Por Vidal Romero
Según las últimas encuestas, Donald Trump será el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos en 2016. Ciertamente faltan las primarias del 1 de febrero al 14 de junio de este año, en donde existe cierta incertidumbre sobre las dinámicas locales y los cambios que las primeras elecciones internas pueden generar en las siguientes primarias. Sin embargo, con una ventaja de 2 a 1 sobre su más cercano rival, difícilmente Trump perderá.
El siguiente paso para Trump sería ganar la elección al candidato demócrata, que muy probablemente será Hillary Clinton.
Ahora, supongamos que Trump gana la elección presidencial, ¿qué pasaría? ¿Sería una catástrofe para los latinos en los Estados Unidos? ¿Se deterioraría la relación de México con los Estados Unidos?
La respuesta corta es que ciertamente serían años conflictivos entre México y los Estados Unidos y para algunos latinos en los Estados Unidos. Pero no sería una catástrofe.
Trump como hipotético presidente, seguramente seguiría con su discurso incendiario, que atrae a amplios segmentos del electorado estadounidense, para mantener su base de apoyo. Pero seguramente conforme los días pasen debiera irse moderando al necesitar la ayuda para gobernar de otros segmentos no tan radicales, incluso dentro de su propio partido político. De entrada esperaríamos que en la elección abierta moderara algunos de sus dichos.
El gran obstáculo que enfrentaría Trump sería el de efectivamente implementar las propuestas que presentó en campaña. Esto es común a cualquier presidente. El Presidente Obama es un muy buen ejemplo de cómo buenas ideas y buenos deseos son muy difíciles de implementar una vez en el gobierno. Los candidatos, y el público, tienden a sobrestimar el poder de la oficina presidencial.
Los presidentes enfrentan tres principales límites para trasladar sus preferencias a políticas públicas. Primero, recursos económicos. Las acciones de gobierno requieren fondos y usualmente son muchas más las necesidades que los recursos disponibles. Segundo, las preferencias de otros actores políticos con poder de veto. Usualmente el presidente requiere de la ayuda de otros políticos, como, por ejemplo, en el congreso para aprobar sus políticas y el financiamiento de esas políticas; o de otros niveles de gobierno como gobernadores o alcaldes. La tercera limitante son las reglas existentes. Existen procedimientos, relaciones con otros actores, y restricciones que las normas formales e informales establecen y dentro de las cuales actúan los presidentes.
Estos límites tienen la parte positiva de que mantiene a los ejecutivos bajo control. El costo es que se reduce la discreción del presidente.
Para el caso de una hipotética presidencia de Trump, los límites son una buena noticia. Seguramente el congreso, la corte, gobernadores y múltiples otros grupos moderarán lo que puede hacer Trump como presidente. Pero esto seguramente no será sin conflicto. Y también tiene cierto margen de maniobra para imponer sus preferencias en algunos temas.
Así, hay que estar preocupados, pero no tanto.