El tan esperado veredicto de culpabilidad en el caso de una corte de Pennsylvania contra el actor Bill Cosby constituye una demostración más de que detrás de movimientos como el #MeToo, se asoma uno de los mayores avances sociales de nuestro tiempo: el rechazo social a la inequidad de género y, sobre todo, a la violencia contra las mujeres.
El caso del actor afroamericano que alguna vez fuera una especia de abuelito sabio y bonachón de toda la sociedad estadounidense, y que con decenas de denuncias probadas se reveló como un siniestro personaje que drogaba a sus victimas para poder abusar sexualmente de ellas, es finalmente un caso entre muchos más.
Sea el profundo repudio social de la india contra los responsables de una violación tumultuaria, o la indignación española contra el veredicto de sólo 9 años de cárcel contra “la manada” de criminales que atacaron a otra mujer, este tipo de incidentes siguen siendo una realidad en buena parte del mundo. La gran diferencia es que ahora salen a la luz y la misma sociedad que por siglos ha sido cómplice silenciosa de este tipo de atrocidades, comienza a reclamar justicia.