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Los tres Méxicos

Rumbo al 2018 se perfila claramente un país políticamente dividido en tercios. Democrático quizá, pero con mínima gobernabilidad.

Por Oscar Luna

Hay quienes piensan que México es, en realidad, tres países distintos:

El México del Sur, parte de Mesoamérica y sus culturas milenarias, enormes recursos naturales y, claro, pobreza extrema, una agricultura de sobrevivencia y hermosos paisajes. Es el México flojo, según su caricatura más distorcionada.

El México del Centro, sobrepoblado, con una economía que crece torcida con una inequidad extrema. Conflictivo y muy politizado, ese México (que podría incluir a la región del Bajío) heredo del imperio católico español grandes monumentos coloniales y los peores vicios de aquel mundo: corrupción y autoritarismo.

El México del Norte (que en este esquema no va más allá de la línea fronteriza) en cambio sería, según la visión más simple, el México dinámico y productivo. Un México con raíces prehispánicas más débiles, más colonizador que conquistado y que se supone, debería ser más clase mediero y democrático. Hasta que sucumbió a la violencia criminal detonada por el negocio de la drogas prohibidas.

Por supuesto que como México no hay dos (y mucho menos tres). México es uno, uno sólo e indivisible ante la ley y con una profunda historia de un centralismo tan agobiante que hasta hace bastante poco permitía que los periódicos con encabezados que decían que “La Iglesia” o “El Partido” aseguran tal o cual cosa. Era el México noventa y tantos por ciento católico y priista.

Era un México de supuestas unanimidades en torno a El Poder (El Señor Presidente, una sola persona que al mismo tiempo encarnaba realmente a los tres poderes, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial). Era un México en el que “Los Pinos” (que según la canción daban sombra) eran el centro del universo nacional. Era un México en que había también, para todos efectos prácticos, una sola gran televisora.

Pero ese país ya no existe más. México 2016 es un ejemplo claro de una sociedad dividida en grandes públicos con identidades tan diferentes entre sí como quienes aplauden la legalización de los matrimonios entre personas de un mismo sexo y quienes celebran crímenes como la reciente masacre en un bar gay en Orlando, Florida. Es un México con un puñado de ultra ricos y más de la mitad de la población en pobreza. Un México separado por el color de la piel, por el acceso a la tecnología, la educación y muchas otras fronteras internas.

Siendo cierto que el actual Presidente nunca se distinguió por un liderazgo al estilo de los grandes caudillos de nuestra historia, el hecho que salvo del efímero despegue del Pacto por México, su gobierno ha funcionado con muy bajos niveles de aprobación (al menos en el último año por ahí del 30 por ciento). Aunque en el caldeado mundillo de las redes sociales no se mire así, difícilmente se podría sostener con datos duros que la violencia y la corrupción actuales son peores que las que conocimos en el pasado cercano.

En ese contexto, la reciente elección de gobernadores en 12 entidades y su resultado claramente adverso al PRI, perfila un escenario en el que, salvo una crisis mayor a nivel global (¿Trump en la Casa Blanca? ¿Europa despedazándose? ¿China en crisis económica?), es muy probable que la elección Presidencial del 2018 se convierta en una contienda a tercios: entre el PRI, el PAN y, de nuevo, López Obrador.

Por buena parte de sus primeros 70 años en el poder el PRI fue un gran símbolo de estabilidad política. La cual, a su vez, permitía un crecimiento económico en sintonía con la agenda del gigante del norte y los grandes grupos empresariales locales. Ellos sí saben cómo hacerlo, fue justamente el slogan de Ernesto Zedillo en 1994, el penúltimo candidato ganador de ese partido.

Por 12 años el PRI estuvo fuera de Los Pinos, hasta que regresó al poder en el 2012, con una versión telegénica de unos de sus presidentes emblemáticos de medio siglo atrás (Adolfo López Mateos). Y propaganda aparte, regresaron algunos de los personajes más emblemáticos del viejo sistema, como Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, éste último sin duda el mejor operador político de ese vieja maquinaria que, con puño de acero en guante de seda, construía gobernabilidad y ganaba elecciones.

Pero los movimientos de la sociedad no perdonan. Del México que el 99.9 % votó oficialmente por José López Portillo (1976) al del 2012 en que un 38 % le dio la victoria a Enrique Peña hay una clara tendencia: hacia abajo. Lo cual quedó claramente ratificado en la gran mayoría de los comicios estatales del mes pasado. De ir por 9 de 12 posibles triunfos el PRI terminó con 5 gubernaturas.

Desde Los Pinos, y además como partido, sigue siendo la maquinaria electoral más poderosa, pero claramente minoritaria. Aunque en este momento despunta el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, como quien mejores posibilidades tendría en las urnas, es de suponer que Pinos trate de retrasar su decisión todo lo posible.

En cambio, el PAN, que pese a profundas fracturas internas, se alzó con 7 victorias que le permitirá gobernar desde ya a una tercera parte de la población del país y, desde ahí, tener una clara posibilidad de regresar a la Presidencia que ganó Vicente Fox en el 2000 y Felipe Calderón en el 2006. La cual dependerá en mucho, de quién será su candidato(a).

Percibido por millones de ciudadanos como la opción viable para forzar la voluntad ciudadana a favor de la alternancia que dominó el pasado proceso electoral, la estructura interna del PAN tendrá que definir si prefiere el regreso a Los Pinos de Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón, el mismo entregó la banda presidencial a Enrique Peña, o quizá el presidente actual del partido, Ricardo Anaya, de 39 años de edad, quién también busca esa posición.

De mantenerse el esquema electoral actual –una contienda relativamente equilibrada, con muchos partidos pequeños que dividen el voto–, el PAN podría volver a ser considerado como la opción viable para otro tercio del electorado.

Salvo el factor Peje. Como en las dos elecciones presidenciales pasadas, el veterano activista político –primero por el PRI, luego por el PRD y ahora por su propio partido–, Andrés Manuel López Obrador ha sabido venderse ante millones de ciudadanos como la gran opción de un “cambio verdadero”.

Con poco menos de un 20 por ciento de votos a favor de Morena en la pasadas elecciones, El Peje es, con mucho, el aspirante más conocido por los ciudadanos (también quién tiene de los negativos más elevados). Con un record de gobierno que difícilmente podría calificarse de progresista, AMLO ha logrado levantar la bandera de la corrupción como el gran mal que sus adversarios le han dejado a México.

En el contexto del tsunami anti-sistema que recorre el mundo, ese mal humor social del que hablaba el Presidente Peña, es también una posibilidad real que la candidatura de El Peje, logre atraer al segmento más fastidiado de la ciudanía y que desde ese tercer tercio, logre finalmente concretar aquel clásico dicho de que la tercera es la vencida.

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