El proceso electoral de 2018 en México pondrá a prueba la fortaleza de las instituciones y la estabilidad de la economía. La elección presidencial concentra muchos de los riesgos. Existen múltiples interrogantes respecto de lo que efectivamente harán los candidatos presidenciales una vez en sus cargos.
La principal incertidumbre es respecto de Andrés Manuel López Obrador. Como cada 6 años, circulan múltiples posiciones sobre lo que sería como presidente. Desde quienes lo pintan como un remedo de Hugo Chávez en Venezuela, hasta quienes lo perciben como el salvador de México. Sus decisiones no ayudan tampoco a la certidumbre. Su partido, autodenominado como de izquierda y progresista, se alió con el partido más conservador y retrógrada en el espectro mexicano, el Partido Encuentro Social.
La principal bandera de López Obrador es su honestidad personal—de la que hasta el momento no hay pruebas suficientes en contra—pero en su partido político ha dado entrada a personajes con fuerte fama pública de corrupción. Y como López Obrador, ni ningún otro, gobernará solo, entonces su honestidad personal es insuficiente, y quizá irrelevante, para generar certeza. Las promesas de política vagas y auto-contradicciones de López Obrador tampoco ayudan a esbozar una idea clara sobre qué sería su presidencia.
El candidato del PRI, José Antonio Meade, parece tener el problema contrario al de López Obrador. En significativas proporciones del electorado existe certeza sobre las prácticas de corrupción del PRI y lo que significaría una presidencia más de este partido. La candidatura de Meade, un tecnócrata con buenas credenciales y no afiliado al PRI, busca generar incertidumbre sobre una presidencia corrupta si el PRI gana la elección, y, al menos, tener el beneficio de la duda.
En el caso de Ricardo Anaya, panista, candidato del PAN, el PRD, y Movimiento Ciudadano, la incertidumbre se centra sobre lo que significa y ofrece una alianza entre dos partidos que tradicionalmente han sido antagonistas al nivel federal y que representan a segmentos con posiciones y valores distintos.
Los candidatos independientes que logren llegar a la boleta electoral, no tienen ninguna posibilidad real de ganar la elección, pero sí de ayudar, o arruinar, las aspiraciones de los 3 principales contendientes.
Al momento, un triunfo de López Obrador parece el resultado más probable. Aunque faltan 6 meses todavía de proceso electoral.
En el corto plazo, al menos, un triunfo de López Obrador generaría un efecto negativo en la economía. Es probable que capitales en los mercados financieros decidan emigrar de México y que distintas inversiones se retiren o se pausen en tanto exista mejor información sobre lo que efectivamente realizará López Obrador como presidente.
El panorama no es fácil para López Obrador. Resultará muy difícil probar su eficacia como gobernante.
Independientemente de su capacidad, los problemas principales de México no se resolverán en un año, ni en tres, ni en seis. Los niveles de pobreza y de incidencia criminal requieren de mucho más tiempo y recursos de los que tendrá López Obrador. En el mejor de los casos, podrían existir mejoras marginales y políticas que en el largo plazo serían exitosas, pero las expectativas para los seguidores de López Obrador son más grandes que eso, así como el odio de sus opositores que estarán atentos al menor error de su gestión para mostrar su incapacidad como gobernante.
Este no es un escenario favorable para la economía. Por lo que López Obrador como peligro para México podría convertirse en una profecía auto-cumplida, aún sin que el mismo López Obrador sea el responsable directo. Las expectativas no cumplidas y la dinámica de los capitales financieros que buscan certeza son más fuertes que las buenas intenciones de un gobernante.
* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Stanford.Jefedel De-partamento de Ciencia Política del ITAM en la Ciudadde México