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América Latina, vientos de cambio

Para los políticos, las elecciones son el inicio y fin de los tiempos. En el mundo real, economía y demografía suelen determinar el asenso y caída de los regímenes. Y en América Latina todo indica que la gran ola de los gobiernos de izquierdas, “bolivarianos” será sustituida por gobiernos más preocupados por la estabilidad financiera y los mercados. México, como casi siempre, podría ser la excepción.

Por Oscar Luna

Seguramente habrá quienes juren que el gran viraje de América Latina hacia la derecha es a consecuencia de la obsesiva vocación imperial de los Estados Unidos. En este caso, del peculiar liderazgo de la era Obama, quien con aparente desdén de la influencia de su país en la región, dejo que se desinflara la presencia armada yanqui que durante varias décadas se pretendió justificar el la santa causa de la guerra contra las Drogas.

El hecho de fondo es que la caída mundial de los precios de las materias primas –en particular el petróleo–, debido en gran parte al desaceleramiento de la economía China, impactó profundamente el balance interno de poder en Brasil y Venezuela, y sus consecuencias en la región han generado grandes vientos de cambio que perfilan un virtual colapso de los “gobiernos progresistas” que por un par de décadas fueran la corriente política dominante en América Latina.

Por su peso económico, por sí solo representa la mitad de la economía del subcontinente, Brasil podría ser el caso más relevante. Luego de un ciclo que comenzó en 1995 con el mandato de Fernando Henrique Cardoso, y luego se aceleró con la Presidencia de Luis Inácio Lula da Silva (2003-2011), el proyecto de una izquierda moderada parece agotado con el muy probable juicio político contra la Dilma Roussef (2011-), la mandataria actual y una de las figuras píublicas menos populares de la historia de Brasil.

Además de la catástrofe futbolera que representó el pasado Mundial de Futbol realizado justamente ahí en el 2014, entender los niveles de aprobación de apenas un 10 por ciento de la mandataria brasileña llevan a suponer que el saldo positivo de la era progresista brasileña, una reducción pequeña, pero real, en la desigualdad económica de ese país, no ha sido suficiente para contener el enorme peso que tiene el problema de la corrupción en el animo ciudadano de esa nación sudamericana.

Menos relevante, pero más estruendoso ha sido el caso de Argentina, donde la caída del “neoperonismo” puso fin a un ciclo que inicio en 2003 con la Presidencia de Néstor Kichner, quién a su muerte fue sustituido por su esposa, Cristina Fernández de Kichner, la cual acaba de ser derrotada en las urnas por Mauricio Macri, cuya propuesta de gobierno implica un giro de casi 180 grados respecto a la retórica populista que convirtió a Argentina en el principal aliado del Proyecto Bolivariano que Hugo Chávez encabezó desde Venezuela.

Con una economía dependiente de las exportaciones de materias primas (carne, granos), con una retórica anti imperialista demasiado similar a la retórica cubana de los años sesentas y setentas del siglo pasado, la debacle del “kichnerismo” fue más o menos obvio desde marzo del 2013, cuando el Cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergolio (un personaje de clara vocación progresista pero abierto crítico de su presidenta), se convirtió en el Papa Francisco.

Por supuesto que el caso de Venezuela es la historia emblemática de ésta última ola progresista de Latinoamérica. Desde su asenso al poder en 1999 hasta su muerte (en La Habana), en 2013, Hugo Chávez fue el principal promotor de la gran revolución bolivariana en todo el continente. Militar golpista, fue un personaje que desde una ideología de izquierdas a nivel de estudiante preparatoriano de los años 80´s, utilizó el enorme crecimiento de los precios del petróleo de la década pasada para financiar un profundo cambio social en su país a partir de una retórica de lucha de clases y anti-imperialismo yanqui que provocó una importante fractura en el tejido social de su país.

Folclórico al extremo, con muy pobre educación, Chávez fue sin duda un líder carismático, virtud que no pudo construir su sucesor, Nicolás Maduro, quien intentó, a la fuerza,pero en vano, tratar de mantener su proyecto bolivariano. La reciente debacle electoral en las elecciones legislativas, y su sorprendente reconocimiento de parte del propio Maduro, permiten suponer que los vientos del cambio llegarán pronto a ese país. Sobre todo con los precios actuales del crudo.

En esa misma línea, sin el apoyo material de Venezuela, los gobiernos de Evo Morales, quién gana la Presidencia en 2006 y aún sigue allí y Rafael Correa, quien llega al poder en 2007 y lleva ya dos reelecciones en el cargo, tienen una capacidad de influencia sobre todo simbólica. Quizá al mismo nivel que Daniel Ortega, el ex guerrillero nicaragüense que en 1990 entregó el poder ganado por las armas 11 años antes y regresó a Palacio en 2007 y ahí sigue.

En el terreno de la política, el caso más relevante es el de Cuba.

A partir de la Doctrina Monroe de 1823 –“América para los (norte) Americanos”, la influencia estadounidense en la región fue un elemento central que marcó la relación de Estados Unidos con América Latina. Primero como dique contra las pretensiones imperiales europeas, y durante la Guerra Fría, como argumento central para detener la influencia soviética y “marxista”. Cuba, por supuesto, ha sido la gran excepción…. Hasta el reciente acuerdo entre los presidentes Barack Obama y Raúl Castro.

Sin que (hasta ahora) el discurso cubano haya cambiado demasiado, las condiciones de la economía la isla y su capacidad de influencia económica hacen casi natural un relevo generacional (algún día morirán Fidel y Raúl) que asumirá posiciones más cercanas hacia una economía de mercado.

En toda esta era de progresismo Latinoamericano, México fue el gran caso de excepción. A contracorriente de los vientos bolivarianos, entre el 2000
y el 2012, “el partido de derechas” consiguió romper un monopolio político de 70 años del partido de la “revolución institucional” (sic), el cual supo regresar al poder en 2012. En realidad, al menos desde 1989, todos Presidentes mexicanos han impulsado “proyectos neoliberales”, cuyo gran balance es que México ha sido el país con menor crecimiento económico y menos avances sociales de toda la región. Eso sí, su (macro) economía es considerada como la más consolidada y estable.

Luego de dos sexenios en que se quedó a las puertas de Los Pinos, “la opción populista” que encabeza Andrés Manuel López Obrador, vuelve a encabezar las encuestas rumbo a la contienda electoral de 2018.

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