A estas alturas del partido, sostener que los dispositivos móviles —que en el viejo mundo se conocían como “teléfonos celulares”— son la pieza principal de toda la industria de la información y las comunicaciones, es más o menos una obviedad.
Si el internet pudiera ser definido como el hijo que tuvieron las computadoras y la fibra óptica, los smartphones —esos 2,700 millones de dispositivos que son el principal motor del reino de las redes sociales y la economía de las apps—, serían el resultado de la unión entre la explosiva expansión de la banda ancha móvil y una serie de nuevas tecnologías que ponen en nuestras manos, literalmente, un torrente de información inimaginable hace apenas una generación.
En los primeros años de este siglo, las grandes empresas tecnológicas que hoy acaparan el dinero de los grandes mercados financieros internacionales eran inexistentes o irrelevantes en términos económicos. Apple, Facebook, Alphabet (Google), Amazon, se han levantado como pilares de la economía digital —junto con Microsoft y, hasta cierto punto, Netflix—, todas a partir del uso de la dimensión digital para construir los mercados globales que intentan conquistar. Con la importante excepción de China, hasta ahora lo están logrando.
En 2019 tenemos más teléfonos celulares que personas en el planeta y quienes usan el internet —poco más de media humanidad—, pasan ya más tiempo frente a la pequeña pantalla que ante el televisor. Y eso que el gran cambio apenas está comenzando.
La realidad que viene
Como dijeran los clásicos, mientras los viejos paradigmas no terminan de derrumbarse y los nuevos no acaban de consolidarse, buena parte de las personas y también las propias estructuras sociales y económicas en una cantidad importante de países e industrias, se encuentran hoy a la mitad del turbulento río de las transformaciones que definirán el futuro cercano.
De las relaciones laborales definidas por el nine-to-five, las estructuras organizativas verticales y la búsqueda del poder (control) como objetivo supremo, a los modelos horizontales, que toman ventaja de las nuevas tecnologías, estimulan la creatividad y por ende la productividad, sigue siendo evidente una enorme brecha entre diversos países, grupos sociales y, claro, distintas generaciones.
En la víspera de la robotización plena de la economía industrial en el autodenominado “primer mundo”, en los países “en vías de desarrollo” todavía medimos el desempeño laboral —con relojes checadores— en horas-nalga.
Algo similar sucede al interior de las mismas industrias: mientras las filas para la atención al cliente en los bancos, escuelas y hospitales siguen creciendo, las “sucursales digitales”, los “cursos online” y las “cirugías a distancia” comienzan a ser práctica común.
Lo mismo que en temas como la movilidad: mientras un par de uniformados son capaces de provocar un verdadero caos en cualquier crucero haciéndose cargo del control manual del semáforo, los gobiernos cuentan con software capaz de utilizar Inteligencia Artificial para orientar los flujos vehiculares de una manera que ahorren miles de horas de embotellamiento.
O la seguridad con la instalación de una enorme cantidad de cámaras de video que pueden usarse para el reconocimiento de rostro e identificación de delincuentes, a la par de las viejas mafias policiacas que siguen al servicio del crimen organizado.
La brecha digital se acorta y crece
Como en otros muchos asuntos de la vida, el crecimiento de las capacidades digitales no es homogéneo. A pesar de toda la retórica al respecto, todavía hay poco más de 3 mil millones de personas sin acceso al internet (y casi 900 millones que no tienen una llave de agua o excusado en sus casas). A grandes rasgos, se podría decir que si desde el nacimiento del iPhone (2007) la inmensa mayoría de los países desarrollados lograron el acceso universal al internet móvil, en América Latina, el este de Europa y gran parte de Asia esa condición la alcanzaron en los últimos años. En ese sentido, la brecha digital se ha acortado.
A junio de 2019, de las 6 mil millones de suscripciones registradas de telefonía broadband, los países que encabezan la expansión de esta tecnología son China, Nigeria y Filipinas. Otro importante avance ha sido la reducción en una gran cantidad de mercados del costo que la gente paga por acceder al principal producto de la era digital, la data (versus el uso de voz). Sin embargo, un desafío de fondo persiste: mientras en los países ricos se contrata la velocidad de conexión en gigabytes, para quienes menos tienen, la oferta es en megabytes.
De acuerdo con el último reporte sobre el tema de Ericsson, el gigante tecnológico sueco, el promedio mundial de consumo mensual de data vía banda ancha es de 6 gigas por usuario, siendo India donde el promedio de consumo es más alto con 8.9. En México y buena parte de América Latina se consume alrededor de 3 gigabytes por usuario cada mes.
Lo que sí es una constante en todos lados es en qué usa la gran mayoría de la gente su data: en videos. Por arriba de Facebook, YouTube es el principal destino de los internautas.
El boom del video ha llegado a un punto en que las nuevas tecnologías permiten superar la máxima bíblica de “Hasta no ver, no creer”. Es el caso de las Deep fakes —un recurso utilizado desde hace años en la producción de pornografía—, se trata de un recurso bastante sencillo que permite la falsificación de videos y audios en las que cualquier personaje puede aparecer en las pantallas diciendo y haciendo cualquier cosa. Considerando el rigor de las “benditas redes” y la batalla por el breaking news y el scoop de los grandes medios, las consecuencias son fáciles de imaginar.
El nuevo lenguaje
Ante la G5 y la VR, la 4K y la H.D.R., los algoritmos, el E.R., la A.I. y demás etiquetas de moda, la reacción natural podría ser el mexicanismo “N.P.I.”. O ya en esas, su equivalente en inglés: “W.T.F.?”.
Primero la G5. Más allá de las consideraciones técnicas (G5 representa la quinta generación de red de telefonía móvil, en la mayoría de los casos sigue a la G4, sobre todo en su formato LTE que es la tecnología con que operan la mitad de los móviles en Europa y Estados Unidos), lo que G5 quiere decir es muy simple: internet más rápido. Según sus promotores, hasta un gigabyte por segundo.
Si una persona promedio tiene capacidad de procesar un pensamiento especifico a una velocidad de unos 8 o 9 milisegundos, la G5 representa que un dispositivo móvil podrá realizar una acción equivalente en 10 milisegundos.
De acuerdo con los expertos de Ericsson, para finales de este año se espera que haya poco más de 10 millones de usuarios en Moscú, Atlanta, Londres y Nueva York. Según los mismos estimados, para 2024, la cifra llegará a 1,900 millones de dispositivos; esto es, uno de cada 5 dispositivos móviles en uso en el planeta en ese momento.
Con independencia de su impacto en el ámbito del internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) y en especial en diversas industrias (finanzas, transportación, manufacturas, producción agrícola, entre otras), la nueva ola G5 equivaldrá a darle a los usuarios acceso al mejor WiFi posible, pero no solamente en un espacio cerrado, sino en cualquier lado, en todos lados. Si el primer wireless nos liberó de las computadoras de escritorio, la red G5 ofrecerá una hiperconexión con capacidad de convertirse en mejor movilidad, más seguridad, más salud, acceso a más recursos, etcétera.
Es posible que pronto nos olvidemos de esos años en que la gente iba por la calle “hablando sola” (la telefonía inalámbrica), se la pasaba “chateando” en la mesa familiar y “enchufada” a la pantalla en el transporte público. Al parecer, en la ruta a la conexión plena que prometen las nuevas herramientas, la relación entre persona y maquina alcanzará niveles sin precedente.
Hasta ahora, como negocio la G5 se promueve asociándose con la Virtual Reality (VR), Augmented Reality (AR), dos recursos relativamente viejos (casi una década), pero que podrían incorporarse masivamente a nuestra vida cotidiana.
A la par de estos cambios tecnológicos, ha ocurrido también un acelerado proceso de concentración entre quienes producen y distribuyen “contenido” (la expresión con copyright de la data), esa materia prima digital que, desde nuestros móviles nos informa, entretiene, educa y, en sentido estricto, da forma a nuestras propias redes conexiones neuronales y, por ende, dicta nuestra conducta y construye la cultura misma.
Así pues, la tercera década del nuevo milenio se asoma: la principal herramienta es el dispositivo móvil, por supuesto broadband y de preferencia G5. Sin duda, el mercado es, fundamentalmente, el mundo entero; la duda es ¿será Facebooko WeChat? ¿Google o Amazon?, la entidad que desempeñe el rol de alpha dog en un entorno de influencia sobre más y más gente.
Como negocio todavía no queda claro si el control lo tendrán los gigantes tipo Disney que producen el contenido que cada vez se consume más, o los gigantes tipo Comcast que lo distribuyen. O si terminarán por unirse en un híbrido de un puñado de megacorporaciones con capacidad de convertir eso que llamamos media digital en una misma mercancía que, por su propia condición binaria, pueda ser, a la vez, de consumo personalizado y de alcance global.
Sabemos, sí, que el video va por delante. También que el impacto de la revolución digital ha servido para que toda esa data almacenada en alguna bodega remota llamada “la nube”, sea más o menos el mismo producto, llámese conocimiento, noticias o entretenimiento.