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Cuando en busca del sueño Americano lo peor ocurre…

Por A. Gabriela Benítez

Alberto tenía 18 años cuando decidió aventurarse hacia el norte y cruzar la línea. Finalmente, luego de tres intentos, logró cruzar la frontera y los “amigos” que le ayudaron –por módicos $1,500, le dieron albergue por una noche en un fraccionamiento a las afueras de Houston.

Una semana después comenzó a trabajar en Waukegan, un pueblito al norte de Chicago, localizado a una media hora de Milwaukee, la capital de Wisconsin y fue cuando Alberto pensó que la suerte lo acompañaba y podría alcanzar el sueño Americano.

Era Febrero, en pleno invierno cuando el frío polar baja por el lago Michigan y cala en los huesos más que nunca. Nada que ver con el clima “helado” de su natal Ixtlahuaca, otro pueblito al norte de Toluca y camino a Atlacomulco, en el Estado de México.

Luego de un par de meses en que lavó platos en un restaurante local, limpió pisos en un centro comercial y ayudó a un amigo que trabajaba en una lechería cercana, Alberto finalmente consiguió un trabajo “definitivo y bien pagado” como albañil.

Al tercer día todo terminó. Alberto se cayó de un andamio desde una altura de 7 metros quedando parapléjico. Nadie supo si fue porque traía consigo una enorme carga en una carretilla con pesados tubos, o el daño ocurrió porque su espalda se estrelló contra una caja metálica de herramientas, o que sus compañeros tardaron casi una hora en llamar a la ambulancia, el hecho es que su columna vertebral quedó hecha añicos y el golpe que se dio en la cabeza también le dejó lesiones graves y permanentes.

Su patrón, un inmigrante irlandés con años de experiencia en la región, pagó en efectivo la cuenta del hospital que atendió a Alberto durante la Emergencia. Los compañeros de Alberto dicen que incluso tuvo que pagar un par de multas. Por unos pocos miles de dólares, máximo. Según el jefe de la obra, como Alberto no era sindicalizado y carecía de un estatus migratorio regular, no se podía hacer nada más por él.

Cuando la noticia comenzó a circular, varias organizaciones comunitarias de la zona, e incluso de Chicago, consiguieron que un conocido conductor de radio organizara una colecta para ayudar a la familia de Alberto en México: Su papá, un campesino, su mamá una ama de casa, y sus tres hermanos menores de edad no sabían qué hacer y cómo ayudarlo, si ninguno de ellos podía trasladarse legalmente al país del Norte.

En el Consulado General de México en Chicago tampoco pudieron hacer mucho por Alberto. Su principal programa de protección, es el de repatriación de cuerpos, obviamente no podía ser utilizado, pues era una situación diferente. El caso de Alberto, como el de otros 4 mil trabajadores de la construcción que se accidentan o pierden la vida cada año, ilustra el lado obscuro del sueño de millones de migrantes, conseguir un trabajo mejor remunerado y poder ayudar a sus familias de origen. A pesar de diversos convenios entre el Gobierno de México y la Occupational Safety and Health Administration (OSHA), la agencia del Departamento del Trabajo, son los trabajadores migrantes, sobre todo los mexicanos, quienes más sufren accidentes laborales en Estados Unidos.

A pesar de todo, Alberto piensa que Dios nunca lo abandonó. Luego de dos años, regresó a México. Los médicos dicen que nunca podrá volver a caminar. Pero, con el apoyo de un grupo de abogados que trabajan en ambos países, pudo hacer que la empresa que lo contrató se hiciera responsable por las cuentas médicas, así como de indemnizar al joven mexiquense con una cantidad que le permitirá obtener la atención especializada que necesitará el resto de su vida, e incluso, apoyar económicamente a su familia.

Si sufre de un caso semejante y desea conocer más sobre el tema puede escribir a
gbenitez@jurisgleich.com

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