La irrupción violenta de colectivos feministas en la Ciudad de México recuerda simbólicamente a las Amazonas
(Apuntes para salir del marasmo de la revolución del glitter)
Violencia
RAE:
Del lat. violentia.
- f. Cualidad de violento.
- f. Acción y efecto de violentar o violentarse.
- f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder.
- f. Acción de violar a una persona.
Diccionario del español jurídico RAE:
- (penal) Fuerza física que aplica una persona sobre otra y que constituye el medio de comisión propio de algunos delitos, como el robo y los delitos contra la libertad sexual, entre otros.
OMS:
La violencia es el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
El Estado como la única fuente de violencia legítima:
(Weber, Max; La política como vocación)
Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia”.
La irrupción violenta de colectivos feministas en la Ciudad de México recuerda simbólicamente a las Amazonas. Si bien el uso de la violencia en la protesta social siempre está en entredicho no recuerdo tanto enojo y repudio contra un acto de este tipo en los últimos años
Twitter: @lydicar
Aclaro: no fui a la marcha. Andaba en Puebla, trabajando una de mis dos jornadas laborales de género: la económica (la segunda es la del “hogar”). Llegaba apenas a Ciudad de México cuando me marcó por videollamada una amiga, Alejandra. Vi su carita llena de glitter rosa y sonreí. Pero ella se veía preocupada. Me dijo: “quemaron una parada del Metrobús y una estación de policía. Se puso cañón”. La noticia no me gustó. Me pareció excesivo, una “provocación”. Algo que podría ser negativo.
Mi amiga tampoco estaba contenta. Pero, paradójicamente, en las siguientes horas y días subió a su cuenta de instagram momentos de la marcha muy bellos: amigas manifestándose juntas, madres con hijas. Todo lleno de rosa, cartulinas rosas, glitter, diamantina o brillantina, purpurina por todos lados: en el aire, los rostros, las calles. Cambió incluso su cuenta de perfil por su rostro purpurino.
Fue, por un lado, manifestación muy femenina (femenina en el sentido cultural: mucha alegría, mucho color rosa, muchas flores).
Luego las otras imágenes circularon. Mujeres incendiando una estación de policía.
Encapuchadas rompiendo a golpes los acrílicos de la parada del Metrobús. A golpes.
“Les costó trabajo, se tardaron más que los hombres –cuando éstos lo hacen–. Pero lo lograron. ¡A golpes!”.
Así lo narró P, cuando le marqué, el sábado.
A P. le conozco 15 años atrás. Hemos cubierto juntos temas de derechos humanos, movimientos sociales, tanto no violentos como violentos; asesinatos de defensores de derechos humanos, crímenes ecocidas. Él más que yo, ha documentado sistemáticamente las diversas protestas sociales. Desde la más blanca (bordadoras por los desaparecidos, por mencionar unos), hasta las batallas colosales: el Primero de diciembre de 2012, cuando, en la toma de protesta de Peña Nieto, grupos desplegaron una verdadera batalla alrededor de San Lázaro, durante horas enteras, y se enfrentaron con petardos y golpes a la policía.
Por eso, por su experiencia en marchas y enfrentamientos callejeros, la opinión de P. es informada.
- me dice: “¿te soy honesto? Desde el primero de diciembre no veía una acción tan focalizada, tan organizada. Creo que hasta más. Iban directo a la estación de policía. Creo que ellas se organizaron mejor que los batos”.
–¿Tú qué sentiste?
–Pues me sorprendió su capacidad de organización y estrategia…
–No, P., tú como hombre, ¿qué sentiste?
–Pues sabía que yo no era bienvenido [por ser hombre]. Así que no me acerqué demasiado. Sentí nerviosismo. Y, sí, sorpresa. Es decir, desde que rompieron la puerta en el Búnker, me imaginé que escalaría. Pero no así: con ese nivel de organización, con ese nivel de… es que llegaron los granaderos, ¡y no se iban!, ¡los enfrentaron!
La imagen es inédita y terrible, pero no por la violencia. En Ciudad de México, ocurren actos violentos de manera más o menos periódica. Por ejemplo, durante los partidos de futbol, tanto en el estadio, como después. También hay heridos, vidrios rotos, tiendas saqueadas.
Ocurren actos violentos durante muchas marchas estudiantiles. No todos los contingentes, por supuesto, pero hay varios colectivos (por lo general muy pequeños) que reivindican la “acción directa”. La acción directa, en este caso entendida como una manifestación física en contra del Estado. Es decir: un colectivo, un individuo no reconoce la autoridad del Estado y por ello le arrebata el monopolio de la violencia. O bien, un individuo o colectivo se opone a determinado comercio –por explotador, por trasnacional, etcétera–, y lo destruye.
En muchas marchas estudiantiles, sobre durante los años 2000, hubo colectivos anarquistas que reivindicaron la acción directa, y agredieron –con este mensaje político– ciertas tiendas de cadenas nacionales y trasnacionales, se enfrentaron contra granaderos, etcétera.
Bajo esta misma lógica ocurrió lo de diciembre de 2011. Una acción coordinada entre varios colectivos para someter la toma de protesta de Enrique Peña Nieto a un repudio expresado con ataques físicos, violentos, en todo el primer cuadro de la ciudad.
Otros momentos violentos en la Ciudad de México: batallas de determinadas colonias contra la policía, como las que se han suscitado en el barrio Tepito a lo largo de los años.
La violencia como forma de protesta social no es inédita en la Ciudad de México y tampoco en el mundo. Basta recordar los recientes chalecos amarillos en Francia, protestando por el aumento excesivo en el precio de combustibles. También hubo actos destrozos y enfrentamientos con la policía. Como en la mayoría de los casos, los excesos fueron sobre todo por parte de las autoridades.
No es inédita la violencia en la protesta social. Pero sí que fue inédito que se tratara de mujeres:
Mujeres rompiendo a golpes los acrílicos e incendiando una estación de policía… Mujeres sin hombres, organizadas, mostrando fuerza física suficiente para enfrentarse a granaderos y romper acrílicos. Mujeres destrozando, como una estrategia de la protesta social.
Es, al menos desde mi experiencia, inédito.
E inédito fue el repudio también.
II Tabú
La antropóloga Rita Laura Segato es una de las pensadoras más relevantes de la actualidad en cuanto a feminismo y violencia de género.
A ella se le conoce más por sus estudios sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y la manera en la que explica que éstos se tratan de un pacto entre cofradías de hombres criminales.
Pero Segato tiene otros estudios como antropóloga, que dan luz sobre más aristas de la violencia de género.
Por ejemplo, en su libro Contra-pedagogías de la violencia –una serie de ensayos a partir de sus clases en la Universidad de Rosario, Argentina–, narra cinco mitos fundacionales que dan vida a la cultura en prácticamente cada rincón del planeta.
Estos mitos son:
1.- La experiencia del amor romántico, bajo la forma del amor interdicto o imposible.
2.- La fórmula mítica de la vagina dentada que alude a la peligrosidad de lo femenino.
3.- El mito de las amazonas o matriarcado originario, cuya derrota da inicio a una civilización.
4.- La universalidad del conocimiento de la experiencia de la violación.
5.- La adquisición del estatus masculino como resultado de un proceso iniciático de probación.
Los mitos que dan forma a la historia de la humanidad son la base sobre la que se erige la conciencia y el inconsciente colectivo. No son sólo historias para hacer dormir a los niños, sino que tratan de explicar la historia simbólica de los pueblos.
En su libro, Rita Laura explica que esos cinco mitos corresponden a la fundación del Patriarcado: el amor imposible, la peligrosidad de las mujeres, la derrocación de las amazonas, y, en muchos casos, el uso de la violación para ello: para poner a las mujeres en su lugar. Por último, los hombres están obligados a probar su estatus masculino una y otra y otra vez a lo largo de su vida.
De alguna manera, esa irrupción violenta de colectivos feministas en la Ciudad de México y otras ciudades recuerda simbólicamente a las Amazonas: mujeres guerreras, fieras, que no quieren estar con hombres, que sólo los usan si desean tener hijas. Que son indomables… hasta que llega un Aquiles, un Hércules a derrotarlas y ponerlas en su lugar.
Este mito, el de la mujer peligrosa, y dentada, hasta que el hombre la doma, está por todas partes, por cierto. Por ejemplo, basta escuchar el mito de Coyolxauhqui, quien quiere asesinar a su hermano Huitzilopochtli (el sol), quien se encuentra en el vientre de la madre de ambos. Pero él nace, la desmembra, la mata, la convierte en Luna y la vence.
Retomo la historia del pueblo Qom o Toba –publicada anteriormente en este espacio–, localizado en lo que ahora es el Chaco argentino, en el que los hombres ven a las mujeres–estrella, muy bonitas pero muy fuertes, que bajan cada noche a comerse el alimento de los hombres. Ellos quieren poseerlas, pero ellas no lo permiten, además tienen la vagina dentada. Por fin, por medio del fuego y la violación logran domarlas y hacerlas suyas.
Hacerlas suyas.
Bajo este ángulo, estas feministas rabiosas no sólo rompen un Metrobús y una estación de policía. Ponen a temblar toda la estructura simbólica en la que se erige la civilización.
III ¿Es solución?
El uso de la violencia en la protesta social siempre está en entredicho. En prácticamente todos los casos de subversión popular hay excesos, de ambos lados. De lado de la policía es invariable, y por parte de los manifestantes ocurre también. Es muy difícil mantener los cauces de una protesta social por el simple hecho de que, a pesar de que puede haber estructura, organización y líderes, se trata de un momento en el que se decide sublevarse, romper la ley y es riesgoso. Además, se trata de una masa de personas, que se encuentra enfurecida, o alborotada o enojada. A eso se suman los infiltrados y provocadores (que esos sí, invariablemente hay) y la cosa se vuelve muy explosiva.
He ahí que los grupos armados de muchas décadas, cuando deciden realizar un sabotaje o acto violento, saben que mientras menos haya, es mejor.
Lo mismo ocurre con una manifestación de mujeres. ¿Cómo determinar qué colectivos deciden o reivindican un acto como la destrucción del Metrobús? ¿A quién hay que detener y procesar por ataques físicos: a una reportera, o a gente que simplemente iba pasando por ahí sin deberla ni temerla?
A eso, sumarle lo desconcertante que resulta para el grueso de la población. En efecto, en mis años como reportera no había visto tanto enojo y repudio contra un acto de este tipo. No ocurre en los partidos de fútbol (violencia tolerada), ni en las trifulcas de Tepito (tolerada también). Yo sumaría a este avispero el hecho de que ver a mujeres comandar y ejercer la violencia es completamente apabullante.
Ahora bien, fueron reales, y repudiables las agresiones excesivas y abusivas de algunas participantes el pasado viernes. Fueron reales: hubo agresiones físicas en contra de periodistas, reporteras, y personas que pasaban por ahí. Además, mujeres granaderas fueron atacadas y también lesionadas. ¿Es eso admitible? Por supuesto que no. Siempre será condenable.
Sin embargo, es imposible condenar un movimiento entero por ello.
IV ¿Hay futuro?
El movimiento feminista mexicano, que ha adquirido notoriedad y fuerza sin parar desde los últimos años, es liderado principalmente por mujeres jóvenes. La mayoría no llega a los 30 años. Sus movilizaciones y acciones han ido creciendo, del mismo modo que su perseverancia para exigir un cambio de paradigma.
La exigencia no es infundada. Apenas en marzo pasado, Amnistía Internacional México advirtió que el nuestro es el país con mayor número de feminicidio de toda América Latina. La impunidad está por el rango del 98 por ciento o más. Además, las formas en las que las mujeres son asesinadas se han vuelto cada vez más violentas, más dolorosas, más crueles. A eso se suman otros números: primer lugar en América Latina en cuanto a abuso infantil; primer lugar en embarazo adolescente de la OCDE, alarmante la brecha salarial, las peores condiciones en cuanto a baja por maternidad… y así.
¿Serán estas jóvenes capaces de mantener los cauces de su protesta bajo su propio control? ¿Serán capaces de aprender de sus errores y también de sus aciertos, evaluar cuánto cambio de paradigma resiste la sociedad mexicana? No lo sé. Pero antes que criticarlas, no puedo sino agradecer su valentía para mencionar, gritar y no parar de denunciar lo evidente: en México no hay muchas condiciones para que las mujeres seamos felices.