En sentido literal, no es una enfermedad mortal. No impide respirar o detiene el corazón. Pero perfectamente puede provocar la muerte. De hecho, las peores manifestaciones de la conducta humana, los linchamientos, las masacres y el genocidio suelen estar ligadas directamente a algunos de sus peores sintomas: el odio y la ira colectiva.
Cuando el propio presidente de Estados Unidos intenta destruir las redes sociales — la principal herramienta de comunicación en torno a la cual se ha construido su personaje, es una clara señal de la que la infodemia es un probla tan grave –y posiblemente peor–, que el mismo SAR-COVID-2.
En Masas y Poder, su clásico libro de principios del siglo pasado, Elias Canetti, describe y clasifica el comportamiento de las personas cuando se convierten en una masa informe que bien puede expresarse a través de una catártica celebración deportiva, o bien en una turba capaz de cometer las peores atrocidades. Inspiración del fascismo y nazismo, el tratado sobre la condición humana cuando se expresa en una acción colectiva irracional, es un claro ejemplo de los efectos de esta nueva epidemia que, desde hace años, reccorre el mundo.
El caso Trump no es, por supuesto, el único. La infodemia suele venir de la mano con régimenes autoritarios y/o populistas que utilizar la información como un arma ideológica para construir narrativas al servicios de sus intereses. Sobre todo en entornos donde la industria mediática –en particular la división de noticias–, es profesionalmente pobre y distante de la sociedad, la infodemia se convierte en una especie de ruido constante con capacidad de corroer tanto el tejido social como la propia salud mental.
