“Tras dos semanas de intensas negociaciones, 196 países alcanzaron en París un pacto global que intentará limitar el aumento de las temperaturas del planeta en menos de 2 grados centígrados”.
La llamada COP21 concluyó hace unas semanas en la capital francesa con una auto proclamada victoria de sus principales impulsores: en el ambito simbólico, Ban Ki-moon, el Secretario General de Naciones Unidas y, en lo político, Barak Omaba, el presidente de Estados Unidos.
Si bien el acuerdo permite que la presión social contra la depredación del planeta tenga como referente y punto de apoyo el amplio consenso de casi todos los gobiernos del mundo, el mismo no es obligatorio, por lo que difícilmente se podría pensar que la batalla ecológica ha concluido.
La COP21 constituye una victoria en el debate público entre la comunidad científica que por años ha alertado sobre los efectos catastróficos que tendrá para el planeta y gran parte de sus habitantes la dinámica actual del desarrollo económico, la contaminación y el consumismo, versus grandes grupos económicos que lucran con el modelo actual y lograron financiar el apoyo político de sectores muy influyente de la derecha fundamentalista de algunos países, sobre todo Estados Unidos.
En los hechos, la meta de contener el aumento de las temperaturas en por abajo de los 2 grados centígrados es apenas un buen deseo que, en muchos países, hoy parece inalcanzable, a partir de los modelos actuales de producción y crecimiento económico.
De cualquier modo, la COP21 sí puede considerarse un importante paso en la dirección correcta. Convertir en realidad sus planteamientos será el reto que, como humanidad, heredaremos a las generaciones que vienen.