César Romero
Por un momento, imaginemos:
Es el tercer lunes de enero de 2025. Hace frio en la explanada oeste del Capitolio en Washington, D.C. donde miles de personas vitorean a su líder. Luego de un muy intenso y atropellado proceso electoral, Donald J. Trump ganó la presidencia de Estados Unidos por segunda ocasión. Como en al inicio de su primer mandato, con el brazo derecho hacia el frente y el puño bien cerrado jura el cargo y promete al pueblo Americano una “prosperidad nunca antes vista” y, claro, “limpiar el país” de toda “la escoria” y los múltiples “enemigos de patria”.
Pesadillas aparte, en este otoño del 2021 el hecho es que aún sin el megáfono de la Social Media, Trump es quien controla los principales flujos de financiamiento y los ejes de la narrativa del Partido Republicano y, por ende, es él quien va delante en la carrera por la candidatura presidencial de ese partido para el 2024.
Ante un muy probable y hasta cierto punto natural desgaste de la Administración Biden –el presidente actual llegaría a la próxima contienda con 81 años de edad–, los 74 millones de votos obtenidos por Trump en la elección previa y sobre todo, su falsa denuncia de fraude y posterior intento golpista, lo convierten en una amenaza formidable.
Partiendo de aquel personaje grosero y estruendoso que durante décadas se convirtió en una especie de caricatura del oligarca moderno y supo amasar una fortuna usando y abusando de su condición de celebridad, el señor Trump tuvo el indudable talento político de subirse a la ola social de resentimiento, frustración y odio que aún recorre el mundo. A un mismo tiempo síntoma y causa, es el rostro más visible de un neopopulismo de derecha que apesta a fascismo.
Ya nadie debería poder llamarse a sorpresa. Sus burdos intentos por manipular los resultados electorales en la elección pasada y, sobre todo, las reiteradas e infundadas denuncias sobre un fraude en su contra le han permitido mantenerse a la ofensiva y así tratar de evadir el reconocimiento su transparente condición de ser –según palabras de David Brok en el NYT—“un cerdo (por sus expresiones contra las mujeres), un fraude (múltiples negocios fallidos y bancarrotas y un tramposo. Para no mencionar sus descarados racismo y misoginia”.
Ni siquiera la reciente denuncia del expresidente George W. Bush quien le recriminó el haber impulsado al “extremismo violento doméstico” en clara referencia al asalto al Capitolio aquel 6 de enero del año pasado, han permitido que las viejas fuerzas tradicionales del GOP le arrebaten el control del partido.
“Demasiado de nuestras políticas se han convertido en un claro llamado a la ira, el miedo y el resentimiento”, lamentó Bush, uno de los últimos representantes de un “conservadurismo compasivo”, una derecha de valores tradicionales y una promesa de prosperidad para todos. Un modelo previo a lo que Trump representa: la oda al capitalismo salvaje, aislacionismo radical, violencia policiaca e intolerancia, eliminación de libertades contra de quienes no suscriben su doctrina de “superioridad genética” que incitan al racismo y la utilización de los inmigrantes como chivos expiatorios.
Tanto por los ríos de dinero que sigue siendo capaz de mover hacia los candidatos de su preferencia, como su aún fuerte influencia en las posiciones más radicales de derecha, Mr. Trump sigue con un pie sobre el cuello del viejo establishment conservador.
Aún privado de sus principales armas propagandísticas –sus cuentas de redes sociales–, el personaje que se promueve como a si mismo como si fuera una especie de mesías de las peores causas, sigue, con pasos erráticos ciertamente, cobrando millonadas por sus conferencias para su beneficio personal y de sus Comités de Acción Política (PAC´s), así como arrastrando multitudes a los mítines de sus candidatos para el 2022.
Autócrata amigo de los tiranos y demagogos del momento –Putin, Bolsonaro, Kim Jun-un, Rodrigo Duterte, entre otros–, Trump apuesta con claridad a la deslegitimación de todo el sistema. Si fue capaz de considerar el uso de los botones de destrucción nuclear para impedir su derrota electoral, qué le puede importar encabezar la demolición de la democracia estadounidense.