Reconocido entre muchos de sus asiduos lectores como el “diario más aburrido del mundo”, el New York Times es, debatiblemente, el periódico más influyente de nuestro tiempo. Como el resto de los grandes periódicos, durante los últimos años el NYT ha sufrido los embates de las diversas crisis que han minado al periodismo de papel. Con más pena que gloria ha sido, sin embargo, uno de los que mejor ha transitado hacia el universo digital.
Emblemático de la soberbia propia de los “new yorkers”, su principal editor Arthur Ochs Sulzberger ha logrado mantener a flote la compañía luego de sus desventuras inmobiliarias de la 8th avenida, esquina con la calle 40 West, gracias al apoyo financiero del empresario mexicano Carlos Slim.
Campeón de los lugares comunes y lo políticamente correcto, por mucho tiempo el NYT navegó con los vientos de la inercia de su viejo prestigio como un diario liberal moderado que no dudo en sesgar su línea editorial para apoyar, por ejemplo, la guerra de Bush contra Irak. También fracasó –como el resto de los medios– en entender el fenómeno Trump que le dio un vuelco al actual proceso electoral estadounidense.
Vecinos de Donald J. Trump desde siempre, los editores y grandes reporteros se escudaron por muchos meses en la comodidad de pretender que el personaje televisivo era un personaje serio y lo por lo tanto se dejaron llevar por las ocurrencias mediáticas del empresario.
Aunque hasta hace un par de meses en que The New York Times abandonó la neutralidad al estilo de Neville Chamberlain frente a Hitler y se decidió a mostrar al Trump verdadero. Así a golpes de periodismo preciso y profundo y un manejo editorial directo jugaron un rol clave en el desenmascaramiento de un personaje que convirtió el odio a los inmigrantes, el desprecio a las mujeres y el circo mediático su plataforma política.
Independientemente del resultado final de la elección, vale la pena aplaudir el rencuentro del NYT con el mejor periodismo.