Peine y Tijera es el nombre de una movilización policial impulsada a finales de los 50 por el entonces regente del Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu, que consistía en peinar las calles en busca de jóvenes “greñudos” a bordo de esas camionetas con batea conocidas “julias” —todo ello como parte de una campaña más grande llamada Mano de Hierro contra los Rebeldes sin Causa— y es también el nombre de la exposición más reciente del Museo del Chopo, la cual permanecerá hasta el 17 de marzo de 2019 y donde, a través de una selección de más de 400 objetos de la época, se revisan los desplantes de un Estado mexicano deseoso de imponer su noción de cómo debía ser una sociedad, una juventud y una familia modernas, y las tensiones derivadas de sus arbitrariedades.
“Esta muestra se llama Operación peine y tijera. Los largos años 60 en la Ciudad de México por aludir a una década que, más allá de los guarismos, empieza un poco antes y termina ya bien entrados los años 70”, explica José Luis Paredes Pacho, director del recinto, quien añade que, para hablar de un periodo tan inasible decidieron enmarcarlo en un paréntesis que abre en mayo de 1959, con la gresca del Cine Las Américas por el estreno de El rey criollo (película protagonizada por Elvis Presley) y cierra con la pedrada recibida por Luis Echeverría Álvarez mientras huía de un estudiantado enardecido el 14 de marzo de 1975, día recordado como el último en que un presidente se atrevió a poner pie en Ciudad Universitaria.
“Hablamos de un momento histórico en el cual el régimen político, social y cultural postrevolucionario mexicano hizo de todo por afianzarse y mostrar fuerza, pero se vio desbordado no sólo por los movimientos políticos o sociales, sino por la cultura, el arte, el ocio, el consumo, la publicidad e incluso por la arquitectura”.
Para dar forma a este relato, más que una aproximación cronológica los curadores proponen un recorrido temático que inicia con un acercamiento a edificaciones emblemáticas que buscaban hacer de la capital ejemplo de modernidad a los ojos del mundo, como CU, el Sistema de Transporte Colectivo Metro, Plaza Satélite o Tlatelolco, lo cual abre las puertas para abordar fenómenos que vinieron aparejados a estas magnas construcciones, como la aparición de las ciudades perdidas, habitadas por campesinos que migraban a la urbe atraídos por promesas de prosperidad y una vida diferente.
“Hacer un alto para reparar en estos contrastes es el leitmotiv de la muestra, pues a través de más de 400 piezas —que incluyen pintura escultura, foto, grabado y documentos— se ventilan las tensiones entre una sociedad cada vez más crítica y un Estado dado a impulsar proyectos faraónicos bajo el amparo de aquello que se dio en llamar el Milagro Mexicano y el Desarrollo Estabilizador”, refiere Ariadna Patiño, coordinadora de Artes Visuales en el Museo del Chopo.
Rebeldes sin causa en México
En 1956, tras el estreno de Rebel without a cause en las salas del entonces Distrito Federal, una reseña advertía: “La película revela el desquiciamiento del país vecino. Lo malo es que, sin darnos cuenta de que se trata de un tema que bien pudiera estar ajeno a la realidad, como nuestra juventud no camina muy derecho que digamos, por espíritu de imitación puede contagiarse con el ejemplo de ese joven libertino interpretado magistralmente por James Dean”.
A partir de este tipo de lecturas los medios empezarían a hablar de un hipotético grupo de jóvenes que, como se describía a sí mismo Jimmy Stark —el protagonista de la cinta dirigida por Nicholas Ray— también estaba “perdido, con mucho por lo cual avergonzarse y sin pertenencia a ningún sitio”. Con el objetivo de hacer frente a esta presencia desestabilizadora, el Departamento del Distrito Federal orquestó la campaña Mano de Hierro contra los Rebeldes sin Causa y, como parte de ella, se puso en marcha la operación Peine y Tijera.
Es en este ambiente de animadversión impulsado desde la prensa cuando se da el evento con el que arranca este ejercicio museístico: la trifulca en el Cine Las Américas, la cual estalló en mayo de 1959 cuando cientos de adolescentes, tras haberse formado por casi 24 horas para comprar un boleto de entrada, dieron “portazo” con tal de ver a Elvis Presley protagonizar El rey criollo, después de que los acomodadores les negaran la entrada a la sala de proyección bajo el argumento de que se ése era un filme “sólo para adultos”.
Este hecho alimentaría el mito de que el rock favorece la violencia y el pandillerismo y haría que las autoridades vetaran a este género en la radio. “Una estrategia muy usada fue la del sembrar el pánico moral, es decir, empujar a la opinión pública a tener miedo sobre ciertos temas o sujetos, en este caso los jóvenes, a fin de legitimar su persecución y la de sus expresiones”, detalla Paredes Pacho.
Por ello, las nuevas generaciones comenzaron a ser vistas como una amenaza para los ideales de modernidad enarbolados por el Estado y se impulsaron una serie de políticas de represión y censura que, en vez de apagar los fuegos, avivaron movimientos estudiantiles, culturales y contraculturales, lo cuales se repasan en esta muestra.
Así, tanto en la Galería Arnold Belkin como en las rampas del recinto se exhiben objetos y documentos que hablan de las disidencias de 1968, del Festival de Rock y Ruedas en Avándaro, del montaje y clausura en Acapulco por “faltas a la moral” de la ópera-rock Hair o de la llamada orgía hippie que en febrero de 1971 llevó a la cárcel al psicomago Alejandro Jodorowsky, al guionista Pablo Leder y a los actores Isela Vega y José Alonso, entre muchos otros.
“Escogimos algunos momentos clave para ser lo más exhaustivos posible, aunque no todos porque, de haberlo hecho, nuestro espacio de exhibición simplemente no hubiera dado de sí. Sin embargo, cada pieza de esta selección refleja la tensión entre el gobierno de la época y una juventud que comenzaba a levantar su voz”, detalla Patiño.
Entre 1984 y Un mundo feliz
La publicidad —a través de anuncios que retrataban a amas de casa sonriéndole a un electrodoméstico Turmix, a familias bebiendo Kool-Aid o televisores a color y estéreos anunciando a todo volumen la entrada de México al futuro— se volvió uno de los escaparates más eficaces para difundir las ideas de modernidad emanadas del Estado.
Bajo esta perspectiva, la exposición analiza cómo el gobierno buscaba incentivar ciertos consumos a fin de homogeneizar a una ciudadanía cada vez más plural; ejemplo de ello, fue la Feria del Hogar, evento anual realizado de 1957 a 1976 en el Auditorio Nacional y en donde, entre un laberinto de stands, se ofrecían shows folclóricos que parecían ser oda a una mexicanidad “de penacho y sarape veteado”, como se escucha en la canción Mi ciudad, de 1971.
“Sin embargo, en franca oposición a estas ideas que pretendían ser impuestas a ultranza la gente comenzó a crear modernidades propias, gestadas a través de los movimientos sociales y políticos y a partir de un agenciamiento ciudadano que llevó a reconfigurar espacios como la Zona Rosa, a abrir peñas para la canción de protesta, a crear espacios underground y a acercarse a las drogas como una manera de vincularse de manera lúdica con las contraculturas. En este contexto vimos surgir historietas con fuerte carga critica como Los agachados, de Rius, o revistas ya emblemáticas como Yerba y Piedra rodante”, acota Paredes Pacho.
Este paseo por una muy alargada década de los 60 concluye el 14 de marzo del 75, con uno de los episodios de mayor rispidez entre el gobierno y la sociedad civil, cuando en el auditorio de la Facultad de Medicina Luis Echeverría, exasperado ante los jóvenes que lo increpaban desde gayola, los señaló con el dedo índice y el puño cerrado, y a punta de gritos los acusó de “pro-fascistas” “manipulados por la CIA” y “de desligar el proceso de modernización de sus verdaderos objetivos”. El descontento llegó a tal grado que el presidente tuvo que huir resguardado por militares, no sin antes de recibir una pedrada en la frente, en una suerte de represalia simbólica por las matanzas del 2 de octubre del 68 y del 10 de junio del 71.
Para Paredes Pacho, más que un mero despliegue de memorabilia Operación peine y tijera. Los largos años 60 en la Ciudad de México es el relato de cómo detrás de las llamadas “políticas de modernización” del Estado en realidad había una pretensión de apuntalar las típicas posturas monoculturales, verticales y autoritarias del régimen, y de cómo sus estrategias de contención fueron insuficientes ante una sociedad en plena transformación.
“Al final, esta muestra es un llamado a consolidar un México verdaderamente moderno y no al estilo de lo que planteaban los gobiernos de hace 50 años; es momento de tener un país conformado por una ciudadanía incluyente, diversa, plural y crítica”.