Fernando Guzmán Aguilar
- A veces está asociado a problemas psiquiátricos como trastorno por déficit de atención e hiperactividad, obsesiones compulsivas o agorafobia
- También, a sustancias adictivas socialmente aceptadas como café y refrescos
- A diferencia de un alcohólico, un dipsómano puede dejar de beber semanas e incluso meses
El alcoholismo es la punta del iceberg de otros trastornos y de conductas asociadas a otras sustancias adictivas pero socialmente aceptadas, como el café, los refrescos —sobre todo los de cola— y el pan.
El alcoholismo, dice la doctora Gisel Cano Arrieta, es uno de los trastornos de la conducta del beber. Puede ser leve, moderado o severo, dependiendo del tiempo e intensidad del consumo, y puede estar asociado a otro tipo de conductas o enfermedades.
Si la adicción a sustancias va a asociada a uno o más trastornos psiquiátricos, como ansiedad, depresión o trastornos de la personalidad, se llama patología dual.
Una patología dual, agrega la académica de la Facultad de Medicina de la UNAM, requiere un tratamiento multidisciplinario: alcoholismo y ansiedad o depresión se deben tratar a la par, con un psiquiatra especializado en adicciones, apoyado en un psicoterapeuta cognitivo conductual, o en un grupo de autoayuda como Alcohólicos Anónimos (AA). Eso ayudará a que el paciente se mantenga en abstinencia total.
Dipsomanía en jóvenes
El alcoholismo y la dipsomanía —aclara Cano Arrieta— son trastornos de la conducta de beber. El alcoholismo es una enfermedad que, dependiendo de su evolución, afecta las áreas familiar, laboral y social. Quien lo padece puede olvidar como regresó a casa o conducir intoxicado sin pensar en las consecuencias.
El dipsómano (del griego dípsa ‘sed’ y manía ‘manía’) es una persona con un alto deseo de consumir alcohol, pero que aún no tiene todas las características de un alcohólico. Puede pasar semanas e incluso meses sin beber alcohol.
Si alguno de los padres fue alcohólico, un hijo tiene “seis veces más el riesgo” de padecer alcoholismo. Dicho riesgo se incrementa si además tuvo una experiencia temprana —digamos a los 12 años— con el alcohol.
En cambio, si una persona tiene antecedentes genéticos de padres alcohólicos, pero llega a la adultez sin beber alcohol —pasados los 25 años— “es poco probable que desarrolle la enfermedad”. Quizá sólo sea un dipsómano.
La dipsomanía, provocada generalmente cuando se está en una fase de experimentación, es una conducta desmedida que no necesariamente afecta áreas como la familiar, la académica, la laboral o la social. Es una falla para controlarse con el alcohol en un momento específico.
Aunque el alcoholismo es más frecuente en hombres, las mujeres se inician en el consumo de alcohol a edades cada vez más tempranas.
Alcoholismo y trastornos psiquiátricos
El consumo de alcohol puede ser la punta del iceberg de otros trastornos mentales. Por ejemplo, dice la médico-psiquiatra de la UNAM, el caso del adolescente al que nunca se le detectó un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y superó los retos académicos de su etapa, pero que, cuando bebe alcohol, presenta conductas impulsivas (consumo frecuente y desmedido) que lo ponen en riesgo a él y a otros.
Otra condición que se puede manifestar a través del consumo de alcohol es el trastorno obsesivo-compulsivo. “Como el paciente tiene necesidad de rascarse el cabello hasta arrancárselo, tomaría alcohol como ansiolítico para mitigar ese síntoma”.
Quien padece una fobia social o agorafobia, bebe alcohol porque siente que éste puede ayudarlo a afrontar el miedo que le provoca estar en lugares donde hay mucha gente o en espacios abiertos.
Café y refrescos ¿adictivos?
Para que una sustancia sea considerada adictiva debe tener tres características:
- Nos cambia la conducta.
- Nos produce un efecto placentero inmediato.
- Cada vez se requiere de más dosis para obtener el efecto deseado.
Tomar café no necesariamente es adictivo, agrega Cano Arrieta, ya que a algunas personas les puede generar ansiedad, a otros los pone más alerta y hay gente que quizá no sienta nada.
Pero sí provoca cambios fisiológicos y bioquímicos a nivel cerebral, principalmente un efecto estimulante. También puede causar un cambio conductual poco perceptible. Sin embargo, no nos va a perturbar tanto la conducta, como ocurre con la marihuana (sensación pacífica de lentitud) o con el alcohol (euforia, relajación, bienestar).
En muchas ocasiones, la persona abusa de lo que le hace falta; es decir, si requiere relajarse, puede terminar bebiendo alcohol en exceso; si desea activarse, quizá abuse del café.
Por otra parte, consumir mucho refresco va a generar un problema por su alto índice calórico, por la glucosa: “no nada más conductual, sino también metabólico”, como obesidad, hipertensión y diabetes.
“En estos casos la conducta es adictiva, pero no se presenta una conducta mental distorsionada”. Si una persona se toma tres refrescos, probablemente va a manejar exactamente igual que cuando no los toma. En cambio, si bebe unos 750 mililitros de alcohol (por ejemplo, una botella de vino), habrá repercusiones a nivel del estado de alerta, en la motricidad y en los reflejos. Esto es, va a manejar con mucha más torpeza.
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