ULAMA, EL JUEGO PREHISPÁNICO QUE SE RESISTE A MORIR
Omar Páramo / Emmanuel Medina
Según se cuenta en el Popol Vuh, el mundo fue creado a partir de un juego de pelota, uno donde la luz y la oscuridad se enfrentaron para equilibrar vida y muerte, y poner al universo en movimiento.
A fin de recrear este choque de fuerzas tan opuestas como complementarias, hace tres mil 500 años los pueblos mesoamericanos comenzaron a practicar el juego de pelota con las nalgas ullamalitztli (“juego del hule”, voz náhuatl que, castellanizada, se transformó en ulama), un encuentro donde dos equipos rivales golpeaban con las caderas un esférico de olli/hule que debía mantenerse siempre en el aire, tal y como hacen el Sol y la Luna.
“Hablamos de una actividad que al mismo tiempo es un deporte y un acto ritual”, explica Alan Zúñiga Lazcano, estudiante de la Facultad de Química y capitán de los Texocelotzin (o ‘jaguares azules’), el representativo de ulama de la UNAM formado en 2020 a instancias de académicos y alumnos decididos a que esta tradición perviva.
A decir de la profesora Emilie Carreón Blaine, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) y una de las principales impulsoras del equipo universitario, basta remontarnos pocas décadas atrás para constatar que este juego mesoamericano estuvo a punto de desaparecer. “Las principales amenazas eran la falta de jugadores, de interés y de pelotas; de ahí la importancia de promover su práctica”.
El estudio del ulama es un proyecto de Emilie Carreón en el IIE que inició en 1990; tiene dos libros sobre el tema: El olli en la plástica mexica y El Tzompantli y el juego de pelota.
Desde hace seis años Alan comenzó a entrenar ulama de cadera (existen dos modalidades más, una en la que la bola es rechazada con el antebrazo y otra con una maza de madera), y el joven señala que comprometerse con esta disciplina modificó su manera de ver el mundo. “Me siento más próximo a mis antepasados y a su pensamiento”.
Como apunta el químico, convertirse en jugador de ulama –o taure– implica reprogramarse y modificar muchos hábitos que desde la infancia se nos han vuelto una segunda naturaleza, como el instinto de recibir la pelota con las manos o, en su defecto, patearla. “Golpear una esfera de caucho con la cintura te da otra memoria muscular, reacciones distintas y una forma bastante singular de moverte”.
De hecho, es imposible confundir a los taure o ulameros con otros deportistas, y no sólo por la explosividad con la que arrojan su cintura y muslos hacia una pelota que, aunque elástica, pesa lo que una bola de boliche ligera (de tres a cinco kilogramos), sino porque suelen ir descalzos y, en vez de playeras de marca, portan un braguero artesanal de gamuza llamado “fajado”, y un cinturón de cuero diseñado para resistir mejor los impactos del esférico, denominado chimali.
“En el ulama todo tiene significado”, señala Alan, quien agrega que por eso ser uno de los “jaguares azules” de la UNAM no sólo es un orgullo, sino una lección de vida, y por lo mismo invita a quien quiera a entrenar con ellos, sin importar edad o género (en el equipo hay tres mujeres).
“Nos reunimos en CU a las dos de la tarde, los miércoles y jueves en los espacios deportivos de Las Islas, y los martes en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras. Pueden buscarnos ahí, o en la página de Facebook Ullama Sierra Tonantzin Tlalli–Xochitecpatl.”
En el siglo XVI, el cronista fray Diego Durán ya advertía la fuerte carga cosmogónica del ulama, y por ello lo consignó en su Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme: “En aquel conjuro que a la pelota hacía invocaba a los cerros, las aguas y fuentes… el Sol, la Luna, y las estrellas, y finalmente todas las cosas creadas”.
Alan Zúñiga se dice un apasionado no sólo de los aspectos físicos del juego sino también de su filosofía subyacente, una que la profesora Emilie Carreón ha estudiado durante tres décadas y les comparte a los texocelotzins de distintas maneras, pues la académica busca que practicar esta disciplina en la UNAM implique también el descubrir otra cultura.
Por ello, cada vez que el químico se coloca el chimalli se imagina a sí mismo como un puente entre el pasado y presente, o al menos eso dice. “Me hace sentir no tan distante de los jugadores prehispánicos. Ellos golpeaban la pelota de hule para que la vida de su comunidad continuara, nosotros lo hacemos para que el ulama no muera”.
Con vida propia
Cristóbal Colón regresó de su segundo viaje por las Américas con un esférico de hule, material desconocido en España que causó sorpresa ya que ahí se jugaba con las llamadas pelotas de viento, que en realidad eran una vejiga de cerdo inflada con aire y recubierta de cuero.
Escribía el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general de las Indias: “Estas pelotas saltan más que las de viento sin comparación, porque de sólo soltarla de la mano en tierra suben mucho más. Y dan un salto y otro y otro y otro y muchos, disminuyendo en el saltar por sí mismas como las pelotas de viento, pero muchísimo mejor”.
Que una esfera tuviera tal potencial cinético provocó asombro y sospecha por partes iguales. “Sabemos que Hernán Cortés era un gran entusiasta, tanto que en 1529 se llevó a un grupo de jugadores para que hicieran una gira de exhibición por España e Italia, mientras aquí había evangelizadores que veían como antinatural el que una bola de caucho rebotara como si tuviese vida propia, y argumentaban que dicho fenómeno era obra del diablo, por lo que el juego de pelota terminó por prohibirse en el virreinato”, abunda la profesora Emilie Carreón.
Tras décadas de estudiar el tema, la antropóloga está muy consciente de que, para que el ulama sobreviva, es necesario preservar también el arte de elaborar pelotas de hule, proceso lento, laborioso y realizado a mano que no admite sustitutos, ya que por fuerza estos esféricos deben ser de la goma de un árbol cuyo apelativo indígena es ulquahuitl, mientras que su nombre científico en latín es Castilla elastica.
“A diferencia de los balones, el esférico de ulama no admite almacenamiento; está hecho para ser jugado y mantenerse activo”, expone la profesora Carreón Blaine, por lo que las ocho pelotas adquiridas por el IIE de la UNAM han sido prestadas en comodato a diversos taure para que divulguen el juego en sus comunidades.
Alan Zúñiga, quien tiene a su resguardo uno de estos objetos, explica que además de humectarlos con regularidad y protegerlos del Sol, cuando las pelotas no son usadas deben mantenerse colgadas, pues al dejarlas sobre el suelo o en una estantería se achatarán por la gravedad de la Tierra en combinación con la dureza de la superficie.
Las bolas de ulama no son piezas de museo, sino objetos vivos, como describía fray Diego Durán tras asistir a uno de estos juegos: “Tienen una propiedad de que salta y repercute hacia arriba y anda saltando de aquí para allá, que primero cansa que la tomen los que andan tras ella”.
Para la profesora Carreón Blaine, el prestar estas pelotas a jóvenes comprometidos con el ulama ha comenzado a dar frutos. “Hablamos de objetos difíciles de conseguir que deben ser cuidados casi cual bebés. Esta estrategia nos ha permitido que los esféricos se mantengan en buena condición, y lo más importante, en movimiento y botando”.