Fernando Guzmán Aguilar
La pluriculturalidad que trajo la Conquista incluyó músicas e instrumentos musicales
El huapango se toca mayormente con instrumentos de cuerda “por esa otra raíz, la europea”, dice Juan Guillermo Contreras, profesor de la Facultad de Música de la UNAM.
Con la Conquista, los españoles trajeron una pluriculturalidad, que incluía la negritud. No sólo llegaron castellanos, gallegos, vascos, catalanes…
En el ejército de Hernán Cortés venían personas de tez negra, de origen africano, agrega el investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez (CENIDIM) del INBAL.
Con esa pluriculturalidad venían también músicas e instrumentos musicales (laudes, guitarras, guitarrillos, arpas y rabeles), que los indígenas —cuando se les permitió— aprendieron a tocar y a construir.
Les hicieron adaptaciones. En vez de placas de madera ensambladas para las cajas de resonancia, utilizaron valvas vegetales o caparachos de animales. Hay jaranas huastecas con caparazón de armadillo.
Carga simbólica
Desde el siglo XX a la fecha el huapango o son huasteco lo toca un trío instrumentado por un violín, una pequeña jarana o guitarrilla, de cinco cuerdas casi siempre, así como por una huapanguera.
En Chicontepec, Veracruz, y en otras partes, a la pequeña jarana le ponen seis cuerdas, pero una de ella es doble, afinadas en la misma nota, dice el etnomusicólogo Contreras.
La huapanguera o guitarra grande también es de cinco órdenes de cuerdas: cinco cuerdas sencillas en total, cuatro sencillas y una doble (seis en total), tres dobles y dos sencillas (ocho en total) y cinco dobles (10 cuerdas en total).
Hay otros instrumentos con los que se toca el son huasteco, por ejemplo: unas jaranas pequeñas conocidas como “media jarana”, unas guitarritas más pequeñas de cuatro cuerdas llamadas tzentzen y unas minúsculas de tres cuerdas denominadas cardenales. Tienen una gran sonoridad. Parecen juguetes, pero —subraya el maestro Contreras— son también instrumentos rituales, a los que se les concede valores mágicos, terapéuticos.
En algunas comunidades, como Tequistote, San Luis Potosí, después de una danza, los instrumentos musicales se raspan en agua contenida en frascos ex profeso que ponen en altares y se toma como remedio contra enfermedades, accidentes o percances como el envenenamiento o mordedura de una víbora.
También con la llave del arpa hacen “unos pases” por una herida antes de que el paciente herido sea atendido por un médico.
Ningún son es igual
En el son huasteco, tocado por un trío conformado por violín, jarana y huapanguera, las melodías son sincopadas, el acompañamiento es a contratiempo: se acentúa a partir del segundo y tercer tiempo. Así se remarca en las guitarras y se taconea.
Son peculiaridades que no aparecen en otras partes, apunta el maestro Contreras, coleccionista de instrumentos musicales de México y el mundo.
En los mitotes de los pames, de SLP, del sur de Tamaulipas y en Querétaro, se toca huapango con flautas similares a las que aparecen en códices y que se han encontrado en excavaciones arqueológicas, hechas de barro.
Estas flautas tienen la peculiaridad de utilizar una telita de araña (como papel de China) para que vibre por simpatía y le dé un timbre muy particular. En Tantoyuca (la perla de las huastecas), Veracruz, por ejemplo, se tocan también en los mitotes. “La sonoridad y el tiempo son diferentes”.
En la danza del volador, entre totonacas, nahuas y huastecos, el huapango también se toca con una flauta de tres hoyitos, simultáneamente con un tambor. “Se toca en formas modales, con determinadas estructuras de notas”. Y el zapateado es diferente.
“No hay una regla. Ningún son es parecido a otro, ni por instrumentación, ni por tiempo ni por contexto, sean instrumentales o cantados. Hay sones de todo tipo”.