Omar Páramo / Frank Medina
De los nutrientes indispensables para las plantas superiores —es decir, las reproducidas por semilla— el nitrógeno es el más importante, y aunque hablamos de un elemento que nos rodea en demasía (el 78 por ciento de la atmósfera está compuesta por este gas) llevarlo al suelo y hacerlo asimilable para los vegetales resulta complicado, tanto que el mundo gasta 200 mil millones de dólares al año en fertilizantes nitrogenados. ¿Y si una planta fuera capaz de tomar el nitrógeno que flota en el aire, transformarlo y fertilizarse sin ayuda humana? Tal organismo existe y es mexicano: se trata del maíz olotón.
Con estas palabras Antonio Turrent, investigador emérito por el SNI y agrónomo ilustre por la Universidad de Chapingo, describe a una variedad nativa de Oaxaca que, a últimas fechas, ha generado polémica debido a los intentos de científicos estadounidenses y de una transnacional por patentarla, pese a ser una semilla perfeccionada durante cinco mil años por las comunidades indígenas que habitan en las selvas y bosques de niebla de la sierra mixe.
El olotón crece en condiciones de suelo y clima muy específicas —de ahí que sólo se siembre en Oaxaca y Chiapas—, pero la idea de los grandes capitales es aislar esta capacidad fijadora del nitrógeno y trasladarla a otras especies, algo que, en opinión del académico, requerirá mucho tiempo y recursos humanos, pero que eventualmente se logrará. “¿De ser así, imaginan las ganancias si con ello aminoramos nuestro uso desmedido de fertilizantes?”.
A decir del académico, transferir dicha característica a otros cultivos y países sería benéfico para el planeta ya que los abonos nitrogenados son contaminantes de principio a fin, pues mientras que su fabricación es responsable del dos por ciento del CO2 emitido a la atmósfera, sus residuos terminan en lagos, ríos y mares, donde eutrofizan las aguas o, en otras palabras, favorecen la multiplicación de algas que agotan el oxígeno acuático y hacen colapsar a los ecosistemas.
Por ello, el doctor Turrent se dice partidario de aprovechar esta característica del olotón en aras de una agricultura mucho más sustentable; a lo que se opone es a que una transnacional la patente sin reconocerle a los indígenas el mejoramiento genético autóctono desarrollado en las milpas de sus ancestros, y a que no los haga partícipes de las regalías que esto pueda generar a futuro.
En su libro Laboratorios en la selva, la historiadora y profesora de Harvard Gabriela Soto define a la biopiratería como: “La explotación descarada del conocimiento tradicional y los compuestos químicos a través de medios legales, por lo regular mediante patentes”.
A fin de evitar que las grandes compañías abusen de su poderío económico y se aprovechen de los múltiples vacíos legales que hay, seis instituciones mexicanas —entre las que se encuentran la UNAM y el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (INIFAP)—, participan en un proyecto Conacyt llamado Protección de la Propiedad Intelectual Social del Carácter Fijación Biológica de Nitrógeno del Maíz Olotón.
El objetivo es describir esta planta a detalle, registrarla en el Catálogo Nacional de Variedades Vegetales y concederle la autoría intelectual de su capacidad fijadora de nitrógeno a los productores mixes.
Sobre la pertinencia de esta iniciativa, Antonio Turrent recuerda el caso del barbasco, una raíz rica en diosgenina usada tradicionalmente en México para evitar embarazos. Cuando las grandes farmacéuticas escucharon de ese tubérculo vinieron al país en los años 40, lo extrajeron hasta la saciedad, desarrollaron la hoy tan conocida píldora anticonceptiva y se fueron sin compartir sus cuantiosas ganancias con los descubridores originales de la planta y sus propiedades.
“Hoy estamos ante un escenario parecido, en el que una empresa extranjera desea hacerse con los derechos de una variedad nativa de maíz que podría revolucionar la industria agrícola. Sus intentos por patentarla, sin considerar a los habitantes de los 13 municipios que integran la región mixe, bien podrían considerarse biopiratería”.
Viaje a la semilla
Sea que consideremos al olotón una “planta maravillosa”, como hizo The Atlantic en 2018, o “el futuro del maíz”, como dijo en alguna ocasión la revista The Smithsonian, para entender la historia de esta semilla debemos viajar a un poblado de la sierra mixe, Totontepec, y remontarnos a un año, 1979, pues fue ahí y cuando el naturalista Thomas Boone Hallberg se sorprendió al encontrar que, en suelos pobres en nutrientes y sin fertilizar, había maíces de seis metros de altura, cuando el promedio en el resto del país era de dos o tres.
La noticia atrajo a investigadores mexicanos como Ronald Ferrera Cerrato, del Colegio de Postgraduados, y estadounidenses, como Howard-Yana Shapiro, quien durante mucho tiempo ha colaborado con la transnacional Mars. En 1993 el equipo de Ferrera Cerrato describió parcialmente cómo opera el mecanismo de fijación biológica de nitrógeno del olotón y, en 2018, un estudio de la Universidad de Wisconsin, patrocinado por Mars Incorporated, lo terminó de explicar.
Aunque las leguminosas también fijan biológicamente este elemento, el proceso del olotón es más sofisticado, pues a diferencia de las primeras este maíz desarrolló raíces aéreas que secretan un mucílago con propiedades antibióticas donde pululan bacterias que, en una simbiosis perfecta, atrapan el nitrógeno que flota en el aire para darle a la planta los nutrimentos que requiere, hasta en un 80 por ciento.
Para Mariana Benítez, del Laboratorio Nacional de Ciencias de la Sostenibilidad del Instituto de Ecología de la UNAM, es imposible entender cómo una pequeña espiga, el teocintle, evolucionó hasta convertirse en el cereal más sembrado en el orbe sin considerar a los pueblos indígenas como artífices de ello, y el olotón es buen ejemplo.
“Es paradójico que, por un lado, los grandes capitales ejerzan presión para que estas comunidades sustituyan sus maíces por variedades híbridas o transgénicas y, por el otro, de manera soterrada busquen patentar variedades nativas con la intención de apropiárselas”.
Ha trascendido (en un reportaje publicado por la Escuela Ambiental de Yale) que la transnacional Mars buscó un acuerdo confidencial con la comunidad de Totontepec a fin de consolidar la patente y le pagó cien mil dólares bajo el argumento de que de ahí se tomaron las semillas estudiadas, algo que a decir del profesor Turrent es cuestionable pues el olotón no fue desarrollado por la gente de ese poblado en particular, sino por todos los indígenas de la sierra mixe. “Además, el monto otorgado al poblado resulta magro si consideramos que el mercado de fertilizantes asciende a miles de millones de dólares”.
Por ello, la profesora Benítez considera relevante impulsar proyectos que protejan nuestra biodiversidad, como el suscrito por la UNAM, el INIFAP, el Colegio Posgraduados, el Instituto Tecnológico del Valle de Oaxaca, la UAM y la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca, pues considera que la biopiratería es una práctica común por parte de los países primermundistas en detrimento del llamado Tercer Mundo.
“Por desgracia, las leyes de patentes y de propiedad intelectual juegan a favor de esta enajenación o privatización de bienes generados por comunidades completas. En caso de que esta defensa del maíz olotón resulte exitosa, estaremos marcando un referente”.