Los premios, los reconocimientos, las medallas, los doctorados honoris causa no siempre están en las manos correctas. ¿Quién se acuerda de Emilio Alarcos? ¿Cuál es su obra? La de María Moliner, en cambio, es una obra monumental: El Diccionario del uso del español. Los integrantes de la academia de la lengua española no pensaron lo mismo en 1972, la primera vez que una mujer fue candidata. Se inclinaron por Emilio Alarcos.
García Márquez escribió en 1981 en el diario El País este homenaje sobre El Diccionario: “tiene dos tomos de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos, y vienen a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- más de dos veces mejor”.
El diccionario le llevó una vida entera, había que corregir, aumentar, trabajar a mano sus fichas. Sus hijos consideraban al Diccionario como un hermanito más. Escrito en medio de la tormenta y los ajustes de cuentas de todo gobierno de transición. De los republicanos a Franco, un viraje que en muchas ocasiones significó el exilio y la muerte.
En 1939 las botas militares resonaron en las calles y en las Universidades españolas. Las purgas y los interrogatorios tocaron la puerta de María Moliner. Ninguna idea vale más que un hijo, lo supo pronto. Y prefirió salir al balcón, junto con sus hijos y su marido y gritar vivas al ejército de Franco.
En los cargos contra ella siempre aparecía la palabra “lealtad”. María Moliner, tal y como se documenta en el libro “El exilio interior” de Inmaculada de la Fuente y en la obra de teatro “El Diccionario”, trabajó con todas sus fuerzas en el programa de Bibliotecas con el bando republicano. Era una funcionaria que hacía fila para conseguir comida, defendía a quienes pensaban diferente y, sobre todo, no cayó en la trampa del revanchismo, la trampa que promete privilegios a cambio de revelar nombres. Su argumento: estaba muy ocupada en mi trabajo, no supe si era comunista.
No partió al exilio, ni perdió a su familia. Lo que terminó fue el sueño de las bibliotecas, su proyecto. Regresaba en el tiempo, al exilio interior de su plaza de archivista. Desde ese momento todas sus fuerzas estarían concentradas en su Diccionario. Su obra es también la consagración de la lealtad y la amistad. Dámaso Alonso recibió ayuda de María Moliner en los tiempos difíciles de la guerra, años después, en 1996 sería uno de los defensores y artífices de su publicación en la editorial Gredos.
En el último tramo de su vida la arterioesclerosis cerebral le arrebataría sus palabras. El olvido la asfixiaría, recuerdos desvanecidos, ideas que se pierden hasta que llega la oscuridad. Y sin palabras para relatarlo.
María Moliner resumió así su vida: “mi biografía es muy escueta, en cuanto que mi único mérito es El Diccionario”.