Por César Romero
Las fuerzas obscuras ganaron la batalla electoral. Donald Trump será presidente de Estados Unidos del 20 de enero del 2017 al 19 de enero de 2021. El Partido Republicano controlará tanto la Cámara de Representantes como el Senado. Y muy probablemente,tomará también el control de la Suprema Corte.
El gran tsunami de cambio que recorre el mundo entero se convirtió en una ola que supo sumar el odio racial, la xenofobia, la misoginia y la simple ignorancia para acumular los votos electorales que tiene al mundo entero en shock.
El multimillonario y personaje de televisión que nunca ha ocupado cargo público alguno logró aplastar al Establishment que (al menos) desde la presidencia de Bill Clinton ha promovido la globalización económica y una agenda social políticamente correcta.
Como Adolfo Hitler y Benito Mussolini en su momento, Donald Trump se ganó en las urnas la oportunidad de iniciar una aventura política a la altura de su ego y ambición personal.
Y sin embargo…
El repudio popular mundial ante el triunfo de Trump, el propio colapso de los mercados financieros a nivel global y sobre todo, la propia necesidad de diversos grupos sociales de éste país de no rendirse ante lo que el nuevo mandatario representa, perfilan una nueva realidad en la que su propia sobrevivencia e incluso el modelo de civilización democrática, humanitaria y pluralista está en juego.
Ante el nuevo escenario, la alternativa natural de quienes defienden una agenda de igualdad de género, respeto a la diversidad, derechos humanos, y una visión abierta hacia el resto del mundo, se podría sintetizar en concepto básico: poder ciudadano.
En ese contexto, herramientas vitales para sobrevivir en las batallas por venir serán el estado de Derecho, los valores mismos de libertad, tolerancia y el principio constitucional de de igualdad ante la ley, así como la defensa de los derechos humanos universales e, incluso, la narrativa misma del Sueño Americano.
Aunque es claro que una cosa es la retórica de campaña y otra la lógica que impone la realpolitik, no hay duda en que, de entrada la Presidencia de Trump es un agravio para buena parte de las causas progresistas de nuestro tiempo, desde la libertad religiosa, la defensa de medio ambiente, el respeto a las minorías, el combate a la pobreza, la solidaridad internacional, ente muchas otras.
Los primeros damnificados
Lo es también, para diversos segmentos de la propia sociedad estadounidense. Empezando por las mujeres, minorías religiosas y, por supuesto, la comunidad Latina de Estados Unidos.
Capaz de manejar el circo mediático a su antojo, Trump utilizó a los grupos más extremistas para atraer los reflectores, pero concentró su mensaje en los segmentos más pobres y menos educados de la (aún) mayoría blanca. Así, con su oferta de cambio hacia el abismo, el genio mercantil del hoy Presidente electo Trump supo ganarse los 59 millones de votos que lo llevarán a la Casa Blanca, incluidos a un 29 por ciento de los electores Latinos.
Sin embargo, y aunque fue poco atendido por el ruido mediático que nubló buena parte del proceso electoral, vale destacar la votación histórica superior a los 13 millones de sufragios de los diversos grupos que conforman esa enorme minoría de más de 55 millones de personas y que —más allá de Trump y lo que representa, serán muy pronto una tercera parte de la población total de éste país.
Calumniados por el candidato Trump, objetos de una satanización propia de los peores momentos de la historia Americana, los Hispanos saben bien que su lucha no terminaba el 8 de noviembre pasado. Confrontados por la amenazada del Presidente Trump de la deportación masiva de las 11 millones de personas que viven aquí sin sus documentos migratorios en regla, para los Latinos la lucha será mucho más que un tema de valores. Implica la propia presencia bajo un mismo techo de sus madres y padres, la viabilidad económica de sus hijas e hijos. Incluso su propia libertad personal y, en muchos casos, su propia vida.
Los retos inmediatos
De la necesidad surge la fuerza, dice el viejo dicho. Lo cual es particularmente cierto para los poco más de 33 millones de personas que conforman el universo México-Americano. Si pelearán solos o contarán con el respaldo de México y su gobierno (el potencial de la red consular mexicana es enorme) es algo que ésta por verse, lo que no está en duda es que, como comunidad, como ciudadanos, los inmigrantes son gente que —casi por definición—, no se rinden.
No tenemos duda que sus voces serán escuchadas. Sea por medio de la presión propia de los movimientos civiles, o bien a través de novedosas expresiones de protesta social que lleve al resto del país a reconocer el rol fundamental que los inmigrantes Latinos tienen ya en todos los ámbitos de la economía, sociedad, cultura, aparato de seguridad, mundo de negocios y mucho más.
Indispensables para industrias como la de la hospitalidad, la agricultura, la salud, la construcción. Esenciales en el universo académico y, de hecho, en toda la estabilidad demográfica del país, los inmigrantes se han ganado ya un rol central en la conformación de sociedad Americana. Incluso los indocumentados, a quienes Trump, en su primer día de campaña, llamó “violadores” y “criminales”.
Es claro también que para millones de familias Hispanas, como para otros grandes segmentos de la sociedad estadounidense, la siguiente contienda no puede esperar al primer martes de noviembre de 2020. Los desafíos no se limitan a los nuevos obstáculos que pueda levantar el nuevo Presidente, quien ha sido el vocero y, en mucho, provocador mismo, de la ola de intransigencia, odio, racismo y rabia que en las elecciones hicieron suya la mitad de los electores.
Ante la paradoja de que el Presidente Trump (of all people!) será ahora el principal encargado del cumplimiento de la Ley, la comunidad Latina tiene hoy la necesidad de madurar y fortalecerse casi de manera inmediata. Pues, como lo dijera la propia Hillary Clinton en su mensaje de reconocimiento de la derrota, “pelear por lo que es correcto siembre vale la pena”.
