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2017

Tan importante como los movimientos tectónicos de 1914-17 y 1939-45, el mundo vive un proceso de profundos cambios en sus estructuras sociales, económicas y políticas.

Que el planeta vive un momento de grandes transformaciones es un hecho que ya nadie disputa. Con el derrumbe reciente de las viejas manera de hacer política en lugares como Estados Unidos, Inglaterra, Colombia y muchos más, el tsunami social se expresa en un “No!” rotundo a casi todo lo que suene y huele a Establishment. Los vientos de cambio perfilan un verdadero huracán en el que las fuerzas de la intolerancia, el resentimiento, el aislacionismo y la xenofobia chocan de frente con la lógica de la globalización económica y tolerancia hacia la la diversidad.

Ojalá sin los costos de millones de vidas humanas que definieron las dos mayores olas de reajuste del orden mundial del siglo XX —las dos Guerras Mundiales—, el actual reajuste en las bases mismas de las diversas sociedades no parece ser un proceso con salidas fáciles.

A diferencia de las confrontaciones militares del siglo pasado, el nuevo escenario de conflicto no tendrá su epicentro en Europa, sino muy probablemente estará marcado por el regreso de Asia como el centro social y económico del planeta. El hecho de que China sea ya la principal economía del mundo es claramente un indicador en ese sentido.

A pesar de la retórica con que hizo campaña en Estados Unidos, la llamada Pax Americana podría acelerar su declive, justo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Más allá de su fuerza para imponerle a México un muro fronterizo, desmontar el Nafta y deportar a millones de padres y hermanos de familias Americanas, regresar la economía estadounidense a los años dorados de la década de 1950´s es una promesas imposible de cumplir.

No solamente debido a que el modelo industrial de aquellos años ha sido superado por la economía robótica del siglo XXI, sino porque la propia economía estadounidense tiene varias décadas orientada hacia el sector de los servicios. Ello, además de la obvia ventaja competitiva que tiene la mano de obra barata de todas las llamadas economías emergentes.

Personaje de un reality show, el nuevo Presidente de Estados Unidos podrá, quizá, armar una coalición de intereses con un sector económico no exportador de su país. Sin embargo, confrontado con la lógica misma de la globalización que su propio país ha representado, su presidencia se perfila como un perdido de turbulencias e inestabilidad.

Los Millenials al poder

2017 es el año en que los Millenials comienzan a llegar a la mayoría de edad. Definidos por su edad, su visión personalista del universo y su facilidad en el manejo de las nueva tecnologías de las comunicaciones, este grupo social es ya un factor clave en la definición de nuevo rumbo que tomará el mundo.

A pesar de las evidentes ventajas del orden que reciben —como una reducción real en los indices de pobreza extrema y el empequeñecimiento del orbe gracias al avance tecnológico de las últimas décadas—, este segmento poblacional en los diversos países serán claramente quienes determinarán los patrones de consumo, comportamiento y toma de decisiones en los años por venir.

Preocupados por la rapacidad de las generaciones previas en el manejo de los recursos naturales, los Millenials han tomado ya la bandera de la protección ambiental. Egoístas y acostumbrados a recibir mucho más de lo que dan, son también afines a hacer suyos los proyectos sociales más ambiciosos.

Sea por su juventud, o por los niveles de educación que alcanzarán son muy superiores a los que tuvieron sus padres, los Millenials tienen claramente una visión global. Y aunque en Estados Unidos por ejemplo, el nuevo gobierno pudiera resucitar el llamado Rust Belt, difícilmente los jóvenes del Medio Oeste Americano preferirían quedarse en Iowa, Ohio, Indiana o Wisconsin, cuando el mundo les ofrece Londres, Nueva York, Shanghai o Dubai.

2017 para los Latinos

Si algo saben los inmigrantes es que Estados Unidos no es un país que les haya regalado nada. A pesar de la retórica de odio, todos los datos duros revelan que los inmigrantes, en especial los que llegaron del sur, son gente de trabajo, de mucho trabajo. No solamente nunca han vivido de la seguridad social y por supuesto que sí pagan impuestos, sino que —lo más relevante—, constituyen el sector más dinámico de la economía de este país.

A pesar de la caja de pandora que el Presidente Trump ha destapado, Estados Unidos sigue siendo una nación que fue construida por inmigrantes, en la que los inmigrantes son el segmento más productivo y cuyo futuro dependerá de sus inmigrantes. Justo por ello, las batallas por el respeto de los derechos y la dignidad de la comunidad Latina son fundamentales para todo el país.

Incluso los inmigrantes indocumentados, que representan aproximadamente un 10 por ciento del total de los 55 millones de Hispanos que viven aquí. Además de ser padres, madres y hermanos de millones de familias plenamente integradas al llamado mainstream Americano, los trabajadores indocumentados son la fuerza laboral clave de diversos sectores de la economía nacional. Desde la construcción hasta la agricultura, de la construcción a los servicios de hospitalidad, millones de trabajadores pertenecen plenamente a sus comunidades, y —en los hechos—, como dijera alguna vez el vice Presidente Joe Biden, son ya Americanos.

Así, en el mundo convulso de nuestros días, el tema de la migración es una de las pruebas principales que enfrentan las sociedades de distintos países. Si para todo efecto práctico la economía ya es mundial —bastará a Trump revisar la enorme deuda externa de su país con los bancos de China para confrontarse con el peso de la realidad—, el tema de la migración determinará en mucho el avance en la competitividad de los países.

Además, en un contexto en el que los mercados son cada día más globales, el trabajo mismo requiere poder desarrollarse más allá de las fronteras. Por ello, aunque la tormenta que viene puede ser intensa, resulta más o menos impensable suponer que la oferta aislacionista y discriminatoria termine por imponerse. Después de todo, la demografía estadounidense es muy clara: en apenas un par de décadas más, una tercera parte de la población tendrá raíces Latinas. Y aunque muchos de ellos podrán votar republicano, seguramente nadie apoyará un proyecto politico que implica la destrucción de su propia familia.

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