Las causas son muchas y seguramente profundas. El hecho fundamental es que en su meteórico asenso al poder el señor Donald Trump ha tenido en México y en los mexicanos, uno de sus blancos favoritos para canalizar la frustración, el odio y la ignorancia de millones de sus seguidores.
Desde los primeros momentos en que lanzó su candidatura presidencial, el empresario inmobiliario y personaje de la farándula recurrió al insulto y las mentiras en contra los mexicanos, para ganarse la simpatía del segmento más primitivo de la sociedad estadounidense.
Sea el propio inquilino de la Casa Blanca un auténtico racista y aislacionista, o un simple oportunista, el hecho fundamental es que –como hicieron sus antecesores de Nazismo y Fascismo contra los judíos–, centra sus ataques en las minorías por una razón fundamental: porque puede hacerlo.
En el Estados Unidos actual son los inmigrantes, sobre todo los indocumentados, uno de los segmentos más vulnerables de la sociedad. Sobre todo, si su piel es morena y se ocupan de los trabajos más humildes en la escalera social. Aunque indispensable en diversos sectores de la economía, como la agricultura y la hospitalidad, los inmigrantes de origen latinoamericano –todos son “Mexicans” desde la visión de Trump–, son uno de los grupos sociales con menor músculo político del país.
México mismo es, a los ojos de millones de “anglos”, apenas como un pueblo fronterizo en el que sus Cowboys y soldados van a tomar tequila y contratar “señoritas”, o bien –en la versión moderna, es esa playa hermosa y barata, ideal para los desahogos catárticos de sus muchachos durante el Springbreak. El hecho de que México constituye una economía profundamente complementaria con la estadounidense y un importante mercado para sus productos es algo ignorado por las grandes audiencias.
Sea por el peso de la historia –desde invasión de 1846-47 a la fecha–, sea por las visiones interesadas de su maquinaria de propaganda (los grandes medios de comunicación), México definitivamente no es una buena marcaen Estados Unidos. “Estado fallido”, “Narco-Estado”, “país autoritario y corrupto”, “cuasi comunista”, las etiquetas negativas han sido una constante.
Tampoco ha ayudado el muy pobre trabajo del gobierno mexicano y sus grandes empresas para construir una imagen que corresponda a dos países con, literalmente, profundos y enormes lazos sanguíneos –cerca de 35 millones de personas de origen mexicano han construido sus hogares al norte de la frontera y la comunidad de estadounidenses radicada en México es la más grande fuera de su territorio. Eso sin contar los enormes intereses compartidos entre las dos economías.
De ninguna manera es una casualidad y no debería ser sorpresa para nadie, que la oposición al NAFTA y la promesa de un muro de 2 mil millas hayan sido banderas principales del señor Trump.
México en las urnas
Además del rotundo fracaso en la mayoría de sus promesas de campaña, y permanente estado de caos que genera la Casa Blanca, Donald Trump llega a las elecciones intermedias de su mandato con una creciente sombra sobre su cabeza: la posibilidad de un juicio político, impeachment en su contra por alguna de las numerosas irregularidades que lo rodean: desde su alianza con la mafia rusa para llegar al poder, hasta su conducta personal y sus constantes confrontaciones con la mayor parte de la clase política de su propio país.
Si bien el factor que podría tener mayor peso en contra de sus candidatos en las próximas es el voto de millones de mujeres que decidan acudir a las urnas como parte de ese gran movimiento global en contra de la discriminación y los abusos de género –tan bien representados por su presidente–, otro factor que podría definir una buena cantidad de elecciones de congresistas y senadores es el del voto Latino.
Siendo dos tercios del total de la población hispana de origen mexicano, la inmensa mayoría de los electores Latinos rechazan los ataques de Trump en contra de los inmigrantes, sobre todo sus intentos de romper las familias centroamericanas que son detenidas intentando entrar a Estados Unidos. Salvo algunos casos de un puñado de políticos de origen cubano, la retórica contra los “bad hombres” se ha convertido en una especie de reedición de lo ocurrido en California en 1994 con la aprobación de un paquete de leyes antinmigrantes, la Iniciativa 187: una bandera electoral efectiva para la siguiente elección, pero con un costo enorme con la siguiente generación. La 187, por cierto, nunca llegó a aplicarse en la realidad.
Aunque el Partido Republicano sigue apoyando formalmente al presidente Trump, el riesgo real de que pierda su mayoría en la Cámara de Representantes y la remota posibilidad de que también la perdiera en el Senado, abrirían la puerta al esperado deslinde de un personaje que una y otra vez ha pisoteado algunos de los principales valores republicanos: desde la admiración a John McCain, hasta el apoyo al libre comercio y el rechazo a los regímenes “dictatoriales y comunistas” en diversas partes del mundo.
Por supuesto que los cerca de 30 millones de Latinos que podrán votar el primer martes de noviembre no tienen en la relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos como una prioridad en sus agendas electorales. Como el resto de la sociedad, les interesa la economía, la seguridad, la educación de sus hijos. Y la inmigración: Para más de 8 millones de familias conformadas por hijos nacidos aquí y al menos un pariente cercado que llegó sin papeles, el tema es un asunto muy personal.
La retórica de Trump sobre el muro fronterizo, sus balandronadas de que expulsaría del país a los cerca de 10 millones de indocumentados y, sobre todo, sus recientes ordenes de separar de sus padres a los niños y niñas detenidos en la frontera, son un asunto que puede definir el sentido del voto de millones de ciudadanos; Latinos y no Latinos.
En ese contexto, los esfuerzos de organizarse de la propia sociedad civil con vínculos económicos, culturales o familiares con ambos países deberían ser respetados y apoyados por los gobiernos a los dos lados de la frontera. Las personas antes que las mercancías. Después de todo, el asunto del NAFTA nunca fue un tema visto con demasiada simpatía por ninguna de las sociedades de sus tres integrantes.