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Migración, como bandera electoral

Por Oscar Luna

Los inmigrantes son padres de familia, trabajadores, emprendedores. Representan los mejores valores de una nación que supo ser grande a partir de la tolerancia, la innovación y el espíritu empresarial. Los inmigrantes son parte esencial de la sociedad Americana.

La Migración, como bandera política, es un recurso favorito de quienes lucran con el miedo, la ignorancia y los prejuicios de los segmentos sociales más primitivos de éste país. El odio a los inmigrantes puede ser un tema crucial en la definición del resultado electoral de noviembre próximo.

Mientras las dos grandes fuerzas que mueven al mundo real –la economía y la demografía, demuestran claramente que la inmigración de origen Latino ha sido fundamental en casi todos los campos de la vida social estadounidense, en el terreno político, el precandidato Donald Trump logró arrastrar al Partido Republicano a una dinámica en que la migración se ha convertido en el gran catalizador discursivo de un amplio sentimiento de frustración y enojo entre los sectores más extremistas de la derecha de éste país.

A pesar de que las iglesias, los grandes actores económicos y la inmensa mayoría de la población mantienen posiciones en favor de los inmigrantes y reconocen la necesidad de una reforma legal que le permita regularizar su situación a los cerca de 11 millones de trabajadores indocumentados que viven aquí, Trump y sus clones –como el senador Ted Cruz–, supo convertir el tema en una bandera política que le ayudó a fortalecer su principal (¿única?) ventaja en la contienda: su estruendo mediático.

Con un poder de compra anual superior a los $1.5 trillones de dólares, los Latinos, de los cuales dos tercios son de origen mexicano y la inmensa mayoría pertenece a una familia de migración reciente, son el segmento social con el crecimiento económico más dinámico. Al menos en los últimos años nacen más bebés hispanos que anglos. La presencia de esta comunidad en el mercado laboral es mayor que cualquier otro grupo étnico. Su fuerza en el mundo de los negocios pequeños es incomparable. Para muchas industrias, su participación es vital.

Y sin embargo, The Donald fue capaz de reducir ante su público a este universo humano de origen cultural muy distinto, a una simple etiqueta, “the Mexicans”. A fuerza de golpes mediáticos, mentiras e insultos, el señor Trump ha sabido canalizar a lo peor de la derecha estadounidense en una especie de catarsis colectiva en la que primero fueron los ataques contra los Mexicanos “violadores”, después contra las mujeres, otras minorías, los veteranos de guerra y, más recientemente, en contra de todos los musulmanes.

Utilizando los prejuicios y el odio como herramientas de marketing político, el empresario neoyorquino llega al comienzo de las elecciones primarias como puntero en las encuestas de popularidad. Aunque ya con claros signos de desgaste.

Pero con independencia de si logrará obtener el respaldo de los grupos de interés y militantes de base republicanos, que son quienes definen finalmente una candidatura, The Donald ya consiguió definir la agenda pública republicana, al menos en la etapa de las pre-campañas.

Hasta antes de su desplante de anunciar que prohibirá la entrada a Estados Unidos a cualquier persona que profese la religión musulmana, los grandes ejes de su plataforma política fueron su ocurrencia de que obligará a México a pagar por un gran muro a lo largo de las 2 mil millas de la frontera común y su oferta de deportar a los 11 millones de inmigrantes indocumentados.

Sin embargo, al jalar al G.O.P. hacia posiciones extremistas, el propio Trump podría convertirse en una especie de aliado de facto en favor de la candidatura del Partido Demócrata (su partido favorito, por décadas), la cual, al menos en el tema migratorio, muy probablemente mantendrá las mismas promesas con que Barack Obama llegó a la Casa Blanca.

Ted Cruz, un cubano anti inmigrante

Con 35 por ciento de apoyo entre republicanos, Trump llega a las Primarias como claro puntero. Sin embargo, tanto su radicalismo como falta de seriedad no parecen ser su mayor problema, sino el hecho de que la contienda sigue muy dividida entre, al menos, media docena de aspirantes. Por cierto, dos de ellos son de origen cubano.

Junto con Ben Carson, el Senador por Texas, Ted Cruz es quién más se ha mimetizado con el fenómeno Trump. A pesar de que hasta hace apenas dos años tenía un discurso pro inmigrante, de hecho propuso incrementar en un 500% el techo a las visas H-1B y se expresó a favor de la reforma migratoria que el Senado aprobó en 2013, hoy Cruz ataca con ferocidad a los inmigrantes.

Nacido en Canadá, el político de origen cubano que ganó su puesto con el apoyo del Tea Party, intenta conquistar al ala más radical de los republicanos. Por ello sus planteamientos radicales contra los inmigrantes que “invaden” su país desde la frontera sur.

El otro “Latino” en la contienda es también Cubano-Americano, Marco Rubio, senador por Florida, quién con posiciones menos radicales ha logrado opacar a Jeb Bush, el ex gobernador de ese estado y quién hace un año era considerado como un claro favorito para quedarse con la candidatura.

En un contexto electoral en el que históricamente tres cuartas partes de los electores hispanos votan demócrata, resulta peculiar (por decir lo menos) que sea el G.O.P. el partido con dos precandidatos “Latinos”, ambos de origen cubano, el único grupo Latino que tradicionalmente vota republicano. El cual representa a menos de un 5 por ciento de los 57 millones de hispanos que radican en este país.

A pesar de que el consenso entre los expertos es que el Partido Republicano no puede ir contra corriente del cambio demográfico en el país –en poco tiempo los Latinos representarán un tercio de la población nacional—, hay quienes sostienen que el votante hispano promedio sí podría identificarse con posiciones tradicionalmente conservadoras.

Los mejores ejemplos son el apoyo que logró Ronald Reagan entre esta comunidad, e incluso George W. Bush, quienes obtuvieron alrededor de un 40 por ciento del voto Latino. Es más, el propio Ted Cruz logró llegar al Senado gracias al voto a su favor de un 35 por ciento de los hispanos de Texas. Incluso Marco Rubio logró un apoyo hispano de un 55 por ciento de los electores.

Sin embargo, parece imposible que ese fenómeno se repita en la actual contienda, pues el discurso de odio que Trump promueve genera el abierto rechazo de poco más de un 80 por ciento de los hispanos.

Las promesas demócratas, otra vez

Hillary Clinton, la virtual candidata demócrata, inicia el 2016 con una clara ventaja estratégica: basta con que no se deje arrastrar por Trump para que se convierta en la candidata natural de los Latinos.

Y si en el 2008 fracaso su campaña negra en la que, sin decirlo explícitamente, sus operadores pretendieron construir un discurso según el cual los hispanos rechazaban a Obama por el color de su piel, en este proceso la radicalización republicana le permite presentarse como la mejor opción. O al menos, la menos mala.

Siendo cierto que tradicionalmente Hillary ha sido ajena, e incluso hostil, a México y su gente (en los 90´s se opuso al apoyo de su esposo al NAFTA y al rescate financiero al vecino del sur), y sus posiciones sobre migración, y otros temas, bien podrían calificarse de oportunistas y de dudosa sinceridad, actualmente Hillary repite básicamente las mismas promesas que le permitieron a Obama conquistar el voto Latino.

Además de ofrecer la creación de “un camino completo y justo hacia la ciudadanía” para todos los indocumentados, así como defender las Ordenes Ejecutivas de Obama de Noviembre del 2014, la retórica de Hillary ha sido la adecuada:

“Si trabajas duro y amas a este país y no quieres más que construir un buen futuro para ti y tus hijos, debemos ofrecerte una manera para ir hacia adelante y convertirte ciudadano”, dijo recientemente en Nueva York durante la conferencia nacional de la National Immigrant Integration Conference.

Reconociendo que ser la candidata de las minorías e incluso de las mujeres no es suficiente para asegurarle el triunfo, Clinton ha señalado que los aspirantes presidenciales republicanos se han desplazado hacia el extremo y alejado del consenso entre el resto del país.

Por ello, salvo que Trump candidato consiguiera que su discurso de odio contamine al resto del país –actualmente un 74 por ciento de los ciudadanos prefieren a un(a) candidato(a) que apoye una reforma migratoria versus otro que promueva deportaciones masivas–, Hillary seguramente mantendrá un discurso a favor de los inmigrantes.

Lo cual, por supuesto, no garantiza que sus acciones como Presidenta (si gana), correspondan con sus promesas. Después de todo, tras casi 8 años en el poder, el legado real de Obama en este tema es su record de encabezar el gobierno que más personas ha deportado en toda la historia de este país.

La sociedad se moviliza

Con un claro desafío en lo que hace a su músculo político o liderazgos consolidados, los casi 57 millones de personas que hoy conforman la comunidad Latina (eran 35 millones en el 2000) son claramente el grupo social con menor presencia política en el país.

No es casualidad que sean un blanco fácil para el segmento más frustrado de la sociedad tradicional: los hombres blancos, sobre todo mayores de 50 años, sin educación y sin dinero. Ellos, la audiencia natural de Trump, son quienes añoran lo que hace medio siglo sí existió, un Estados Unidos 83 por ciento blanco, en constante y fácil expansión económica.

Hoy que la demografía ha cambiado (38 por ciento de la población no es blanca), la economía también (es global y con mucha mayor competencia externa), el camino fácil –que The Donald representa mejor que nadie, ha sido tomar al grupo social más vulnerable y culparlos a ellos de todos los males. Sí, como a los judíos.

En ese contexto la batalla por la Reforma Migratoria integral se ha convertido en un tema que va más allá de su justicia moral y conveniencia económica para el país. Ha sido un tema de rescate de los valores fundamentales de este país.

Digamos desde el año 2000 con la “enchilada completa” con que México impulso un amplio acuerdo laboral que fortaleciera la competitividad económica de América del Norte. O después, en las grandes movilizaciones callejeras de 2006 y 2007 que sacudieron al país y permitieron a millones de personas salir de las sombras. O, quizás con el proceso legislativo que llevó a la reforma aprobada en el Senado en 2013.

A contracorriente con lo que ocurre en algunos países de Europa, en Estados Unidos las iglesias, las grandes empresas, los sindicatos e innumerables autoridades locales, han reivindicado el valor de los inmigrantes para este país.

Entre ellos destacan esfuerzos como fwd.us, la comunidad digital apoyada, entre otros, por el creador de Facebook, Mark Zuckerberg y el creador de Microsoft, Bill Gates. A través de promover la participación ciudadana a favor de una reforma migratoria, este grupo ha fortalecido el consenso social a favor de los inmigrantes.

En la misma pista, otras organizaciones han concentrado su esfuerzo en promover la participación de los inmigrantes, sobre todo Latinos y Asiáticos, en las urnas.

Y si después de los 11.2 millones de votos Latinos registrados en última elección presidencial (72% a favor de Obama) dejó la gran lección que, para sobrevivir el G.O.P. necesitaba cambiar su relación con las minorías (y mujeres), casi 4 años después el fenómeno Trump parece (casi) un intento de suicidio político.

En todo caso, lo que parece muy claro, es que en las elecciones presidenciales de este Noviembre, la migración será un tema crucial para millones de votantes. Al menos para los radicales de una derecha racista y xenofóbica y para cerca de 15 millones de votantes hispanos, jóvenes la mayoría y que representan el sector más dinámico de la sociedad, en casi todos los campos.

Y también que del resultado de los comicios dependerán las posibilidades de que en el 2017 se apruebe, finalmente, la reforma que, de una manera u otra, cambiará radicalmente la vida a millones de familias Americanas.

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