Nueva York, Chicago, Los Ángeles y otras 200 ciudades de todo el país se han convertido en una verdadera muralla contra la ofensiva xenofóbica y racista con que el gobierno de Donald Trump construye su gran ofensiva contra sus inmigrantes.
Las llamadas Ciudades Santuario, como ocurrió en reciente iniciativa del Gobernador y Alcalde de Nueva York, siguen firmes en la defensa de la estrategia de que sus policías se ocupen de combatir el crimen y no de perseguir a más de 7 millones de familias en que viven los casi 40 millones de personas que nacieron en otro país han construido su hogar en Estados Unidos.
Apoyadas por la mayoría de la población que le da al nuevo presidente los más bajos índices de aprobación en la historia para un mandatario recién llegado a la Casa Blanca, las ciudades santuarios han resistido hasta ahora las amenazas de Jeff Sessions , el nuevo Procurador General, en el sentido de que les retirará todo tipo de ayuda del gobierno federal.
Demostrando el cambio de nombre del propio país – de United States of America a Divided States of America–, el nuevo gobierno se ha topado con el muro de la realidad: ésta es una nación que fue construida por inmigrantes, que logró llegar a la cima gracias a sus inmigrantes y que seguirá siendo fuerte gracias a sus inmigrantes.
Ello, a pesar de que el presidente sigue adelante en el camino de cumplir su promesa de construir un “gran y hermoso muro” a lo largo de las 2 mil millas de la frontera actual con México. Proyecto tan caro como inútil –desde hace años son los mexicanos que salen del país que los que entran y la mayoría de los nuevos indocumentados llegan al país por avión y con visa–, el nuevo muro podrá ser un gran negocio para un puñado de grandes empresas. Y, paradójicamente, una fuente de empleo para varios miles de trabajadores inmigrantes.
Derrotado por las mismas leyes que supuestamente debe proteger, Trump repudió la orden del juez Federal que le prohibe castigar económicamente a las Ciudades Santuario que no se sometan a su cacería de inmigrantes. Y, por supuesto, amenaza con demandar legalmente al propio juez. Y aunque la batalla no fue definitiva, la realidad ha sido el verdadero gran muro contra el que el señor Trump se ha topado.
A 100 días de su toma de posesión, Trump ha acumulado casi tantas derrotas como las promesas con las que llegó a la Casa Blanca.