Y cuando despertó… el país seguía ahí. Igualito.
En estas mismas páginas, apenas el mes pasado, se retrataba al futbol como el moderno opio del pueblo, en el más marxianoposible de los sentidos. “Curados de espanto”, supuestamente hartos de la burda manipulación con que cada cuatro años el marketing de la tele vuelve a vendernos el gran sueño de México alzando La Copa como campeón mundial de futbol, en Rusia 2018 los mexicanos lo volvimos a comprar.
No de balde, México es el país de las telenovelas. Si por generaciones hemos sido capaces de sentarnos frente a la televisión una y otra vez para vivir esos eternos culebrones de la reedición de las mismas historias –sobre todo La Cenicienta–, cada cuatro años, una enorme cantidad de personas encuentra en el gran negocio de la FIFA una maravillosa oportunidad de hacer a un lado las penas, agobios y sinsabores de la vida cotidiana, se enchufan frente a una pantalla, en los melodramas de Messi y amigos que lo acompañan, las tribulaciones de Cristiano Ronaldo y el brusco navegar de los discípulos de Putin en un torneo diseñado para crear un gran circo global.
Y por supuesto que funciona. En España, Brasil, Nigeria, Alemania y en (casi) todos los países del mundo.
Mucho más allá del deporte, incluso por encima del negocio y la política, el futbol como gran fenómeno social es verdaderamente asombroso. Materia de estudio para sociólogos, sicólogos o videntes, el enorme torrente de gritos, brincos y, francamente, locura colectiva que acompañan al remate con que el “Chuky Lozano” logró vencer al portero Manuel Neuer para darle a la Selección Mexicana un asombroso triunfo de 1-0 contra Alemania.
Y, pocos días después, es el goleador mexicano, “El Chicharito Hernández”, autor del gol definitivo en el triunfo de México contra Corea, el encargado de explorar la psique del pueblo mexicano con una cándida declaración periodística: “La realidad supera los sueños. Por eso hay que soñar, hay que imaginarse cosas chingonas, hay que seguir así”.
¿Y la visión de los vencidos? ¿Y las profundas reflexiones de Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad? ¿Qué no somos nacidos para perder?
Como Argentina 78 nos enseñó –o también la tragedia nacional brasileña del 1-7 ante Alemania en el Maracaná en 2014–, el futbol como espectáculo, como catalizador social, es una fuerza capaz de liberar cantidades industriales de emociones en la mayoría de las sociedades. Símbolo de identidad en la era de la globalización, catarsis para las masas, circo a falta de pan, el hecho es que el gran espectáculo de 22 jóvenes en shorts correteando en torno a una pelota de cuero en un campo empastado logra capturar la atención de varios miles de millones de habitantes del planeta. Eso, por supuesto, hasta que llega Suecia. O, para decirlo al estilo de Monterroso, cuando despertamos, la carroza era, de nuevo calabaza. Y los briosos corceles, pues, sí, ratones.
Por eso, soñar, imaginarse cosas chingonas es hoy, para los mexicanos al menos, una ilusión que pasa por ganarle a Brasil, para poder mantener vivo el sueño del quinto partido (cuartos de final). Y quién sabe, en una de esas, seguir soñando con sexto (semifinal) y, por qué no, luego un séptimo partido y, ya en esas…
Aunque claro, siempre queda la opción de no soñar con cosas chingonas, sino construirlas. Nomás que para eso, primero hay que despertar.