mundo.
Y aunque habrá quienes sostengan que el juego electoral estadounidense se reduce a un tema de recaudación de dinero y marketing político, este particular proceso electoral -la elección presidencial- podría costar cerca de 5 millones de millones de dólares y las campañas podrían convertirse en un circo como muy pocas veces visto en este país.
En el Partido Demócrata, la contienda parece clara: Hillary Clinton es la favorita para ganar la candidatura desde el inicio del proceso de las elecciones primarias y elecciones internas en los diversos estados del país.
Esposa y socia política de Bill Clinton, el ex presidente vivo más popular, Hillary ha ganado una sola elección -para el Senado- y fue derrotada en el 2008 en unas Primarias a las que también entró como clara favorita.
Ahora, Hillary sigue pareciendo la opción más fuerte. Ello a pesar de fuertes presiones desde la izquierda de Bernie Sanders, senador por Vermont, abiertamente socialista y muy aplaudido por el segmento más joven del electorado universitario, y también eventualmente de la senadora Elizabeth Warren –Massachusetts-, quién también sostiene opciones de corte liberal con un importante énfasis en la necesidad de políticas de alto contenido social.
Después de perder la candidatura ante el entonces improbable para algunos sectores, Barak Obama; Hillary ha sido cuidadosa en extremo. La suya sería una candidatura de centro, quizá cargada a la izquierda si el ala liberal de su partido logra imponerle un vice presidente más o menos progresista. Pero a pesar del tema más obvio –su probable rol como la primera mujer en la historia en ser electa Presidenta de Estados Unidos- los escépticos aseveran que muy difícilmente se puede sostener que sea ella quién mejor represente el futuro de este país.
Para sus simpatizantes Hillary ha demostrado durante las décadas de servicio en el gobierno que tiene el conocimiento, la experiencia y la fuerza necesaria para sacar adelante un programa económico y social que beneficiaría a los ciudadanos de su país en general y pondría énfasis en las minorías que más lo necesitan, no apela sólo al voto femenino -aunque pone especial énfasis en terminar con las disparidades de salario y condiciones laborales entre hombres y mujeres en éste país y a terminar con la violencia en contra de las mujeres-, tampoco se está postulando por el apellido de su esposo, Clinton; ha dejado muy claro en los debates que tiene un proyecto de nación y lo pone a consideración del electorado para que compartan su visión de país a futuro y cuáles son las soluciones que propone para solucionar los problemas que lo aquejan, que aún siendo primer mundo, tiene grandes desigualdades entre su población, las cuáles requieren ser atendidas.
No sobra decir que sigue siendo la favorita a ser nombrada candidata a la presidencia por su partido y no ha descuidado su campaña política, no obstante los esfuerzos por distraerla de esa tarea y desacreditarla por parte de los republicanos, quienes durante varios meses insistieron en el tema del uso de un correo electrónico personal para temas oficiales cuando fungía como Secretaria de Estado.
Representante emblemático del nuevo establishment estadounidense, Hillary retomaría muy probablemente las grandes banderas de innovación tecnológica y formación de amplias coaliciones de minorías que su esposo supo capitalizar tan bien en 1992.
En una contienda que normalmente votan unas 130 millones de personas -cerca de la mitad del electorado- y con una especial aritmética en la que en casi todos los estados quien gana se lleva la totalidad de los votos electorales, en su recta final la contienda por los 270 sufragios que son necesarios para llegar a la Casas Blanca se concentra en una feroz batalla por la conquista de segmentos específicos del mercado electoral, en lugares muy concretos.
En otras palabras, en el Estados Unidos de hoy no hacen falta demasiados poderes psíquicos para asegurar que Nueva York y California serán ganados por la candidatura demócrata, o que Texas, Oklahoma, Arkansas o Tennessee terminarán en manos del abanderado republicano. Lo interesante viene cuando la aritmética se aterriza a nivel de los estados.
En un país en el que el sistema electoral mismo está diseñado para favorecer el fifty-fifty (la misma filiación partidista tiende al 50-50) y considerando que poco más del 70 por ciento de quiénes sí votan son blancos, resulta más o menos obvio que para Hillary ser la candidata de las minorías étnicas no alcanza para llegar a la Casa Blanca. Tampoco, por supuesto, ser solamente la candidata progresista. Ni siquiera el ser la candidata del partido del Presidente Obama.
La Administración Obama logró grandes avances en el rescate de la crisis económica que recibió de la era Bush, sin embargo, el primer presidente afroamericano de su país cuenta con altos índices de evaluación negativa en diversos segmentos de votantes que se identifican como conservadores.
Con mejor imagen fuera de su país que dentro, Obama es un personaje que polariza. A pesar de su tono doctoral y poses de moderado, Barack Hussein Obama fue siempre mucho más que lo que la derecha extremista de su país pudo tolerar.
En ese escenario, es donde la opción del Partido Republicano entra en escena.
Donald ¿la alternativa suicida?
Donal Trump ha sido un enemigo abierto de la Administración Obama desde el inicio de su mandato. Fue de los primeros en promover la versión falsa de que el Presidente no es realmente estadounidense, pues nació en Kenia. Durante meses, mientras hacia chistoretes para la televisión, se lanzó en una campaña para forzar a Obama a “demostrar” que realmente nació en Hawai. Después, el tema es que Obama no ama a su país.
A falta de argumentos –Obama ha sido un excelente presidente para los grandes intereses económicos estadounidenses–, los republicanos lanzaron una gran ofensiva contra la reforma de salud impulsada por el gobierno. El Obama-Care se convirtió en un estandarte ideológico que, junto con otros factores, permitió que los Republicanos ganaran grandes espacios en muchas contiendas electorales, salvo la más importante, la reelección de Obama en 2012.
Hasta antes del anuncio de la candidatura de Trump en que lanzó su campaña de odio y calumnias contra el segmento políticamente más frágil de la sociedad estadounidense, los inmigrantes mexicanos, el consenso entre los expertos es que la contienda del 2016 será un gran re-match Clinton-Bush.
Con 100 millones de dólares en el bolsillo, Jeb Bush, el ex gobernador de Florida, hermano e hijo de Presidente, entró a la arena pre-electoral a principios del 2015. Pero, de nuevo, Trump se subió al ring y todo cambió.
Sin duda, el gran factor de disrupción en la política Americana reciente ha sido el empresario inmobiliario y personalidad del mundo del entretenimiento que, a base de insultos personales, un extraordinario manejo de los escenarios mediáticos y un abierto desprecio por casi todos: mujeres, veteranos, inmigrantes, musulmanes, etcétera…, ha logrado galvanizar al segmento más radical de la derecha estadounidense. Los famosos “crayzies”, como les llamó John McCain, el legendario Senador republicano.
Teniendo como bandera principal el odio a los inmigrantes y posiciones claramente fascistas, Trump llegó al final del año como amplio favorito para ganar la candidatura del Partido Republicano a la Presidencia. Con entre 34 y 36 por ciento de posibles electores que lo aprobarían, supera por 2 a 1 a Ben Carson, el neurocirujano afroamericano que mantiene posiciones tan radicales como las suyas, y los senadores Cubano-Americanos Marco Rubio y Ted Cruz. Por supuesto, por mucho más al resto de aspirantes de su partido, incluido al tercero de la dinastía Bush en aspirar a vivir en la Casa Blanca.
Sin embargo, según diversos estudios, el apoyo a Trump se concentra en el ala más extremista de la derecha estadounidense, la cual se estima que representa apenas un 15 por ciento del electorado total, por lo que en la elección general lo obligaría a desplazarse de manera muy visible hacia el centro de la arena política, lo cual después del último Debate Republicano que los medios calificaron de haber sido un verdadero ring de boxeo, en el que el empresario refrendó su personalidad caracterizada por la confrontación, parece poco menos que imposible.
Además, diversos grupos dentro del G.O.P. (Grand Old Party como se le conoce también al Partido Republicano) han comenzado a organizarse para buscar que, a pesar de su posición en las encuestas, las bases del partido quienes realmente votan en las elecciones primarias, rechacen su eventual candidatura.
Con todo y la imagen poco favorable que sus exabruptos le producen a nivel de prensa internacional, -el periódico británico The Guardian publicó un artículo titulado “Los musulmanes que moldearon América”, en el que se enumeran a prominentes personajes que han hecho grandes contribuciones y enriquecido enormemente al país–, Donald no parece inmutarse, sabedor de que sus actitudes reflejan el pensamiento de un gran sector de la población, –xenófobos de closet–, individuos que no se muestran como son por jugar a lo políticamente correcto.
En todo caso, lo más probable es que Trump sí se convierta en abanderado a la Presidencia. El propio Donald había amenazado que, si el Partido “no lo trata bien”, él podría postularse como candidato independiente, después del último debate aseveró que eso no iba a suceder, sin embargo nada asegura que más tarde no cambie de opinión, o cambie la versión de sus declaraciones.
Ahí es donde el escenario podría ser mejor para Hillary Clinton y su partido. Empezando por el apoyo cuasi forzado del electorado Latino, pues más del 80 por ciento tienen una pésima imagen de Trump y muy probablemente nunca votarían por él.
Además, y como casi siempre que hay una elección presidencial en juego, el electorado suele manifestar su preferencias en bloque, por lo que incluso estrategas republicanos como Karl Rove han alertado sobre los riesgos de retrocesos importantes en las contiendas para el Senado, quien actualmente está controlado por los 54 republicanos vs 44 demócratas y dos independientes, e incluso para la Cámara de Representantes la cual también controlan con 246 escaños contra 188.
Así, una eventual candidatura de Trump podría convertirse en la mejor noticia para Hillary y los demócratas.
Aunque, por supuesto, siempre es posible que el tsunami antisistema al que peculiar personaje ha sabido montarse hasta ahora permea todo el proceso electoral. En ese caso, que los desplantes mediáticos y exabruptos del empresario neoyorquino terminen por imponerse, Mr. Donald juraría como Presidente y, entonces sí, las opciones de colapso y caos generalizado serían más probables.