Fernando Guzmán Aguilar/Hugo Cuenca Solís
El libro —el texto y sus distintos soportes (piedra, arcilla, papiro, pergamino, papel y formato digital)— es un “ecosistema” que el ser humano ha usado a través del tiempo.
Al comparar todos estos medios de escritura y lectura, encontramos que cada uno tiene sus retos, ventajas y desventajas, advierte la doctora Isabel Galina.
El libro impreso ha sido un formato particularmente idóneo para transportar el texto. Y con el tiempo se ha perfeccionado todo su aparato (cuidado editorial, índices, folios) para facilitarnos su lectura.
Frente a la piedra y la arcilla, su ventaja ha sido su portabilidad; ante el papiro (bastante quebradizo), su durabilidad. Por otro lado, el pergamino es más difícil de trabajar que el papel impreso. La investigadora de la UNAM señala, además, que por el precio de los materiales el libro físico ha sido más barato o más caro según la época.
El libro digital, inmerso en una red
Para Galina, académica del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, el libro digital va más allá de un simple cambio de soporte, dado que se encuentra inmerso en una red y eso cambia mucho cómo circula y funciona.
Es mucho más portátil que el impreso y se puede tener toda una biblioteca en un dispositivo. Pero si el dispositivo de lectura no tiene suficiente batería, “toda esa portabilidad no sirve de nada”.
Insiste: los distintos tipos de libro tienen ventajas y desventajas. Depende más bien de las necesidades de lectura. El libro digital puede leerse en distintos dispositivos: computadora, celular, tableta, lector electrónico.
En cuanto a su preservación, el libro físico y el digital enfrentan retos diferentes. En un caso, el papel se desgasta con los años; en el otro, el software del dispositivo caduca en un tiempo mucho más corto.
Los libros digitales —advierte Galina— tampoco están a salvo de un ciberataque o de un virus. Sin importar que bibliotecas y librerías digitales u otras plataformas cuenten con sistemas de seguridad, todas son vulnerables.
Por otro lado, si bien con los libros digitales se podría reducir la tala de árboles (al hacer menos libros de papel), también es cierto que la infraestructura (servidores, internet, dispositivos) para crearlos, distribuirlos, venderlos y leerlos tiene un impacto en la naturaleza.
Y el “costo ambiental” no es el único precio que se tiene que pagar. A diferencia del libro impreso, que implica un gasto sustancial por las páginas, la tinta y el trabajo de imprenta, un archivo digital se puede copiar una, mil o 50 mil veces sin que eso requiera un monto adicional. Sin embargo, señala Galina, producirlo, distribuirlo y actualizarlo no necesariamente es más barato. Además, acceder al libro digital tiene otro costo: pagar internet u otra forma de descargarlo y comprar un dispositivo para leerlo.
Pero también debemos mencionar un punto a favor de la difusión digital: sin costo de envío, se pueden obtener libros que fueron producidos geográficamente muy lejos.
A diferencia de las fotocopias o de un libro pirata, que son de menor calidad que el original, las copias de un archivo digital son todas iguales.
Aquí el reto —subraya Galina— son los derechos de autor y el famoso copyright, modelos económicos y de protección que tienen que “irse modificando”, como en la música y en la televisión. Más que comprar el objeto físico, ya se habla de la suscripción para “alimentar” a la industria editorial.
Aunque frenar la copia en un ambiente digital es muy difícil, esto no significa que no se conserven los derechos de autor. Pero es necesario considerar que encriptar los archivos digitales, lo que impide hacer copias, tiene consecuencias no deseables, por ejemplo, para las bibliotecas que quieren hacer préstamos.
Un reto bastante grande
Con la imprenta y más gente letrada, la lectura se volvió una actividad individual. Antes de Gutenberg, una persona leía en voz alta para otras, ya que no había tanta gente que supiera leer. Ahora, al leer en una plataforma digital, “empiezas a tener estas conexiones nuevamente”.
Así como hay libros impresos que son clásicos —apunta Galina—, en el desarrollo del libro digital, sobre todo literatura que nace de forma hipertextual, ya hay obras icónicas. Comienza a haber una tradición literaria en libros que nacen digitalmente.
Si bien el libro impreso se hojea, se huele y “es un objeto muy familiar” para algunos, a los digitales “se pueden añadir experiencias” que vuelven la lectura más compartida, como ver lo que otros lectores subrayan o comentan.
Las plataformas digitales permiten con mucha más facilidad discutir sobre los libros leídos. De hecho, ya hay un trabajo colaborativo donde se comparte tanto la experiencia lectora como la escritura de libros: lectores-autores van creando una historia.
El ambiente digital es más ágil y útil. Se empieza a crear una literatura que, aprovechando el medio, involucra otro tipo de escritura. Son experimentos de ciberliteratura, ciberficción, que nos van a dar algo nuevo, algo que no se podría leer en un libro impreso.
Los libros digitales comenzaron pareciéndose al libro impreso, pero con el tiempo se va a crear “todo un nuevo lenguaje, probablemente más multimedia, más interconectado, menos estable; con distintas formas de lectura, hipertextuales”.
—¿Con las nuevas tecnologías se podría tener una especie de Biblioteca de Alejandría, una nube donde estuvieran todos los libros?
Sólo se ha digitalizado una parte muy pequeña de todos los libros que se han producido. Y se siguen publicando nuevos libros, no sólo físicos sino también originalmente digitales, que faltaría agregar. Un gran almacén de libros es diferente a una biblioteca, donde “puedes encontrar lo que hay dentro de ella”. En ese sentido, el sueño de una Biblioteca de Alejandría digital tiene que incluir no sólo que los libros estén disponibles, sino que existan mecanismos para poder encontrarlos, y ése es un reto bastante grande.