Una oscuridad sorpresiva, que no insólita, se sucede, y dentro de ella va contenida la inseguridad, el miedo, la aprensión, que suscita a la vez la rabia, el hartazgo y, por qué no, también el desaliento, la depresión, porque esta oscuridad es la de un largo túnel en cuyo final no hay luz, sólo una prolongación de problemas que alternan su variedad y su dimensión.
Lo más lamentable es que es apenas el comienzo de un nuevo ciclo de penalidades. A las ya existentes de carácter económico -con una hiperinflación, desabasto de productos, desempleo alarmante-, se suma la energética. La primera de ellas es la eléctrica, que presagia otras más.
Es como si Venezuela comenzara a vivir una película de época ambientada en el siglo XIX y filmada necesariamente en blanco y negro.
A las 4:50 horas del jueves 7 de marzo, en casi todos los estados del país, se interrumpe el servicio eléctrico. No es un apagón momentáneo. Las horas pasan y el suministro no se restablece. Pasan las horas, y luego los días. Se avizora el establecimiento de un récord. Nunca antes había sucedido un apagón tan prolongado. Para este lunes la interrupción del suministro eléctrico es ya el más duradero en la historia del país. Y desde entonces hay convulsión social. En los hospitales se detiene el instrumental médico eléctrico y mueren 17 personas. En la calle el transporte colectivo Metro está suspendido y la gente camina por las calles buscando en qué transportarse; en las casas la comida se echa a perder por falta de refrigeración; en los negocios los productos anticipan su caducidad. En las gasolineras quedan autos varados sin gasolina: las bombas no funcionan. Hay imposibilidad de comunicarse; las líneas telefónicas están fuera de servicio, al igual que el Internet. Hay cierre de escuelas; en las clínicas están restringidas las emergencias; los enfermos aguardan afuera de ellas. En las autoridades sólo hay respuestas vagas y truculentas. El presidente Maduro lo atribuye a una conspiración internacional, liderada por Estados Unidos, para sabotear el fluido eléctrico. Los opositores culpan al presidente de ineficacia. Las noticias dan cuenta de algo peor, porque está más cercano a la realidad: la infraestructura está casi paralizada por falta de inversión.
Es decir, la situación no mejorará y podrían sucederse otros apagones, cuando no prolongarse los actuales.
La crisis de su infraestructura despoja a los venezolanos de la esperanza de revertir esta situación actual y, por el contrario, les anticipa que aún no se toca fondo y que otras facetas de esta crisis energética se pueden suceder. La más inmediata, probablemente, puede ser una crisis de abasto de gasolina, cuyo 70 por ciento, pese a ser un país petrolero, se importa.
Desde el año pasado el gobierno ha incrementado su nivel de importación de gasolina, pero hay un peligroso déficit para satisfacer la demanda interna. ¿Qué pasaría si no hubiera gasolina para mover a la población? ¿Y si el bloqueo económico reduce la importación? ¿Y si una hipotética carencia de energía eléctrica se empareja con una de combustibles?
Pero no es la única amenaza en este periodo de convulsión. La fuga de cerebros, es decir, la migración de personal calificado, se ha incrementado desde 2015, y ahora se corre el riesgo de que no haya el material humano que repare y corrija lo que se deba corregir para que los servicios básicos no se interrumpan. Venezuela está en riesgo y al borde de entrar en un círculo vicioso que agudice su crisis.