Apesadumbrado, con miedo, pero sobre todo triste. Así escribo estas líneas en memoria de un colega, buen periodista, padre de familia, quien acaba de fallecer por la COVID-19.
Ayer salí a comprar despensa. Hay mucha tensión entre la gente.
En el súper una señora caminaba por los pasillos gritándole a los demás: “¡Aléjate de mi!” La mujer se cuidaba de andar por donde hubiera menos compradores, pero aunque en la tienda dispusieron que sólo una persona podía ingresar y se marcaron en el piso señales de Sana Distancia, la pobre parecía animal atrapado.
Aunque aquí hay ley seca a ciertas horas, un señor rompió el cordón de plástico que prohibía el acceso a esos pasillos y se puso a buscar entre los tequilas, a pesar de la protesta de un empleado. El hombre ni lo peló y siguió concentrado en sus botellas.
Me fui a pagar lo mío y ahí la cajera me arrebató la tarjeta porque cometí el error de olvidar en ese momento el NIP del plástico.
—¡Deslice la tarjeta, deslícela!—, me ordenó.
Pero como yo no lo hice en el acto, me la quitó y lo hizo por mi. Lo bueno que en ese momento alcancé a recordar el número de identificación personal, si no quién sabe cómo habría reaccionado ella.
No había razón para apresurarme así. Atrás de mi sólo estaba un señor que ni siquiera se veía impaciente.
No protesté por el trato. Puse mis compras en el carrito y me fui.
Pensé en la situación de la cajera, atrás de un cubrebocas, una careta de plástico y guantes de látex, interactuando con no sé cuántas personas que podrían ser portadoras del virus sin saberlo. Me dio escalofrío.
Pasé después al mercado público de mi colonia. A diferencia de otras ocasiones hay menos locales abiertos, incluidos los que venden fruta y verdura.
La señora donde siempre hago mis compras nos avisó que este miércoles es el último día que abre y volverá hasta dentro de 15 días, quizá.
No quiere abrir por miedo al contagio, porque dice conocer a varias personas que ya se han enfermado.
Otra razón es que en la Central de Abasto se han encarecido cada vez más los productos. Los mayoristas comienzan a cerrar y los que mantienen abierto elevan sus precios.
Yo la escuchaba atento y mientras compraba empezó a llegar más gente al local. De repente me vi rodeado de señoras de la tercera edad, eso sí, cubiertas con sus respectivos cubrebocas.
Pero aún así, aquí no aplica lo de la Sana Distancia.
A la hora de pagar me di cuenta de algunos precios más elevados, pero tampoco le dije nada a esta señora que desde el inicio de la emergencia sanitaria no ha dejado de trabajar.
La vi con su cubrebocas mal puesto, todo enredado bajo la barbilla y unos guantes de látex llenos de mugre con los que manipula billetes que quién sabe por cuántas manos han pasado.
Recordé un artículo en Facebook donde se hacía referencia al tiempo que sobrevive el coronavirus en superficies de papel, cartón o plástico. De nuevo me dio escalofrío.
Lo que también noté es que, al menos el mercado de mi colonia ya no será opción en las siguientes semanas para comprar perecederos, porque la mayoría de los comerciantes van a cerrar o de plano ya no abrieron.
Ojalá no comience a haber desabasto de alimentos en mi zona.
La jefa de gobierno dijo este lunes en su conferencia de prensa que no tiene ningún indicio de un desabasto de alimentos en la Ciudad.
Puede ser, pero la cadena de distribución ya no sigue tan intacta, porque el factor del miedo generó una fisura en la línea de abasto.
Se vienen días complicados y eso acentuó un sentimiento de pesadumbre que ya traía desde el fin de semana, luego de enterarme que un colega, reportero de muchos años, contemporáneo mío en la cobertura de la Ciudad, se encontraba grave, intubado en un hospital COVID.
Hace un rato llegó por WhatsApp la noticia de su muerte. Me ha dejado sin aliento ¡Qué maldita pesadilla!
Apenas el viernes escribió en su Face que tenía dolor de garganta, y hoy esto. Descansa en paz Alejandro Cedillo.
Entre tanto sentimiento encontrado me llega el de la frustración, por tanta gente inconsistente que sigue sin creer en el riesgo letal de esta enfermedad.
No sé si les pase, pero llevo varios días con insomnio y durante esas noches en vela me pongo a pensar si al final de esta pandemia seremos mejores personas, más empáticos y menos egoístas, o nos dejaremos engullir por nuestros miedos hacía una psicosis colectiva, que ya de por sí traíamos.
Bendiciones a todas y a todos.