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Medios y poder político, el verdadero dilema

César Romero

En Estados Unidos tenemos la crisis interna de CNN. En México, la orden del partido del gobierno de excluir de su juego sucesorio a los periódicos y noticieros “adversarios”. Me parece adecuado, por lo tanto, revisar la relación entre medios de comunicación y el poder político en estos tiempos interesantes.

Primero, lo que considero obvio: reconocer que hasta ahora el análisis sobre el tema parte de una realidad que ya no existe… suponiendo que alguna vez existió. Me refiero a aquel modelo idealizado, sobre todo por los propios periodistas, según el cual los medios se constituyen en una especie de Cuarto Poder, una (autodenominada) gran tribuna pública; eso sí, siempre al servicio de las mejores causas.

Según esta narrativa, en el caso emblemático –Watergate– la renuncia del presidente Nixon de hace 49 años fue consecuencia de la valiente búsqueda de La Verdad de un par de valientes reporteros y no de los niveles de crisis social del momento, las traiciones burocráticas y las luchas internas por el poder. Sí, claro.

Pues no. Las evidencias históricas que mejor explican el comportamiento de los grandes medios apuntan más bien hacia las truculentas maniobras de grandes barones –incluido el recién fallecido Silvio Berlusconi– que nunca repararon en mentir y manipular cuando se trataba de aumentar la circulación de sus periódicos, las audiencias de sus programas o los clics a sus redes sociales. Los padres de las fake news no fueron Donald Trump o Elon Musk, sino con William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer.

Del otro lado, no es necesario remontarse a los señores Goebbels o Stalin para descubrir las fórmulas propagandísticas y de linchamientos públicos. Basta con voltear hacia los neo-populistas, de derechas o izquierda, que hoy pululan en buena parte del mundo. Dispararle al mensajero es el deporte favorito de autócratas y aprendices de brujo.

No news, pues. El despido de Chris Licht como Chief Executive Officer de CNN –luego de regalarle a Trump un town hall meeting repleto de sus fans, es apenas la más reciente señal de la crisis de un proyecto periodístico “objetivo” recientemente marcado por escándalos y, sobre todo, una constante caída en los ratings.

Todo, a consecuencia del peregrino intento de construir una plataforma informativa que funcionaría como “un árbitro neutral de La Verdad” que, supuestamente, generaría confianza entre todos los bandos de una sociedad cada día más polarizada.

Primer gran lección: cuando la dinámica es de guerra la neutralidad es prácticamente imposibles. Hoy lo sabe Warner Bros. Discovery, Inc., la empresa dueña de CNN, la cual, por cierto, tiene como prioridad principal mantener, y crecer, sus ingresos económicos, que el año anterior rondaron los 34 mil millones de dólares.

Lo cual, nos lleva al dilema que tiene en ascuas al mundo mediático estadounidense: “Trump rumbo al 24”. En el probable caso que su pasado criminal no le impida volver a intentar su regreso a la Casa Blanca, qué van a hacer con él los periodistas, qué el establishment. Aunque nadie parece tener una buena respuesta, ya hay una primera pista, la que hasta ahora ha marcado el mismísimo Rupert Murdoch (Fox News) “no cubrirlo en vivo”.

Algo similar ocurre con Las Mañaneras, un programa de tele con una audiencia directa francamente pequeña, pero que es seguido religiosamente –y replicado– por la gran mayoría de los espacios periodísticos. Como la cuenta de Twitter de Mr. Trump.

Por supuesto, que entre los pontífices mediáticos y políticos pronto se reciclará la vieja letanía sobre la necesidad de enfocar la cobertura periodística del proceso electoral en los grandes temas “que realmente le importan a la gente” y no en presentar la contienda como si fuera una carrera de caballos. Seguro. “Sí, ajá”.

Basta un mínimo conocimiento sobre los medios para no ilusionarse en vano. Los medios, al menos los más importantes, son parte de una industria: la del entretenimiento. Aunque duela, hay que reconocerlo-. Y como tal, su objetivo central es muy claro, ganar dinero. Para ello, el principal modelo de negocio sigue el siendo el de tener mayores audiencias, más influencia.

No se trata aquí de patear al pesebre. En lo personal sigo creyendo que el periodismo es, puede serlo –para mí lo fue–, un noble oficio. Indispensable en un sistema democrático. Que, en particular en la realidad mexicana, contribuyó de manera notable al desmantelamiento del “viejo régimen”. Todo eso es verdad. Pero tampoco cambia el hecho fundamental: If it bleeds, it leads.

Que los medios tienen agendas, sin duda. Y también los gobernantes. Ese, creo, no debería ser el tema central para discutir. Es en ese marco en el que vale la pena recordar lo que suele ocurrir cuando se hace política a partir de “listas negras”, a donde se llega a partir de los tribunales de muchedumbre, en que terminan las revoluciones a partir de las guillotinas.

Puede ser que la discusión pública sobre la candidatura presidencial de Morena se mantenga, eso, pública. Es probable que la disciplina interna se mantenga y que la fórmula de encuestar el “dedito presidencial” produzca una candidatura que gane la elección del 24. Puede ser que en Estados Unidos vuelva a funcionar el modelo Trump –la confrontación directa, los insultos y las mentiras. También es posible que dichas dinámicas se topen con una realidad más complicada.

En todo caso, me quedo con el deseo de una mejor comprensión ciudadana sobre la mejor relación posible entre periodismo y poder político.

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