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Agotamiento democrático en las Américas

Es claro que algo anda mal con la democracia en nuestro continente.

Para empezar, Brasil y México: Allá en el sur los niveles de aprobación de la presidenta Dilma Ruseff están por los suelos y la gente ya ha salido a las calles en protesta semi permanente. En México, el presidente Enrique Peña inicia la segunda mitad de su mandato con una aprobación apenas superior a un tercio de la ciudadanía.

Y luego viene Estados Unidos, donde se podría decir que Barack Obama, con aprobación de un 46%, vive su mejor momento político desde el inicio de su primer mandato hace casi 7 años. Pero el solo surgimiento del fenómeno Trump y su virulencia anti sistema es en sí mismo un síntoma de los problemas de fondo en todo el andamiaje del Establishment político Americano.

Estos tres países juntos representan poco más de la mitad de la población del continente y seguramente más del 80 por ciento de su economía.

Sostener que en las últimas décadas la democracia ha sido sobrevalorada sería casi una blasfemia. Después de todo ha sido la gran bandera política de nuestro tiempo. Es cierto también que en la mayoría de los países ha habido importantes avances relacionados con una mayor participación ciudadana en la vida pública. Sin embargo, son evidentes en el horizonte diversas señales de tempestad política.

De acuerdo con el Barómetro de las Américas de la Universidad de Varderbilt, en cerca de la mitad de los países, la mayoría de sus ciudadanos no se sienten orgullosos de sus sistemas políticos. Los casos de Venezuela y Guatemala, parecieron hoy los más preocupantes.

Claro que hay excepciones. Pero países como Canadá y Costa Rica representan menos del 5 por ciento de la población del continente.

Por supuesto que es posible sostener que las nuevas crisis son consecuencia del propio avance democrático. En una región en la que masacres y corrupción, inequidad y falta de Estado de Derecho, han sido problemas ancestrales, lo nuevo parece ser el nivel descontento asociado con el boom en las telecomunicaciones y sus expresiones en la social media.

Sin embargo, no deja de ser preocupante el nivel de desencanto popular hacia casi todo lo que parezca institucional. Y por supuesto, el hartazgo incluye a las ideologías. Los liderazgos populistas, de izquierda o derecha, parecen obsoletos en casi todos lados.

Si bien es cierto que la abrumadora mayoría de los 954 millones habitantes de nuestro continente viven formalmente bajo sistemas democráticos, tanto la pobreza, la inequidad económica, severas carencias en los sistemas de justicia en buena parte de los países, y quizá también nuevos fenómenos derivados de la depredación económica global, impiden ser demasiado optimistas respecto al futuro cercado de nuestras democracias.

Si el inicio del nuevo siglo fue marcado por el texto de Joseph E, Stiglitz, Globalization and Its Discontents (El malestar de la globalización), bien podríamos suponer que hoy estamos entrando a un nuevo proceso en el que con junto con el fortalecimiento de la sociedad civil en diversos países, estamos a las puertas de un proceso de grandes turbulencias políticas en las que el viejo orden difícilmente podrá mantenerse.

Claramente una de las arenas principales en las que se definirán las nuevas dinámicas sociales es en el ámbito de los medios de comunicación, donde simplificando un poco, no mucho, es posible definir dos grandes bandos, el de la “prensa vendida” que representa a los grandes intereses del viejo régimen, y “una prensa militante” que puja por un cambio, quizá sin definir rumbo u objetivos. De la “prensa profesional”, por desgracia, hay poco que reportar.

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