Guadalupe Rosales sabe que no son los grandes momentos, sino los pequeños instantes los que trastocan la vida de uno para siempre, y ella lo constató de adolescente, en 1996, cuando el teléfono comenzó a repicar pasadas las cinco de la mañana, despertando a todos en su casa de Los Ángeles. “Faltaba poco para celebrar la Navidad y del otro lado de la línea estaba mi hermana, diciéndonos que mi primo, quien vivía ahí, con nosotros, acababa de ser asesinado”.
A fin de retratar la vida de los teenagers latinos del East LA a finales del siglo XX, la artista chicana se dio a la tarea de recolectar fotografías y documentos que no sólo hablan de juventudes perdidas, sino de vidas truncadas por las pandillas y la violencia. Gran parte de este material le llegó por internet y ella lo fue curando hasta darle forma a la muestra El rocío sobre las madrugadas sin fin, que podrá visitarse hasta el mes de abril, en el Museo Universitario del Chopo, en la Ciudad de México.
A decir de la artista, es curioso cómo muchos de los detalles que uno retiene de eventos dramáticos son de lo más aleatorio, como la loción Cool Water, de Davidoff, que siempre le viene a la mente al pensar en la muerte de su primo, pues ése era el olor que inundó el aire de la habitación cuando ella guardaba en cajas las cosas que en vida habían sido de él; o cómo el asfalto, al mojarse en las madrugadas, forma un espejo negro que refleja la luz en verde de los semáforos.
“Eso lo quise recrear en la exposición, por eso gran parte parece estar en penumbras, para simular cómo nos iluminaban las farolas cuando nos escabullíamos para ir a alguna fiesta, nos subíamos a un auto y, mientras 2Pac nos cantaba desde la radio “California knows how to party”, nos lanzábamos a ciegas rumbo a la noche”.
La idea de rescatar documentalmente toda una década se remonta a 2015, cuando Guadalupe Rosales abrió la cuenta de Instagram @veteranas_and_rucas a fin de postear imágenes de la cultura chicana de los 90, sin sospechar que el proyecto sería tan bien aceptado por los internautas de su generación que, de inmediato, comenzó a recibir grandes cantidades de material relacionado y una oleada de seguidores (hoy está rozando los 240 mil).
“¿Por qué comencé esto? Porque tras el asesinato de mi primo me fui a Nueva York y me quedé allá 15 años. Durante ese tiempo mi ciudad cambió. La gentrificación expulsó a muchos del East LA, las calles dejaron de ser las mismas y yo sólo podía seguir esas transformaciones por internet. Me asustó ver esos paisajes irreconocibles y sentí que mi historia se estaba borrando también”.
Tender puentes
La muestra El rocío sobre las madrugadas sin fin consta de 20 revistas del 90 al 96 en la que aparecen imágenes de algunas de las party crews más notorias del barrio, cerca de 80 fotografías y una veintena de fotos que Guadalupe Rosales guardaba en su cartera y en cuyo anverso tienen frases dedicadas a ella por amigos y novios.
“También se escucha música y, sobre todo, se recrea ese ambiente de semipenumbra tan propio de las madrugadas, la neblina que baña todo antes del amanecer y las luces verdes y parpadeantes de los semáforos que a esas horas han dejado de funcionar”.
Sobre traer esta exhibición a México, Guadalupe Rosales dice no engañarse y pretender que los jóvenes de México en los años 90 eran parecidos a los de los del Este de Los Ángeles, más allá de compartir una tradición cultural parecida por ser latinos. “Lo que sí tenemos son problemáticas similares y eso es lo crucial”.
Por haber crecido entre pandillas, la artista angelina sabe identificar los ambientes hostiles y cómo las personas buscan abrirse camino entre el caos, y por ser de padres mexicanos conoce de cerca lo necesario de la migración y el miedo que infunde el ser deportado.
“No vengo a México creyendo que somos iguales, quiero ver cuáles conversaciones se activan con este trabajo. Me interesa hablar de las deportaciones y de la violencia, porque esas cosas existen tanto aquí como en Estados Unidos y, sobre todo, deseo demostrar que cuando alguien nos dice que la respuesta es el odio y levantar muros, es nuestra obligación decirle que no, y tender puentes”.