Nadie puede saber a ciencia cierta quién será el/la próximo(a) presidente(a) de Estados Unidos. Lo que sí parece inevitable, es que la política exterior de los siguientes 4 a 8 años estará determinada por una obsesión central: China.
El gigante asiático se perfila claramente como el villano favorito de ese gran conjunto de intereses económicos, militares y políticos que definen el llamado interés nacional del que sigue siendo el país más rico del mundo. Todavía.
Agosto comenzó con una agresiva lectura del main stream americano de los últimos casos de “mega hackeo” a la economía digital que, según se sugiere, sería un caso claro de espionaje patrocinado por el régimen chino. Y terminó con una seria de devaluaciones y cuasi colapso de los mercados de valores de Asia, a consecuencia del grave des-aceleramiento de la economía china.
El hecho es que, a un 6 o 7 por ciento, el PIB de China crece muy por arriba de su tasa de incremento demográfico y 3 o cuatro veces más que las economías de Europa o el propio Estados Unidos.
Todo indica que estamos viviendo la transición del orden económico global que giraba al rededor de Wall Street a uno nuevo en el que Beijín será el nuevo eje central.