El culto a la muerte comenzó con el nacimiento de la mexicanidad. Las raíces prehispánicas de las celebraciones del Día de Muertos son más que evidentes.Orgullo del nacionalismo mexicano del siglo pasado, las catrinas ilustran el peculiar sentido del humor de Posadas y su crítica velada a la pompa porfirista. Revaloradas en las últimas décadas, las ofrendas, altares y recuperacuperación de las leyendas y tradiciones de diversos pueblos mexicanos fueron lanzadas al estrellato mundial por obra y gracia de la maquinaria de marketing del 007. De la película a la realiad, los desfiles de calaberas gigantes son una nueva tradición en el país.
Y llegó Coco. Para pena de quienes defienden el “excepcionalismo mexicano”, tuvo que ser la magia de Walt Disney la que enseñara al todo el planeta una extraordinaria una narrativa universal de la peculiar relación del alma mexicana y “la vida” más allá de la muerte. Algo similar podrían lamentar los puristas, al tener que reconocer el hecho contundente de que es China, y no México, el principal productor de cempasúchil, la flor tradicional de esta temporada. En cualquier caso, el lado brillante de esta expresión global de la cultura mexicana tradicional, es su capacidad de hacer contrapeso a la enorme fuerza cultural del Halloween, una expresión plastificada del mismo fenómeno: la fascinación popular con “el más allá” y sus múltiples expresiones.