Por Oscar Luna
De acuerdo con los estereotipos, los judíos son avaros y buenos para los negocios, los asiáticos fuman mucho y son adictos a las apuestas, los italianos, adoran la pasta, los irlandeses el alcohol… ¿y los latinos?, ah, nosotros somos campesinos y muy pobremente educados.
Por supuesto que todos estos lugares comunes no sirven para describir comunidades enteras de millones de personas. Si acaso, de manera burda e incluso despectiva, son meras caricaturas que alguna vez y en algunos casos tuvieron, quizás, alguna base de realidad.
Hoy, aquí, en este país, el gran tema social es el de la educación. Y, en contra de los estereotipos y prejuicios, es un tema Latino. No solamente porque son el grupo de mayor vigor en la demografía nacional, el que más ha avanzado en las últimas décadas, sino porque a partir del año pasado fueron el grupo más grande de nuevos ingresos al sistema de educación superior de Estados Unidos.
Efectivamente, de acuerdo con varios estudios, fueron más muchachos y muchachas latinas que cualquier otro segmento, incluso los llamados anglos, quienes comenzaron sus estudios superiores en este país.
Ciertamente como comunidad en su conjunto, esto es, los 55 millones de personas que incluyen a los inmigrantes que llegaron del sur y sus hijos nacidos acá, siguen siendo una de las comunidades con menores niveles de educación –claramente los inmigrantes tienen varios años menos de escolaridad que el promedio de la población–, el hecho relevante, la gran noticia, es que los jóvenes hispanos, casi todos nacido aquí, son la columna vertebral de una nueva generación de estadounidense en la que la inmensa mayoría contará con estudios universitarios.
Si en la generación de nuestros padres hablar de graduación se refería básicamente a al bachillerato o High School (donde más del 80 por ciento se gradúa), en la actualidad cerca este indicador se refiere al College, normalmente de 4 años. En ese campo 6 de cada 10 estudiantes se gradúa. Esto representa un universo de poco más de 21 millones de universitarios, de los cuales poco más de la mitad son de primer ingreso.
Y aunque los Latinos siguen enfrentando importantes retos en este campo –son quienes más abandonan la escuela, muchos tienen calificaciones muy medianas, suelen ser quienes más sufren para pagar sus estudios—, el tema más relevante es el enorme crecimiento registrado en las últimas décadas en la proporción de estudiantes latinos en este nivel educativo.
De acuerdo con el Pew Research Center, en 1993 fueron 780 mil los Latinos universitarios de primer ingreso y en el 2014 la cifra alcanzó los 2.4 millones. Esto representa un crecimiento superior al 300 por ciento, muy superior a cualquier otro grupo étnico en el país.
De hecho, entre el 1996 y el 2014 el crecimiento en inscripción universitaria entre los Latinos fue de un 240 por ciento, entre los afroamericanos, de un 72 por ciento y entre los blancos de un 12 por ciento.
Por supuesto que las consecuencias de este cambio –a su vez reflejo de una nueva demografía en ruta al momento en que los Latinos serán una tercera parte de la población nacional–, afectará todos los ámbitos de la vida económica y social del país.
Del campo al quirófano
La historia de Alfredo Quiñones es probablemente el mejor ejemplo de un migrante que a través del estudio ha logrado conquistar el sueño Americano. Nacido en una pequeña comunidad cercana a Mexicali, México en 1968, a los 19 años cruzó la frontera junto con su familia y por años trabajó en el campo de la enorme industria agrícola de California. Aprendió inglés, fue a la escuela, estudio mucho y hoy es uno de los neurocirujanos más reconocidos de este país y del mundo. Director del Programa de Tumores del John Hopkins Hospital.
Más allá del carácter extraordinario de la historia de Quiñones –de jornalero agrícola a neurocirujano, ilustra perfectamente el gran avance de una comunidad que, efectivamente –como casi todas las grandes corrientes migratorias que han formado este país–, comenzó desde abajo, desempeñando los trabajos más humildes, los que nadie más aceptaba, pero con el tiempo, y mucho esfuerzo, fueron abriéndose otras puertas y oportunidades.
La llegada en dos o tres años de la primer gran generación de Latinos Universitarios, marcará el gran cambio del “hard work” al “smart work”, un paso enorme para la comunidad hispana y, por ende, para el futuro mismo de este país.
Con 76 por ciento de Latinos con estudios de Preparatoria concluidos, desde hace tres años se convirtieron en la minoría más grande en los colleges y universidades del país. De ellos, siete de cada 10 se inscribió en alguna universidad.
Típicamente son los primeros en lograrlo en sus familias y familias ampliadas. Los retos que enfrentan en un entorno aún diseñado para modelos de familias de clase media o alta caucásica, son muchos y algunos de ellos verdaderamente enormes (como el costo de la gran mayoría de las escuelas privadas).
A nivel general, actualmente el 40 por ciento de los Latinos que llegan a la Universidad concluye sus estudios, esto es, 10 por ciento menos que el promedio general. Ello tendrá que cambiar pronto. Por el bien de ellos y de todo el sistema.
Aunque hoy todavía los ambientes universitarios típicos siguen siendo microcosmos de clase media blanca, con todo lo que eso implica, el panorama está cambiando de manera más o menos radical.
Pero aunque no tan rápido como algunos quisiéramos, la tendencia es muy clara: cada día más y más estudiantes latinos terminarán sus estudios. Algunos pasarán a algún posgrado y muchos otros se incorporaran a un mercado laboral globalizado, cada día más difícil y competitivo.